XXVI

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No sé como reaccionaste a mi regalo, ya que en cuanto lo dejé huí, por miedo al rechazo, pero supongo que te gustó ya que al día siguiente no dudaste en hablarme.

Nibs y Curly propusieron enseñarte el orfanato ya que el frío comenzaba a amenazar, y yo lo vi una gran idea, por lo que al poco tiempo ya estábamos corriendo los ocho por las aulas del edificio escolar.

He de confesar que desde que te conocí, siempre solía agarrar tu mano, llegando a ser una costumbre para mí agarrarla cuando estabas cerca. Quizás era porque algo de ti me daba una confianza que solo no podía tener, quizás porque tu sonrisa me mantenía a flote, la verdad, no lo sé.

Cuando quise darme cuenta, ya se me había echo una manía.

En parte, me recordaba cuando mi madre lo hacía, agarraba mi mano y me erradicaba el calor que la estufa rota no podía.

Recuerdo que una vez suspiré, molesto por ver que a pesar de estar bajo siete mantas el frío no podía irse y mi madre cogió el aire delante de mi boca como si se tratara de una pluma.

-Peter, ¿sabes que son los suspiros?.-negué.-Es parte de la felicidad que se escapa, no suspires o estarás triste.

-¿Y si estoy cansado?.-pregunté.

-Si estas cansado, ya sea del día o del mundo, sonríe; puedes llegar a alegrarte a ti y a los que te rodean.

Ese día, jugando al escondite a ciegas, tu suspiraste, recordándome ese momento olvidado de mi infancia, por lo que no pude evitar devolverte tu felicidad y reñirte por dejar que se escapase.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora