Capítulo cuarenta y uno.

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CUARENTA Y UNO: CONFÍA EN MÍ, ¿QUIERES?

 

●Selley: 

Me llevó el resto del lunes sacarme de la cabeza las malditas palabras de Catharine. Y aún me había confundido más cuando el profesor de educación física nos obligó a llevar bañador bajo la ropa de deporte. En resumen, mi cabeza estaba echa un manojo de pensamientos que deambulaban de aquí para allá.

—Semana de natación, Selley. ¿Te has leído el programa escolar cuando llegaste? –vaciló Sam mientras recorríamos juntas el pasillo, antes de separarnos a nuestras respectivas clases.

—La verdad es que no. –me encogí de hombros– Tenía cosas más importantes que hacer, como idear un plan para escapar de aquí. –recordé– Deseché la idea en el mismo segundo en el que se me ocurrió. –admití.

El señor Jones explicaba, en un intento de buen profesor de natación, lo que debíamos hacer al meternos al agua, mientras yo especulaba a las demás chicas, haciendo crecer mi duda.

¿Estábamos en una clase o en un certamen de Miss “a ver quién lleva menos tela encima”?

Ignoré el duelo de miradas que se cocía entre ellas y recé por que la última clase del día terminase pronto, y ni siquiera me había metido aún al agua. Utilicé las numerosas veces en las que había tenido que recorrer el largo de la piscina en diferentes estilos como método de escape de la realidad.

«Te quiere más de lo que crees, Selley.»

Me reí interiormente, no me habría leído el reglamento del San Vicente, y ni siquiera me habría molestado en aprenderme el programa escolar, pero lo primero que me habían enseñado al llegar aquí es que Harry Styles no se enamora.

«Eres su chica y hay que estar realmente ciego para no verlo.»

Sí, su chica junto con todas las demás.

«Salid del agua.»

¿Ah?

La voz del profesor se había colado en mis delirios, la clase había terminado y era hora de cambiarse. Tardé de más en la ducha de esos vestuarios, a propósito para quedarme sola, entreteniéndome con el móvil. Lo dejé sobre la encimera mientras me vestía el uniforme cara a cara con el espejo. Era completamente diferente. No había ni rastro de la Allison Selley de hace casi tres meses. La malcriada maleducada que se creía demasiado para este lugar, la cual jamás contestaba de manera agradable se había convertido en una chica que no para de darle vueltas al mismo nombre en la cabeza las veinticuatro horas, que siente las famosas mariposas de los libros en el estómago y no sabe disimular un ataque de celos. La realidad en la cara dolía y me obligué a huir de ella, una vez más, largándome de allí.

[ … ]

—¿Dónde lo habré metido? –rebusqué mi móvil por todas partes.– Mierda.

Me lo había dejado en los vestuarios, por lo que no tenía manera de llamar a Sam. Y eso traía dos problemas, tenía que buscar el IPhone y a mi amiga para empezar la supuesta tarde de estudio, la que seguramente lo habría olvidado cuando el primer tío con intenciones pasase por delante de ella.

Cerré la puerta de la habitación con la llave como una bala y corrí hacia la piscina climatizada en la que hoy había hecho natación. Como no estuviera en el mismo lugar en el que lo había dejado, todos y cada uno de los alumnos de este internado conocerían a Katherine Allison Selley cuando alguien toca su móvil.

Por suerte la puerta de la piscina no estaba cerrada. Abrí una pequeña franja rezando porque no hubiese nadie, lo que corroboré cuando recorrí cada centímetro de la estancia con la vista. Quería mi móvil, no meterme en problemas. Cerré la puerta tras de mí con el máximo sigilo, pero el golpe seco se prolongó por toda la estancia en eco.

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora