XII

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Campanilla y yo entramos a tu enorme cuarto, dónde tanto tu hermano Jhon como tú dormíais placidamente.

Saqué mi linterna de entre los miles de objetos que tenía en los bolsillos y ambos comenzamos a buscar; la encontré a los pies de tu cama y antes de que pudiese cogerla nos sorprendió un factor con el que ni mi gata ni yo habíamos contado.

Tenías un perro.

Me quedé paralizado al verlo y alargué mis dedos con cuidado hacia mi objeto, aunque se abalanzó encima de mí, tirandome y llenando toda mi cara de babas.

Podría decirse que hasta ahí todo estaba bien, yo reía bajo el peso del perro y este jugaba conmigo.

Pero se percató de Campanilla.

Tuvé que huir rápidamente o a esta le daría un paro cardíaco del miedo que le daba Nana.

Wendy, sigo pensando que el destino quiso que volviera al día siguiente.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora