Capítulo dos.

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DOS: QUIEN TIENE LA ÚLTIMA PALABRA.

●Selley:
¿Cuánto llevaba aquí? ¿Dos horas? ¡Estaba a punto de saltar por la ventana!
—¡Y ya estoy! –exclamó mi compañera entrando por la puerta con el uniforme. 
—Chica, yo tardo, pero tú llevas récord. 
Rió alegremente y cogió su mochila.
—¿Sabes que estamos en el infierno? –pregunté.
—Sí, ¿por? 
—Pregunto, porque parece que vas de fiesta. 
—Hay que llevar las cosas con gracia. Además esto no es tan malo. –dijo sonriendo, pero esta vez ni ella se lo creía– Anda, vamos Selley.

● Harry:
—¿Caliente o frío? –me preguntó la guapa cocinera de la cafetería. 
—Escojo… Una noche, ¿hoy a las diez?
—Entonces, te sirvo el café caliente, sí. –dijo evadiendo mi pregunta.
—Así que te gusta lo caliente… has dado con el hombre indicado. 
—¿Tostadas o magdalenas? –volvió a evadirme. 
—Tostadas. –suspiró aliviada ya que no le había hecho ninguna otra pregunta impropia. Rápidamente, y como si quisiese librarse de mí, me sirvió las tostadas y con una sonrisa forzada, esperaba que le pagase. 
—Te espero a las diez. –dije guiñándole un ojo a la vez que le pagaba.
Me di la vuelta triunfante y me choqué con unos ojos verdes clavados en mí. Y no parecían muy amigables. La recorrí, una, dos, tres veces de arriba abajo. Ella era la nueva, estaba seguro, no recordaba haberla visto pasar por mi cama, aún. 
—Buenos días, guapa –dije acercándome más a ella. Su cara de enfado la dejó de lado, para mirarme con el ceño fruncido. 
—Apártate de mi camino, imbécil. –dijo pasando por mi lado y sonreí ante su ego. La cogí por el brazo obligándola a darse la vuelta.
—¿Así que te haces la difícil?
—Mira chaval –me gritó, poniéndose de puntillas para quedar a mi nivel, por lo que no pude evitar reírme y ella se enfureció todavía más– No sé quién coño te crees que eres, pero no te confundas conmigo. No soy una de tus putas, a mí no puedes tenerme. Así que hazme el favor, y déjame en paz. 
—Cuando te despiertes en mi cama este fin de semana, te tragarás estas palabras, mi amor. –dije y salí de la cafetería, dejándola echa una fiera y roja de ira. Gana quien tiene la última palabra. Y como siempre era yo.

● Selley:
Apreté tan fuerte la punta de mi lápiz que acabó por hacerle un agujero al papel.
—Señorita Selley. –dijo mi profesor de artes– Tiene…¿algún problema?
—No.
—Pues deje de vivir en las nubes y céntrese –me reclamó antes de seguir con la clase– Ahora seguirán trazando… 
¡Lo odiaba! Lo odiaba y ni sabía su nombre. Odiaba su prepotencia, su arrogancia, su egocentrismo, sus rizos…¡todo! Por su culpa toda la mañana había metido la pata, había explotado el aula de ciencias y ya era el tercer agujero que le hacía a mi trabajo de dibujo técnico. Por suerte, y según el horario, solo coincidíamos en clase de literatura. 
¿Quién se creía que era? ¿El dueño de todo el mundo? ¿Cree que puede ir por ahí diciéndole a cualquiera que lo quiere a tal hora en su cama? ¡Idiota! 
—¿Señorita Selley? ¿Puede contestar? 
—¿Puede repetirme la pregunta?
—Cuando se centre y decida atender a mis clases, se la repetiré, ahora, a dirección. 
A regañadientes recogí mis cosas. Genial, mi primer día aquí y a dirección. Una buena forma de empezar un lunes, y ¡Todo era su culpa! Le patearía el culo y me daría igual que me sacase una cabeza. 
Observé el pasillo de derecha a izquierda en busca de una señal o algo que indicase como ir a dirección. En vano. Me encaminé por los pasillos de segundo de bachiller, aún podía escuchar a la profesora de ciencias echar gritos por su amado laboratorio. Me detuve en frente del aula B, donde, situado en frente, se hallaba mi salvación. Recorrí el mapa con el dedo. Planta primera, pasillo de la derecha, puerta…
—¡Auch! –grité de dolor al sentir a alguien pegarme en el trasero. Me di la vuelta para encontrarme a la persona más odiosa que conocía hasta ahora y no, no era mi padre.
—Tienes problemas, ¿guapa?
—Ninguno que tú puedas solucionar. 
—Déjame adivinar, ¿El primer día y ya tienes que ir a dirección? 
—¿Cómo lo…? –él rió socarronamente.
—Así que a la nueva ya le doy problemas de cabeza… ¡Y pensar que tanto te habías resistido en la cafetería y has sido la que más rápido ha caído en mis redes!
Estampé mi mano en su cara de arrogante ¡no aguantaba a los tíos así!
—Te dejé ben claro que yo no soy una de las putas que te llevas normalmente a la cama. ¡A mí me respetas! –le grité dando por finalizada la conversación y dirigiéndome a las escaleras. Me cogió fuertemente del brazo obligándome a darme la vuelta, ¿no me iba a dejar en paz? ¡me iba a oír!
O eso tenía planeado antes de que juntase sus labios con los míos.

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora