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No sé que te metió la mujer en la cabeza, pero a partir de ese día me era imposible jugar a tu lado, ya que en cuanto me veías sin nada que hacer me mandabas copiar el tema que iba para examen.

Mentiría si dijera que no te llegué a aborrecer como a todos los maestros, pero al contrario que con ellos, a ti no podía gastarte bromas y hacerte rabiar.

De alguna forma, no quería que tu te decepcionaras de mi, sin embargo pedirme que aprendiera era un paso demasiado grande para mí en ese momento.

Tanto tú como los niños perdidos explicabais de una forma muy sencilla, por lo que se me era casi imposible no enterarme, pero eso no quitaba que yo fallara a propósito para que dejarais de intentarlo.

Ellos se rindieron, tu insististe de forma persistente con una fuerza increíble para poder aguantarme sin chillarme lo estúpido que te hacía creer que era.

Te admiré por ello, ni siquiera yo era capaz de no echarme en cara la forma en la que me estaba comportando.

Aún así todo iba tal y como yo quería, deseando que pronto se te pasará el tonto deseo de ayudarme en los estudios y pudiéramos volver a jugar sin que me riñeras por no haber hecho los deberes de esa semana.

Sin embargo, por algún motivo tus gestos siempre me recordaban a mi pasado.

Adiós, Peter

Fue lo último que me dijo mi madre antes de irse lejos de mi casa, para no volver.

No quería que tu hicieras lo mismo que ella y te aprovechaste para amenazarme con mi debilidad.

Wendy, a veces pienso que siempre supiste que me tenías en la palma de tu mano.



Cartas a Wendy [#1.5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora