XXVII

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El día que me di cuenta de lo mucho que me importabais los niños perdidos y tu decidí marcaros en todos mis objetos.

En mi mesa casi no cabían vuestros nombres, y en el banco de la cocina donde solía sentarme rallé un par de estrellas. En el techo, justo encima de mi cabecero, dibujé dos estrellas con el rotulador amarillo, y cada noche solía mirarlas pensando que esos dibujos me conectaban más con nunca jamás. Y finalmente, en los barrotes negros que separaban las literas escribí cada uno de los integrantes de mi mágico lugar.

Aunque no puse tu nombre, dispuesto a que tu eligieras un lugar; esa noche me pregunté si te estaba dando un trato especial, y si era el caso, ¿porqué lo hacía?

Pero cuando te dije que iba a poner tu nombre donde pudiera verlo cada noche supe el porqué me esperé.

Sin duda puedo decirte que amo cuando tus ojos brillan de felicidad.

Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora