Capítulo treinta y nueve.

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TREINTA Y NUEVE: BUENA PUNTERÍA. 


● Selley:

—Buenísima Selley. –me felicitó el equipo, mientras caminaba hacia las escaleras de la entrada principal. Aunque las miradas en mi escote completamente transparentado, como las camisetas de todas las demás personas, dejaba claro a qué se referían.

—¿El lanzamiento o mi sujetador transparentándose? –me burlé y seguí caminando mientras oía sus carcajadas.

Decidí no quedarme con la mojadura encima, como las otras ciento sesenta tías, y vestirme una camiseta que no dejase entrever hasta el último poro de mi piel. Sam se había quedado persiguiendo a alguien y pegándole con su bandana, así que no tuve más remedio que adentrarme sola en el edificio.

—Buena puntería, Selley. –su voz a mis espaldas me hizo detenerme.

● Harry:

—Lo sé. –se dio la vuelta, indiferente y con una sonrisa triunfante, que demostraba lo bien que le sentaba haberme dejado chorreando. Mantuve mis ojos en los suyos, por mucho que su camiseta estuviera más que transparentada y su sujetador me llamase con un canto demasiado tentador. Volvió a girarse para seguir su camino, hasta que se quedó quieta de nuevo, se giró un momento, para añadir–: Sobre todo cuando le di a tu pequeña perra en toda la cara. –me guiñó un ojo y volvió a su camino. ¿Desde cuándo se había vuelto tan condenadamente sexy? Ella siempre había sido “adorable”, bajita y con una forma de ser que incitaba a querer protegerla, y ahora mismo sus caderas ajustadas en ese short negro, dejando sus largas piernas al descubierto, y su camiseta transparentando más de lo que tapaba llevaba a todo lo contrario, incitaba al mismísimo pecado. Negué con la cabeza para volver a la vida real cuando ella ya estaba lo suficientemente lejos.

—Definitivamente estoy loco. –musité para mí.

«No, Harry, ella te vuelve loco.»

● Selley: 

—Podías currártelo más.

—Olvídalo Sam, no voy a llevar más maquillaje que cara. Solo vamos a cenar en el campus, a lo picnic. –se encogió de hombros.

—Pero estamos a domingo, por la noche, te vistes, te maquillas, una cena, un polvo y un lunes que se empieza con mucha energía. –soltó el aire que guardaba contenido en los pulmones en forma de suspiro.– Deberías soltarte el pelo por una noche, ¿sabes?

—Deberás esperar un poco más. –ironicé y volví a clavar la mirada en aquel espejo. Aquellos pitillo negro se ajustaban a mí como una segunda piel, una camisa vaquera con las mangas sobre los codos y una cantidad de rímel, a mi parecer, excesivo, pues parecía que llevaba auténticas pestañas postizas. Pero me había hecho largos tirabuzones en el pelo, y me encantaban.

—¿Estás lista? –seguí a mi compañera de habitación, de nuevo, hacia el campus delantero. Odiaba pensar que para la semana ya estábamos a primeros de Junio y todos los exámenes caían juntos en ella. Pero el jardín, de nuevo completamente iluminado en tonos naranjas y completamente arreglado me libró del estrés.

Grandes manteles dispersados por el suelo, bajo los árboles, y una gran mesa en el exterior de la que servirse todo tipo de aperitivos llamaron mi atención como imanes. Si algo tenía de bueno este lugar era que se curraban las cosas. Mientras Sam buscaba con la mirada el mantel de los chicos, yo encontré el de los profesores, y en él, al señor Fogg hablando con la señora Doyle, profesora de ciencias. Dudé en acercarme, pero cuando esta se levantó, llamé la atención de Sam.

—Ahora vuelvo, tengo que hablar con alguien.

—Está bien, nosotros estamos bajo aquel árbol. –señaló a la izquierda y no tardé en encontrar nuestro mantel. Asentí y me dirigí al del señor Fogg, que me recibió con una sonrisa.

—Vaya, Selley, estás preciosa. –hizo que mis mejillas se encendieran y me senté a su lado.

—Estoy aquí para que me dé las preguntas de su examen. –susurré, como si de una operación de alto secreto se tratase. Me miró con el ceño en alto.– Es broma, –alcé las manos, inocentemente.– vengo en son de paz.

—Hazte rizos más veces y prometo dártelas. –bromeó.

—Son tirabuzones, inculto. –volví a mostrarme enfadada.

—¿No eres capaz de pasar un minuto sin enfadarte conmigo?

—No. Es insoportable, señor.

—¿Ah, sí?

—S…–no me dio tiempo a acabar de hablar antes de estar tirada en el suelo pidiendo clemencia.–¡Pare de hacerme cosquillas, por dios! –las carcajadas salían de entre mis labios, irrevocables.

—Y tú deja de enfadarte por tonterías y tratarme de usted.

—¡Prometido! ¡Pero para! –sus manos se retiraron de mis costados y me incorporé jadeante.– Gracias a usted, señor…–vacilé, pero alguien aclarándose la garganta me cortó.

—Buenas noches, señorita Selley.

—Buenas noches, señora Doyle. –sonreí falsamente a mi profesora de ciencias, que había vuelto con dos sándwiches en el mejor momento y fulminé con la mirada al señor Fogg, antes de despedirme y volver hacia mi mantel. Maldita vieja y malditos sus sándwiches de pavo.

—Por fin te dignas a aparecer. –me recibió Sam, luego me incorporé a la conversación, o más bien fingía estar allí.

—Voy a por una lata de refresco. –susurré en el oído de mi compañera y me levanté, con la necesidad de salir de allí y evadirme de tanto grito.

La mesa que estaba dispuesta con los aperitivos y los refrescos era enorme y estaba llena de todo tipo de tentempiés imaginables. Observaba fijamente todos y cada uno de los refrescos mientras intentaba decantarme por uno.

—Vaya, Selley, estás preciosa. –las mismas palabras, y solo hizo falta que fuera su voz para desatar una estampida de nervios en todo mi cuerpo.

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Hasta aquí el capítulo de hoy. 

Bueno, si este capítulo llega a diez votos antes del lunes, el martes hay maratón de los grandes que solía hacer yo.

¿Darle a un botón cuesta tanto? 

Okay, no os olvidéis de comentar vuestra parte favortia. 

Gracias a las que comentáis y gracias también a las lectoras fantasma <33<3<3

¡Besis! 

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora