Capítulo LIII

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DÍA 1:

Valeria consiguió dormir gracias a Cristian, que le estuvo contando la historia de amor junto a ella desde el primer día que la conoció. Valeria cerraba los ojos mientras imaginaba cada momento a su lado, eso la hacía olvidar su realidad, olvidar que estaba encerrada en una jaula rodeada de paja y un cubo para hacer sus necesidades. Pensar en Cristian era lo único positivo que podía hacer, lo único que la mantenía fuerte y serena. Cristian se pasó toda la noche viéndola dormir, ella era su preocupación ahora, en intentar protegerla a pesar de estar encadenado al techo y maltratado. Los demás estaban como todos: ensangrentados, hambrientos, heridos... La suerte era que seguían con vida.
A la mañana siguiente, los pasos de Shirley se aproximaban lentamente, parecía que quería provocarles tensión antes de presentarse en el ático en carne y hueso. Lo cierto era que sus pasos subir ponían nerviosos a cualquiera, sobre todo sabiendo que esa mujer era el demonio personificado. Escucharon la llave meterse dentro de la cerradura, después girar y finalmente vieron la puerta abrirse y, tras ella, a Shirley con las manos atrás escondiendo algo que la hacía sonreír. Dio dos pasos hacia delante y observó a todos sus esclavos decidiendo a cuál escoger para su próxima locura.
Miró a Olivia: esa era perfecta para lo que quería hacer, pero mejor no, lo mejor para el final.
Miró a Cristian: sí, también le servía pero quería dejarlo para el final como a su amada Valeria. Necesitaba a alguien menos especial.
El elegido fue un joven esclavo de unos veinticinco años que se hallaba al lado de Cristian. Shirley se acercó dejando ver el juguetito que llevaba escondido: un martillo. Todos temieron, sabían que había llegado el momento que tanto habían deseado que jamás llegara. La Muerte ya rondaba por el ático en busca del alma de aquel joven esclavo. Shirley lo levantó del suelo pegajoso estirando de la piel de sus mejillas dejando una marca sobre ellas. El chico se orinó encima al saber que moriría de una manera cruel y sádica, una muerte que nadie en el mundo querría tener, ni siquiera la persona más desgraciada.
Primero decidió jugar un poco con él y con su mente obligándole a desnudarse totalmente, nada de dejar alguna parte de su cuerpo cubierta. El esclavo, con el peso de las cadenas sobre las muñecas y tobillos, desabrochó los botones de su camisa marrón quitándosela un minuto después, seguidamente se bajó los pantalones, no llevaba ropa interior debajo. Shirley, perversa y soberbia le ordenó bailar durante cinco minutos sin parar, sin descanso. Pudo sostenerse en pie sólo por dos minutos, el resto lo pasó intentando levantarse sin resultado. Shirley lo puso en pie ofreciéndole una oportunidad de vivir: le propuso correr de un lado a otro sin caerse. Si lo lograba, estaba a salvo, si no, moriría.

-Sólo tienes que llegar hasta la puerta sin caerte. No es tan difícil.-dijo ella-

El chico perdió la esperanza, sabía de sobra que no llegaría hasta la puerta, aún así intentó sacar fuerzas de flaqueza y así poder demostrar a todos y a sí mismo que un esclavo también era capaz de vencer.
La cuenta atrás dio comienzo, él echó a correr, aunque más bien parecía que andaba deprisa, ni siquiera podía correr como a él le hubiera gustado hacerlo. Su cuerpo se columpiaba hacia los lados, todos contemplaban la escena nerviosos, ansiosos por que no cayera al suelo. Tres pasos antes de llegar a su meta, perdió el equilibrio total de sus pasos y cayó reventándose la nariz con el suelo. Sus compañeros no fueron capaces de mirar lo que estaba a punto de suceder: Shirley se acercó hasta él pisando su cabeza con fuerza, no lo soltó hasta que sus gritos fueran lo suficientemente satisfactorios. Lo puso boca arriba, su objetivo ahora era romperle la mandíbula, ¿y cómo mejor que chocando su cabeza contra los barrotes de la jaula de Valeria?. Lo agarró de una oreja arrastrándolo hasta la jaula donde una vez allí estampó su cara una y otra vez sin parar haciendo al final crujir la mandíbula del pobre joven. Valeria sólo fue capaz de ver la escena por unos segundos limitados, el resto lo pasó tapándose los oídos con sus propias manos cerrando los ojos con fuerza esperando no poderlos abrir nunca más.
La cara del esclavo aún era reconocible, y eso era lo que Shirley no quería, por eso decidió que había llegado la hora de usar su juguete. Nuevamente lo puso en pie, pero cayó arrodillado, ya no podía, ni quería... Necesitaba que la pesadilla se acabara y, con ella su sufrimiento. Ella, feliz y sin remordimiento, golpeó las costillas de su esclavo un par de veces, todos escucharon cómo se rompieron, se había formado un coro de sonidos aterradores entre huesos rotos y gritos de dolor.
Como golpe final, Shirley alzó el martillo y lo descargó con fuerza contra el cráneo de su víctima formando una lluvia sangrienta que salpicó a varios de los testigos y como no, a la propia asesina. Esta, entre las mieles del éxito, pasó la lengua por sus labios saboreando su propia sangre como un vampiro. Cogió el cuerpo por los pies llevándolo a uno de los rincones donde no daba la luz del sol dejándolo ahí abandonado.
Ella se dirigía ahora hacia la jaula, arrodillándose para ver a Valeria, que seguía sin ver y oír nada, no quería. Shirley movió la jaula captando la atención de la pelirroja viendo en su rostro lágrimas caer por sus ojos azules.

-Mañana vendré a por ti.-dijo Shirley-

Valeria sólo supo mirarla, tras haber escuchado esa advertencia, sintió que el corazón se le paraba, no era capaz de respirar, todos sus sentidos se habían atascado, era como si hubieran dejado de funcionar. Tenía un nudo en la garganta, luchó para poder volver a recuperar su respiración lográndolo medio minuto más tarde.
Shirley le dedicó una sonrisa de despedida y se largó del ático habiendo cumplido la función el primer día. Lo peor para ella estaba por venir, mañana quizá podría ser su último día de vida, y a decir verdad así lo prefería. Se negaba a morir después de Cristian, no quería verlo morir. El día pasaba, el hambre y la sed se hacían más abundantes y más necesarios. Desesperada por llevarse algo líquido a la boca, se mordió la muñeca derecha asegurándose de que los dientes estaban bien clavados en la piel para que saliera sangre al sacarlos.
Así fue, retiró los dientes de su carne dejando al descubierto gotas de sangre que salían cada vez con más frecuencia. La bebió, su sabor era extraño y a su vez algo vomitivo, pero sintió alivio al no notar su boca tan seca ni su garganta tan dolorida. Beber sangre no la ayudaría a vivir, pero sí a sentirse mejor. Muchos hicieron lo mismo, Cristian no podía, tenía las manos atadas al techo y no pudo saciar su sed con sangre.
El primer día estaba a punto de acabarse, el segundo se acercaba y Valeria sentía cada vez más cerca la muerte. Por eso no pudo dejar escapar la oportunidad de decirle a Cristian todo lo que lo amaba y lo que lo amaría allá donde fuera su alma a partir de mañana.

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora