XLVI

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Digamos que Campanilla se lo pasó bastante bien con cierto gato, ya que un día me di cuenta de que estaba más perezosa de lo normal.

Finalmente, dio a luz a ocho gatitos casi identicos a ella, salvo uno.

Era blanco, no anaranjado y de alguna forma mi padre me decía que le recordaba a mí, ya que era despistado y parecía estar inmerso en su mundo.

Aunque quería, no podía quedarme con todos, por lo que simplemente me quede con Pan.

Decidí llevarselos a Amanda, ya que estaba seguro de que ella sabría que hacer y les buscaría un buen hogar, pero me sorprendió la entrada de un niño.

Era pequeño, muy pequeño y lloraba cómo si la vida le fuera en eso.

Ni Amanda ni yo sabíamos cómo calmarle, hasta que metí las manos a mis bolsillos y encontré en ellos el preciado objeto que solía llevar conmigo.

No era más que un simple dedal con motivos florales, brillante y bien cuidado, pero aún así para mí era especial.

Me recordaba el primer día que te conocí, ya que se trataba de tu beso.

Te recordé, a ti y tus expresiones maternales que solías mostrar cuando Sightly se raspaba la rodilla.

Sonreí calidamente al niño y le di el beso.

-Ese es mi beso, protegelo, y si alguna vez encuentras a su dueña, dile que me espere.

Tras eso dejó de llorar.

No volví a saber más del niño, y me arrepenti al haber perdido lo único que me quedaba de ti.

Pero Wendy, estoy seguro de que tú hubieras hecho algo parecido.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora