Capítulo catorce.

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CATORCE: PEQUEÑA.

● Selley: 

La canción que estaba escuchando en mi reproductor acabó tan pronto llegamos a la mansión Selley. Lo curioso es que no recordaba cuál era, pues en mi cabeza se repetía mi canción. La sonata que Harry acababa de tocarme, o más bien que yo me había auto dedicado. «¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué te comportas así últimamente?» Mi conciencia no dejaba de hacer preguntas que yo no sabía responder. A la actitud de las duchas le había echado la culpa del sueño, pero hace un par de horas estaba completamente despierta y derritiéndome detrás de una puerta de madera al oír como Harry tocaba el piano. ¿Me gustaba Harry? No, de eso estaba segura. Que no sea capaz de encontrar respuesta a…

—Señorita Selley. –la voz de mi mayordomo me sacó de las nubes– Su habitación vuelve a estar lista, puede subir cuando quiera. –me indicó.  Asentí y, tan pronto volví a poner un pié en el lugar, me tiré en la cama. Ya se me habían olvidado lo que eran los lujos y me había acostumbrado al pequeño espacio de la habitación que compartía con Sam, tanto que ahora me sentía extraña en mi propia habitación.  Eso no me impidió corroborar si todo seguía exactamente igual como lo había dejado antes de irme. En cuanto entré en mi baño no pude evitar llenar la bañera y despojarme de toda mi ropa, para acabar sumergiéndome en la espuma. Froté y limpié mi cuerpo con la esponja repetidas veces, intentando que todo rastro de Harry que aún hubiese en mí desapareciera, para que con él desapareciesen también todos mis problemas. En vano. Lo único que necesitaba era poder responder a las preguntas que mi cabeza no dejaba de formular. Suspiré y observé la luz que emitía mi móvil. La señal de alarma me indicaba que debía salir ya. Con una toalla alrededor del cuerpo me planté ante mi armario. ¡Cuánto había echado de menos toda mi ropa! Aquel asqueroso uniforme era el mismo todos los días, estaba más que aburrida de él, por no decir las ganas de vomitarle encima que me entraban nada más verlo por las mañanas.

Después de revisar, con una sonrisa en la cara, toda mi ropa unas tres veces, busqué mi lencería de color negro, al fin y al cabo, estaba de luto. No dejé que los recuerdos volviesen a borrar la sonrisa de mi cara. Con una vez había bastado.

Así acabaron llegando los problemas con Styles.

 Negué con la cabeza y me enfundé un vestido de tirantes con falda de gasa  negro. El que cualquier adolescente normal aprovecharía para acompañar con unos taconazos de infarto. ¿El problema? Yo no era normal. Dentro de mi adorado armario de zapatos me esperaban mis Martens, negros también.

A mi padre le daría un paro cardíaco, como otras tantas veces cuando salía. Podría acostumbrarse, tenía a su pequeña en casa.

Un colgante adornaba mi cuello y un par de pulseras con detalles dorados, mis muñecas. Me tomé la libertad de colocar en mi dedo anular el anillo de diamantes de mi madre. Mi  sonrisa se intensificó a medida que bajaba las escaleras. Por un momento me sentí como si todo volviese a ser como antes, sin conocer a Styles, ni a Sam, ni a Mía ni a nadie de ese internado.

>FLASHBACK<

—Tienes cinco segundos para vestirte adecuadamente, o no saldrás de casa. –aseguró mi padre, señalándome con el dedo índice.

—No seas así George…   –sonreía mi madre, recostada en el diván. – Está preciosa –añadió mirándome.

—Vas a dejar que salga a hacer sabe Dios qué, con sabe Dios qué compañías, y aún por encima, ¿así vestida?

—Te preocupas demasiado,  papá –añadí, con ganas de irme ya. – Volveré pronto –dije dándole un beso a ambos.

—¡A las doce en casa! –dijo serio mi padre, cosa que yo iba a tomar a broma.

—Por supuesto –reí tan pronto puse un pié fuera de casa.

—Solo te falta el collar de púas de perro. –añadió en cuanto me vio.

—¿Sabes? Yo también te eché mucho de menos, papá. –me fijé en que no estaba solo, bastantes de sus socios de empresa estaban ya allí para darle el pésame o simplemente para intentar ganarse un ascenso por amabilidad. –Tenemos que hablar –tiré de su brazo hasta su despacho, sin darle oportunidad a rechistar.

—Si es sobre el internado…

—No, no tiene nada que ver. Es sobre mamá. –tan pronto lo dije, intuí que él ya sabía mi pregunta, aun así seguí adelante – Quiero…  –empecé  a decir, pero rectifiqué – Exijo que me digas como murió.

—Creo que no estás en derecho de exigir nada.

—Me la trae–me di cuenta de que estaba a punto de utilizar una de las expresiones de Sam, y volví a rectificar –me da igual lo que creas, claro que es mi derecho. Porque no hay nada que ocultar, ¿o sí?

—No, no lo hay –dijo intentando aparentar estar serio, pero a mí no podía engañarme.

—Quiero saber el motivo, mamá no estaba enferma. Una persona no muere así por así de un día para otro.

>FLASHBACK<

—Cuando yo tenía siete años, las cosas empezaron a ir mal en mi familia, el contacto entre mis padres iba disminuyendo y solo lo disimulaban cuando yo y mi hermana estábamos cerca. Y aunque yo era muy pequeño, me di cuenta de lo que estaba pasando. Cuando ya no aguanté más, pregunté a mis padres por qué hacían eso, en una de nuestras cenas familiares. Y a partir de ahí, no se molestaron en disimular. Meses después se divorciaron, mi padre se fue de casa sin despedirse de mí ni de mi hermana, y no he vuelto a saber de él. Mi madre volvió a casarse, pero no con el indicado. Él era tan… cariñoso, por así decirlo, que llegó a obsesionarse con ella. Tanto que la separó de nosotros. Mi hermana ya casi acababa bachillerato, por lo que no tardó en marcharse a estudiar. A mí no me quedó más remedio que aislarme de todo, no volví a recibir cariño por parte de mi madre. Pero los celos de mi padrastro seguían creciendo hasta que llegó a pensar que yo era una amenaza entre mi madre y él.

Recordé palabra por palabra la historia de Harry. ¿Por qué ahora? Negué con la cabeza, ya bastantes problemas tenía con él.

—Katherine, tu madre fue asesinada, como creo que has podido intuir tú sola. –dijo y me paralicé. 

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora