~ Alma desprendida ~

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No fue fácil inventarme una vida. Quería conocer algo de ella. Y como siempre, me veo obligado a mentir. A inventar cosas en mi vida que no lo son en realidad.

Mis padres murieron cuando cumplí los dieciocho. Sí. Tampoco podía decirle que murieron cuando nací y demás. Sería muy trillado. Tampoco quería que me tuviera lástima.
Murieron hace un año. Me quedé sólo y así he estado desde entonces.

Espero que alguna vez me perdone por mentir de esa manera...

En cambio, su historia logró atraparme.
Hija única. Sus padres murieron en un terrible accidente de auto cuando ella cumplió los quince. Tiene familiares que ve cada tanto. Pero según sé, está sola.

Y yo sabía perfectamente que esa NO era su verdadera historia. Su padre, Adán, no murió en un accidente. Claro que no. Murió a manos de mi padre. Katelyn jamás lo supo. Y no quiero ni pensarlo en cuanto lo haga.

Y de su madre...
No sé absolutamente nada. Es un cabo suelto. Algo que jamás entenderé...

-¿En qué piensas?- Preguntó tomando mi mano.

Eran las seis de la tarde y no se me ocurrió mejor idea que sacarla de la rutina. Fuimos a la feria estatal a pasar el rato.

-En que esto es una locura. No debería estar contigo.- Negué con la cabeza. No lo entendería.

-¿Y qué haces? Llevame a mi casa y vete. Es fácil.- Se encogió de hombros mientras comía su algodón de azúcar.

Lo dices como si realmente lo fuera...

No puedo mentirte, Katelyn. Soy el diablo.
Y vine a buscarte.

Ella me miró como si me hubiera oído.
Y resulta ser que se atragantó con el algodón de azúcar.

Mecachis.

Palmee su espalda mientras intentaba respirar.

Deja-De-Asustarme.

-¿Mejor?- Pregunté cuando la atraje hacia mí.

Soltó un suspiro de sorpresa. Si iba a matarla, lo haría de la mejor forma.
Cosa que no haya resentimientos luego.

-Gracias.- Sonrió. Luego borró su sonrisa y se puso seria.- ¿Eres el diablo?

¿¡Cómo mierda le hace si no quiero que me escuche!? ¡Corre, Schmidt, corre!

-Sólo quería saber si seguía existiendo esa "conexión"- Reí entre dientes.- Es un chiste, Katelyn.- Rodee mi brazo alrededor de su cuello y seguimos caminado.

Piensa en algo mejor y rompe el hielo, Schmidt. Estás cavando tu propia tumba al reino de los imbéciles que les gusta arruinar pequeños momentos.

Suspiré.

>>¿Qué sucede?

No la había escuchado. Hablaba en mi cabeza.
Trague saliva.

Odio que me pille desprevenido.

-Nada.- Mentí.- Es sólo que... Tú y yo deberíamos... hablar bien. En serio.

Se plantó delante de mí.

-¿Qué dice tu alma? Creo que la estoy escuchando. Y está eufórica.- La miré a los ojos.

-La escuchas.- Dijo. No era una pregunta.

Yo sólo asentí.

-¿Porqué no me dices tú qué dice?- Me desafió. Genial. ¿Hablaba en serio?- Tal vez la entiendas mejor que yo. No congeniamos.

-Si... realmente te dijera qué es lo que dice, probablemente saldrías corriendo. Así que no.- Negué con la cabeza.

-¿Qué tendría de malo?- Preguntó poniendo los ojos en blanco.

-Tu alma se empeña en querer salirse de tu cuerpo cuando me ve. Cuando me siente cerca.- Esperé.

-¿Ah?

-Mira. Tomame de los brazos.- Le pedí.

Estire mis brazos hacia ella y puso sus manos encima.

Estaba sucediendo.
La oí retorcerse, queriendo salirse. Sólo una pequeña parte se desprendió. Una mano invisible, de un color gris marino luchaba por atrapar lo que pudiera de mi brazo y aún más.

Observé el rostro de Katelyn. Lo estaba viendo. Y realmente quería que lo viera y lo entendiera.

-Esto mismo sucedió anoche. Y no me digas que no, porque lo viste.- Susurré en voz baja.

-No... puedo... creerlo.- Observó la situación, maravillada.- Esto no es... normal.

Obviamente que no lo es, Tarver. ¡Despierta ya!

-Estás... caliente.

-Y tú, cálida.

>>No me dejes...

¿Qué?
¿Fue ella o su... alma la que dijo eso?

-Te necesito...- Su alma y ella se pusieron de acuerdo.

Esto sería mi fin.
No puedo permitirmelo.

-Cálmate.- Apoyé su cabeza contra mi pecho. Estaba convulsionando.- Te llevaré a casa.





***


Su alma me pone en riesgo. ¿Cómo le hago para poder... decírselo y que lo tome con calma?

Abrió los ojos.
Se la veía distinta.

Su mirada vagaba de un lado a otro. No... dejaba de mirarme.

Se acercó más a mi lado, ocultando su rostro en mi pecho. Sus labios estaban cerrados. Se oía un pequeño gemido proveniente de su garganta.

-¿Porqué me haces esto?- Le pregunté, acariciando sus pómulos. Sabía que no podía responderme. Su alma se había desprendido.

Mierda. ¿Porqué?

Me miró de lado sin expresión alguna en su rostro. Cuando el alma se desprende, no hay forma de hacer que hable. Si esa alma está bien sujeta al cuerpo, sólo el diablo puede oírla.
Al parecer, ella también.

Es muy especial.
En todos los sentidos.

Me vendría muy bien que cuando Kate vuelva en sí, recuerde esto.

-No te esfuerces. No quiero nada contigo. ¿Porqué tú conmigo sí? No puedes venir a donde voy. ¿Qué hay de tu cuerpo? Nadie puede desear esto.- Me señalé a mí mismo.

Sé que soy un imán para el deseo y la lujuria, pero...

Casi creía poder escucharla.

Deslizó sus dedos recorriendo los pliegues de mi camisa. La sensación era algo fuera de lugar, rara.

Su alma estaba fuera de control y debía devolverla donde pertenece.

-Perdoname, Kate.- La tomé entre mis brazos e hice presión con mi mano derecha sobre su corazón.- Vuelve.

Soltó un suspiro ahogado que me llegó a lo más profundo.

Respiró entrecortadamente mientras frotaba su espalda. Esperaba que eso la ayudara.

-¿Pero qué...? ¿Qué fue lo que...?- Pareció despertarse de una horrible pesadilla.- Kendall...

-Tranquila. Deberías descansar.

Se acurrucó a mi lado y ocultó su rostro en mi pecho.

-No me dejes, por lo que más quieras, no lo hagas...

No dije nada y la abracé. Como si no hubiera un mañana. Como si ésta fuera mi última noche con ella.

Madura, Schmidt. Diselo. Tienes qué.

• Enamorada del diablo • EDD1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora