Capítulo XLIII

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Valeria ya había cumplido sus diecinueve años sin compañía de nadie que la felicitara porque ninguno sabía en qué fecha los cumplía, calló que cumplía un año más y en silencio y trabajando los celebró.
El veintiuno de septiembre de 1750, Cristian y Valeria ordenaban juntos la biblioteca por cortesía de Shirley, les pidió que tiraran a la basura los libros de romance y dejaran las leyendas y las novelas de misterio. La joven sintió tristeza al tener que tirar un libro al suelo junto al montón para luego quemarlos, esa mujer no sabía valorar el arte de leer, las sensaciones buenas que transmitía, lo que hace viajar en el tiempo... Esa mujer no sabía. Leyendo los títulos no pudo evitar enamorarse de uno de ellos: Trataba de una bella chica enamorada de un hombre que no le convenía, ambos se amaban pero su destino era estar separados. Embobada y fascinada por el contenido, dejó de ordenar los libros y hojeó un poco más detenidamente cada página deseando leerlo al caer la noche. Cristian le arrebató el libro de las manos y rió algo burlesco cuando leyó de qué iban sus páginas.

-¿Para qué vas a leer esto si es un amor imposible?.-preguntó él-

-Porque me gusta, ¿algún problema?.

Valeria fue a cogerlo y Cristian le apartó el libro de su alcance jugando un poco con ella.

-Dámelo.-dijo Valeria-

-Tendrás que cogerlo primero.

La pelirroja suspiró un par de veces cogiendo después carrerilla para poder alcanzar lo que quería entre risas con Cristian, que no se lo quería devolver todavía. Hasta que entonces, un leve quejido de dolor en la espalda hizo que el libro se resbalara de sus manos cayendo al suelo. Valeria se acercó corriendo a su amigo preocupada preguntándole si estaba bien.

-Sí, ha sido un pequeño tirón. Oye tengo que salir un segundo, vengo enseguida.-dijo él-

Ella asintió sin creerse del todo eso de que estaba bien porque su aspecto y su voz vibrante decían todo lo contrario. Oliéndose algo que no era normal decidió seguirlo, sus pasos la llevaron hasta el cobertizo donde una vez allí, él se quitó la camiseta dejando al descubierto en su espalda, una enorme cicatriz vertical desde la nuca hasta la región lumbar. El aspecto era horrible, Cristian no dejaba de quejarse, el dolor a parte de ser fuerte era insoportable. Estaba claro que esa herida fue causada por algún hecho catastrófico. Valeria salió de su escondite queriendo ayudarlo.

-¿Cómo te has hecho eso?.-preguntó ella señalando la cicatriz-

-¿Es que nunca te vas a cansar de meter las narices donde no te llaman?.

-¡Pues no! Porque me importas y porque creo que ya va siendo hora de que confíes en mí.

Cristian apretó sus párpados fuertemente antes de sentarse sobre la cama y ofrecerle a Valeria sentarse a su lado para contarle su historia de una vez. Sabía que una mentira no colaría, ella no era estúpida y esa marca era demasiado grande:

Cristian nació fruto de una violación el ocho de julio de 1727. Su madre fue una esclava negra que servía en la mansión de un hombre rico y poderoso con muchos títulos nobiliarios que lo hacían ser un hombre temido y respetado por todos aquellos que lo conocieran.
Roger, pues ese era su nombre, se encaprichó de Isabella -la madre de Cristian- cuando tenía tan sólo diecisiete años. Los abusos que la muchacha sufría eran constantes y cada vez peores: Primero la golpeaba porque le daba la gana y después pasó de eso a la cama de Roger cada noche hasta dejarla embarazada en plena adolescencia. Isabella lloraba cada día al enterarse, no quería un hijo tan joven y de alguien que no amaba, pero se hizo fuerte y con valor lo trajo al mundo sólo para ser esclavo el resto de sus días.
Cristian creció perfectamente sano heredando el aspecto físico del pedófilo y asqueroso de su padre, al cual detestaba tras conocer la verdad. Roger quiso hacerse cargo de él e inculcarle sus "valores", fue una lucha diaria entre padre y madre por su hijo, Cristian sólo quería el calor, el apoyo y el amor que su madre le aportaba, de aquel hombre sólo quería su muerte, y vaya que así fue.
En el año 1743, cuando cumplió los dieciséis años, un suceso trágico lo llevó a pasar la peor etapa de su vida, ya no quedaría nada del antiguo chico callado y tímido que todos conocían. Una noche de otoño, Roger necesitaba desahogarse sexualmente con alguien, ¿y quien mejor que su esclava Isabella?. La buscó hasta encontrarla por todos los rincones de la mansión, parecía haberse vuelto loco de la noche a la mañana. Al encontrarla, se la llevó por la fuerza a base de empujones, insultos y golpes todo el trayecto hasta llegar a los aposentos de ese ser impresentable e inhumano.
Su hijo empezó a preocuparse por ella cuando no la encontraba por ningún lado temiendo ya que algo malo le había pasado. La cara de los esclavos les delató, por eso Cristian sabía que ellos estaban al tanto de lo que sucedía con su madre. Un joven acabó confesándolo, él no pudo permitirlo, su madre ya había sufrido demasiado por Roger, un maldito hijo de puta. Ciego ante la idea de matar a su padre, cogió un cuchillo de la cocina de los que estaban recién afilados y subió escaleras arriba siendo una persona totalmente distinta.
Al llegar frente a la puerta, dio un par de patadas hasta reventar la cerradura y poder entrar al rescate de Isabella. Una vez que las miradas entre padre e hijo se intercambiaron con odio, Cristian corrió hacia él clavándole el cuchillo en el vientre, pero eso no lo mató, Roger supo defenderse y conseguir el arma blanca que lo hirió para matar a su hijo haciéndole un corte en la espalda desde la nuca hasta la región lumbar, cicatriz que a día de hoy sigue marcada en su piel. En un forcejeo entre la vida y la muerte, Isabella consiguió apartar a Roger de su hijo y Cristian logró rematarlo clavando el puñal en su cuerpo cientos de veces.
El escándalo fue escuchado en toda la casa, el adolescente no podía creer hasta donde fue capaz de llegar y se asustó al ver que estaba rodeado de sangre. Cuando los familiares de la víctima entraron a la habitación, Isabella "confesó" haber sido ella la asesina para así salvar de una muerte segura a su pequeño. Inmediatamente la apresaron dejándola encerrada por días en una jaula como si fuera basura y no valiera nada, siendo visitada únicamente por su hijo, el que quería alzar la voz para decir la verdad y poder liberar a su madre, Isabella se lo prohibió, le hizo jurar que se llevaría el secreto siempre consigo.
Al cabo de días, fue juzgada y condenada a morir en la horca en presencia de Cristian. Aquel día fue el peor de todos, el que le perseguiría cada día como la cicatriz que le hizo el acero del cuchillo. Después fue vendido, ya no lo querían en esa casa por ser el hijo de una "asesina" pasando a manos de Shirley desde entonces.

Valeria lloraba, era una historia dramática y triste... Con razón Cristian no quería contarla.

-Lo siento, pero necesitaba conocerte.-dijo ella-

-¿A mí? ¡Mírame! Soy un puto monstruo, soy igual que mi padre. No puedo mirarme al espejo porque creo verlo en mí, ¿tú sabes lo que es eso?.

-¡Tú no eres como él!. Y yo no puedo verte así, me duele.

-No puedes quererme Valeria, yo no sabría hacerte feliz aunque quisiera. Después de lo que hice tengo arranques de furia, soy lo peor que has podido encontrar.

-Aún así te quiero...

-Tú y yo somos como los protagonistas de ese libro que has escogido, míralo así.

Cristian le dio un beso en la frente y se levantó de la cama yéndose a la biblioteca y seguir ordenando libros. Valeria se tumbó en la cama boca a bajo hundida sin dejar de llorar. Saber que Cristian lo había pasado tan mal y que por culpa de eso fuera incapaz de compartir su vida con ella la hacía sentir peor, pero así estaban las cosas quizás porque así debían ser

La esclava blanca #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora