~ Engendro del demonio ~

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Fue demasiado fácil saber que su endemoniado novio James es un indeseable demonio. Y uno de los peores.

Los recuerdos de Katelyn de la noche anterior me abrumaban. James no le había dado escapatoria y como castigo por verse conmigo, la sometió.

Me daba ASCO tener que ver esas imágenes una y otra y otra vez.

Maldita mierda.
Tengo que hacer algo. Por ella.

Y haré lo necesario.

-¿A dónde fue?- Preguntó Carlos mirando para todos lados. Yo miré a la cama. No estaba.

Escuché ruidos, gemidos y pequeños gritos de dolor provenientes del baño.

Esto va a empeorar...

Corrí al baño y la encontré... con las rodillas flexionadas al lado del lavamanos.
Tenía algo cortante en sus manos y...

-Dame eso.- Me arrodillé a su lado e intenté sacárselo. Diablos. Se lastimó hasta la médula.

Había demasiada sangre. ¿Cómo pudo hacerlo en tan pocos segundos?

-Déjame. ¡DEJAME!- Gritó exasperada.- ¡NO QUIERO ESTA MIERDA! ¡¿¡NO QUIERO ESTO!?! No si es de él.- Dijo esto último un poco más calmada.

-Ni yo.- Tomé su muñeca y la examiné. Tenía una herida cortante lo bastante profunda.- Con qué clase de atrevimiento te hiciste esto...- Negué con la cabeza y busqué un botiquín. Si debía curarlo yo mismo, requeriría de una fuerza más... adecuada.

Se retorció inquieta hasta empezar a gritar.

-Tranquila.- Acaricié la parte sana de su brazo.

-Si sostienes su brazo con tus manos, no gritará. El calor la calmará, Kendall.- Oí a Carlos detrás de mí.

Esboce una media sonrisa al escucharlo.

Así lo hice. Y esperé.
Katelyn miró detrás de mí y lo vio.

-Soy Carlos. Es un gusto poder conocerte finalmente, Katelyn.

-Así que eres tú...- Sonrió entre pequeñas lágrimas.

-Sí. ¿Qué te imaginabas? ¿Algo mejor que Kendall?

Alcé una ceja. ¿Hablaba en serio?

-A decir verdad, no. Al menos por tu voz. Me daba la impresion de que eras alguien un poco más... infantil.- Kate rió.

-Te felicito, Katelyn. Diste justo en el blanco.- Ironicé.

-Que te trague el infierno.- Lo oí maldecir.

-Te llevaré conmigo.- Sonreí maliciosamente.

-¿Puedo ir también?- Preguntó ella, uniéndose a la conversación. Por un momento me creí su broma.

Tenía esa forma de decirlo tan en serio. Y lograba confundirme.

-¿Quieres saber qué se siente experimentar el infierno en la tierra?- Espera. ¿Acaso dije eso?

-Creo que con tu tacto ya me basta.- Ambos reímos.







...






Mis manos terminaron de curar su herida. Entre pequeñas charlas, no tuve necesidad de usar el botiquín. Pasé mi palma por su antebrazo: ninguna cicatriz; ni siquiera sensación de dolor. Kate sonrió y movió su mano, su muñeca y todo el brazo para asegurarse que todo estuviera en su lugar.

-¿Cómo?- Preguntó sorprendida.

Sólo me encogi de hombros.

-Ah, ya.- Soltó un bufido.- ¿Cuándo abrirás tu maldita boca?

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