Capítulo LII

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Valeria despertó aturdida, veía borroso y apenas recordaba lo que había pasado. Recuerdos vagos le venían a la mente provocándole estrés y agobio: Shirley en las escaleras, ella junto a Olivia y una caída dolorosa. Sentía que la cabeza le ardía, como si en ese mismo instante estuviera envuelta en las llamas del infierno. Se llevó la mano a la parte herida, viéndola llena de sangre caliente. Se hallaba en la cocina, sola y sin nadie que la pudiera ayudar. Intentó moverse, notó algo extraño en sus pies que le impedía hacerlo como a ella le gustaría. Vio una cadena en cada pie, estaba atada como los del ático pero en un lugar diferente. Se levantó como pudo mareada todavía, tenía hambre y una sed horrible, igual que si hubiera estado un día entero sin comer nada. Volvió a caer al suelo debilitada, había perdido sangre, mucha sangre. Creía que moriría ahí, justo ahí, pero Shirley se puso a su lado seria.

-Hasta que al fin despertaste.-dijo ella-

Valeria no entendía, ¿quizá llevaba varios días inconsciente?. No podía ser, se habría muerto de inanición. Todo lo comprendió cuando Shirley le dijo que había estado un día inmóvil sin despertar, un día en coma. Su ama le dio agua y comida para que recuperara la fuerza que había perdido, sin duda, un gesto bastante amable por su parte. Le convenía viva, no quería matarla tan rápidamente sin haberle hecho sufrir lo suficiente, no hasta que amara más el deseo de la muerte que de la vida misma.

-¿Por qué no me subes de una puta vez arriba y acabas conmigo? Este papel de buena mujer dándome de comer y beber no te pega ni con el más fuerte de los pegamentos.-dijo Valeria sin respeto-

¿Respeto?, ¿qué era eso? Valeria sí lo había llevado al pie de la letra como esclava que era, pero viendo que el panorama empeoraba y que tarde o temprano moriría, ¿para qué respetar? Shirley no se esperaba aquella reacción, mas pareció no molestarle.

-Todo a su tiempo.-contestó Shirley-

-¿Qué has hecho con los demás?

-No están.

-¿Los has matado? ¿Dónde está Cristian? ¡Dime!

-Todos están vivos, al menos por ahora. A ti te necesito para hacer sólo mi comida. He decidido dejar de alimentarles.

-¡Estás loca!

-Cállate y cocina.

El timbre de la casa sonó dos veces seguidas, qué extraño que alguien visitara la mansión porque nadie solía hacerlo. Shirley amenazó a Valeria con matar a Cristian si pedía ayuda a quien fuera la persona que osaba a molestar y que estaba tras las puertas de la casa. Valeria se levantó del suelo como pudo, todavía le faltaban fuerzas para hacer las cosas bien, logró asomarse por la ventana para así comprobar quién era.
Cuando Shirley abrió la puerta, se encontró frente a sus ojos a un hombre de unos cuarenta y tres años, muy atractivo de pelo castaño con la barba de una semana. Robert la miraba preguntándose si ella era la persona que andaba buscando, pero Robert estaba dispuesto a ayudar a Valeria una vez más.

-¿Shirley Milton?.-preguntó Robert-

-La misma, ¿y tú quién eres?.

-Por ahora mi identidad sobra. Estoy buscando a Valeria, tu esclava.

-Yo no tengo ninguna esclava con ese nombre.

-Creo que sí.

-Lárgate de mi casa o llamaré a la policía.

Robert sabía que algo no andaba bien, pero no podía hacer las cosas tan bruscamente ya que su intención fue entrar por la fuerza y sacar a Valeria de allí. Mejor hacerlo de otra forma más discreta sin llamar la atención de los vecinos. Antes de que Shirley cerrara la puerta en sus narices, Robert vio a Valeria observándolo todo tras los cristales de la ventana de la cocina. Ella, triste y desesperada, puso las manos en los cristales, no quería que Robert se fuera tan pronto sin ayudarla.
Shirley, furiosa cerró la puerta y corrió hacia la cocina para darle una lección a su esclava. La agarró del cuello, apretando con tanta fuerza que hasta las marcas de sus dedos quedaron dibujados en la piel. La soltó cuando su cara se tornó a un color morado por la asfixia. Valeria tosió con fuerza, como si quisiera expulsar al exterior sus propios pulmones.

-¿Has salido? ¿Quién era ese?.-preguntó Shirley-

-Sí, salí.

Shirley estampó su cabeza contra la pared y Valeria cayó al suelo nuevamente mareada y aturdida.

-Esto te costará caro. Espero que ese payaso no vuelva a llamar a la puerta de mi casa o yo misma lo mataré. Y ahora haz mi comida.

Valeria se levantó despacio del suelo e hizo lo que Shirley le había ordenado. Sus pies le pesaban, era muy difícil moverse de un lado a otro con esas cadenas puestas. Decidió que ya no quería seguir allí, necesitaba estar encerrada en el ático como el resto para poder morir al lado de Cristian. Dejó la comida abandonada y se fue al baño de abajo, abrió los cajones encontrando muchas horquillas para recogerse el pelo como solía hacer en casa de Derek. Ella sola se recogió el cabello caoba en un elegante moño algo despeinado, se miró al espejo dándose cuenta del gran cambio que había dado en apenas un año. Había pasado de estar bien peinada y vestida, a estar desaliñada, maloliente y despeinada... Entonces, un tremendo ruido similar al de una pequeña explosión sonó en la cocina, la comida había reventado, sin embargo, Valeria lo ignoró. Estaba esperando a Shirley para que se la llevara junto con los demás. Estaba dispuesta a provocar su rabia, a hacer lo necesario para cumplir con su objetivo.
Cinco minutos después, Shirley abofeteó a Valeria como una loca deshaciendo el moño que tan bien le había quedado. Todas las horquillas cayeron al suelo excepto una, que se quedó enredada en su melena enmarañada y alocada tras las bofetadas que recibió.
Valeria, como contestación, escupió sobre la cara de su mayor enemiga dejándola anonadada. Sin dudarlo dos veces, la llevó hacia el ático a base de empujones, golpes y continuos insultos que Valeria ni prestó atención. Shirley abrió la puerta tirando a su esclava contra el suelo. Valeria vio algo nuevo allí: una jaula vacía por poco tiempo, ya que ahí la encerraría por días. Esa jaula fue comprada el día que Valeria se quedó inconsciente.
El aire olía a heces, a sudor y a sangre. Cristian seguía atado al techo e inquieto de ver que Shirley metía a Valeria dentro de la jaula. Por suerte, nadie había muerto todavía y eso de algún modo la hizo feliz.
Después, Shirley se marchó de allí cerrando la puerta, Valeria miró a Cristian preguntándole cómo estaba. Él respondió que cansado y algo decaído, la echaba muchísimo de menos.

-¿Por qué estás aquí?.-preguntó Cristian-

-Le escupí para venir, ya no quiero seguir allí abajo sin ti.

-¡Allí estabas a salvo!.

-No Cristian, me mataría igualmente, pero sí voy a morir prefiero estar contigo.

-No sabes lo que daría por tocarte, por besar tus labios...

-Yo también mi amor... Además sólo es cuestión de tiempo que Robert venga a ayudarnos. Sé que lo hará.

Ya estaban todos en el ático, lo peor estaba por venir, permanecerían allí durante tres días, tres días de infierno y dolor del que todos querían escapar, pues cada día, iría cargado de más violencia, de más sangre que derramar.

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora