XLII

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Llegó un momento en el que no me veía avanzar en el orfanato. Era acogedor y tranquilo, si, pero necesitaba algo más que me asegurara una cercanía a ti.

Una familia.

En ningún momento perdí el contacto con el profesor White, y a decir verdades, le quiero, tanto como se le puede querer a un padre, biológico o político.

Él quería mostrarme el mundo, yo quería descubrirlo; sin embargo, no podía marcharme sin más.

Salvo Tootles, ningún niño perdido sabía mi decisión, y este solía pedirme que no me marchara, asegurandome que nada sería lo mismo sin mí.

Por eso, pedí a Amanda una tregua.

Un día, un sólo día en el que Peter Pan, engreído, caprichoso, infantil y orgulloso hasta la médula, tomase el control por última vez.

Algo así como unas últimas palabras.

Y ella, como un hada madrina me lo concedió.

Tras eso, ni tú, ni Amanda, ni ninguno de los niños perdidos, volvisteis a saber de mí hasta que yo lo quise.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora