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Nibs y yo nos acostumbramos a ir todas las tardes a nunca jamás, creando indicaciones secretas para llegar, llevando allí sillas y una mesa del comedor que la cocinera decía que estaba demasiado pintarrajeada.

Pero faltaba gente, el lugar seguía desierto para tan solo dos personas.

Al no encontrar a nadie, tuvimos que comenzar a investigar más allá del bosque, al pueblo que se unía con el horfanato por una estrecha carretera de cemento.

Allí encontramos una curiosa casa-barco, en la cuál vivía nuestro querido Capitán Garfio.

Tanto Nibs como yo nos colamos en la estancia del hombre, encontrándole mirando de forma curiosa una hermosa brújula negra, lo que me hizo salir de mi escondite.

El hombre no me preguntó que hacía allí, me trató como si ya supiera quien era y confirmé la teoría que los vecinos decían, estaba demente. Pero veía algo de cordura en sus desvaríos, como cuando le cuentas un sueño que te ha impactado a un amigo, y este no le entiende, sin embargo, ha significado mucho para ti.

Le pregunté por su Garfio.

Y me preguntó si le daba miedo.

Le pregunté por el hermoso objeto.

Y me preguntó si eso le guiaría.

Le pregunté por el barco.

Y me preguntó si eso le ayudaría a encontrar a su hada.

Simplemente, no podías entender lo que decía si intentabas buscarle lógica.

El viejo capitán al que un cocodrilo le devoró la mano tan solo buscaba algo inalcanzable, por lo que decidí hacerle compañía hasta que ese momento llegase.



Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora