XXXIV

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El catorce de Febrero, la profesora Sali estaba más maja que de costumbre, regalando amor al mundo y felicitándonos San Valentín. Yo no terminaba de comprender el sentido de esa fecha, y el porqué tenías que regalar corazones de cartulina a la gente que amabas.

Y ya que tenía la oportunidad de regalar corazones de papel, ¿Qué mejor que darle amor a todo el mundo?

Primero fui a la casa-barco del capitán donde su cuidador me propinó un dulce y el hombre se quedó mirándolo pensativo, y a punto de llorar me dijo:

-Gracias por estar a mi lado Jacob.

Siempre solía llamarme así, por lo que no le di importancia.

Tras eso, fui al lago de las sirenas, y es que aunque ellas sean cómo sean, todos merecemos un trozo de amor.

Sólo estaban Isabella y Coral, por lo que les pedí que también le dieran uno a su amiga de mi parte.

Después volví al orfanato, ya que se me habían gastado los corazones, y cuando entre a una clase y vi tantos recortados, me puse a tirarlos por la ventana, de tal forma que todos y cada uno de los niños del orfanato tuvieron mínimo un corazón.

No hace falta decir que me llevaron al despacho de la directora por eso, dónde le entregué un corazón a Amanda y llamé al profesor White diciendo que tenía otro para él.

Cuando Sali vio que eso de los corazones se me iba de las manos, me llevo a su cuarto y puso su novela preferida.

Al parecer, Bernarda amaba tanto a Atanasio que era capaz de darle el mundo entero, se besaron y juraron amor eterno, diciendo que no tardarían en formar una familia juntos y que estaban deseando envejecer de la mano.

Casi me da una sobredosis de azúcar al ver a esa pareja tan acaramelada que desbordaba amor por los poros, sin embargo, a Sali le iba a dar un muere de la emoción.

-Peter, tienes que darle tu corazón a alguien muy especial, no a todo el mundo. Ve y dale ese corazón a la chica por la que seas capaz de cruzar el mundo.

En cuanto dijo esa frase pensé en tu nombre, y Campanilla y yo empezamos a correr a tu ventana, de la cual no solías moverte ya que tenías una pierna escayolada por mi culpa.

Te llamé, y nerviosa me pediste que me alejara.

En ese momento no entendí tu reacción, ni tampoco el porqué m tirabas una flauta a la cabeza. Sin embargo, yo cogí el instrumento como si se tratara de tu corazón.

Wendy, espero que en su momento no me equivocase, o de lo contrario me emocioné por nada.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora