Capítulo treinta y cuatro.

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TREINTA Y CUATRO: ESTAMOS EN PAZ.


● Selley:

Completamente pegada a aquella puerta, cerré los ojos intentando apreciar solo el sonido de aquella canción. Pero no podía evitar que mi mente lanzase miles de recuerdos diferentes. La música de piano amansa a las fieras pero hace rebeldes todas esas menciones. Mi madre tocándome el piano, Harry tocándome el piano, lágrimas, besos, una huida de todo y todos… Contuve la respiración y mi cerebro dejó de torturarme durante el segundo que pude disfrutar plenamente de aquella melodía. Mi, todavía, canción. Y la que podía asegurar ser mi favorita.

Pero ahora me hacía daño, retrocedí un paso, escucharla sabiendo que ahora esas notas no son tocadas para mí, duele. Pasar de todo a nada. Retrocedí otro paso.

Nuevas lágrimas naciendo en mis ojos. Todo se empezaba a volver borroso, pero lo que realmente yo veía confuso eran los impulsos que me mandaba el corazón, completamente opuestos a los que mandaba el cerebro. Y cuando colisionaban se jodían las cosas, y estaban a topetazos constantes.

Automáticamente dejé de escuchar todo lo que había a mi alrededor. Tenía la especialidad de meterme en la boca del lobo y salir corriendo de allí era la mejor opción a barajar. Mis piernas no reaccionaron como deberían, así que me conformé con el paso rápido.

—Así que eres tú la que escucha siempre detrás de la puerta.

No avancé más, y no por decisión propia, sino que mis piernas decidieron ponerse en huelga en el peor momento. No quería mirarlo, no quería, n… Acabé plantada delante de él, mientras ambos nuestros iris clavaban sus miradas el uno en el otro.

«¡Bien! Tan valiente has sido al plantarle cara, pues ahora háblale.»

Gritaba interiormente a mi subconsciente mientras buscaba las palabras exactas.

—¿Vas a decir algo? –alzó el ceño, esperando quizás alguna respuesta. Una que no llegaría. – Me lo imaginaba. –pasó por mi lado y siguió caminando por el pasillo.

—Harry. –dejé de escuchar sus pasos a mis espaldas. Y me odié por pensar siempre en alto. Mientras maldecía, volví a tenerlo delante de mí.

—¿Qué? –preguntó, no de la manera borde en que pensé que lo haría.

«Abrázalo.»

Ordenó mi cerebro, ya que palabras últimamente no era capaz de pronunciarlas. Y eso hice. Todo era como un maldito recorrido que no paraba de repetirse.

—¿Al? –interrumpió  mis pensamientos, cuando me separé de su cuerpo y sus brazos no tuvieron más remedio que aflojar la sujeción a mi espalda.

—Quería un abrazo. –me encogí de hombros, restándole importancia. Siempre con la última de mis costumbres, llevar la mirada baja. Alzó mi barbilla con ambas manos y se inclinó hacia delante para rozar mis labios con los suyos, y luego fundirlos. Mis ojos deberían haberse abierto como platos, sin embargo, se cerraron.

—¿Harry? –pregunté confusa, esta vez yo, cuando se separó. No me equivocaba con lo del recorrido. Y este empezaba una y otra vez. “Enfadados, gritos, traiciones, beso, enfadados, gritos, traiciones, beso…” Y así continuamente. Y realmente empezaba a cansarme de nuestro juego. Aunque eso era algo que yo no admitiría nunca, puesto que sabía que me ahorraría una discusión y miles de dolores de cabeza.

—Tú querías un abrazo y yo un beso. Estamos en paz. –intentó ahora él quitarle importancia, para luego verlo desaparecer por el pasillo.

[ … ]

—Mierda, Sam no está. –recordé al entrar en la habitación compartida y no verla sentada a lo indio en la cama, como siempre.– ¿Y ahora qué hago yo toda la tarde?

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora