TREINTA Y DOS: UN CAMBIO DE POSICIONES.
● Selley:Mi respiración, agitada. Mi pecho subía y bajaba acompasado y gotas de sudor recorrían mi cuerpo, pero ¡por fin podíamos dejar de correr! ¿Qué forma de dar una clase de educación física tiene este hombre? Lo miré con odio mientras todos nos reuníamos en la pista artificial para estirar. Imitaba lo que ya me sabía de memoria, de repetir tantas veces, mientras mi mente proyectaba ante mí dos labios unirse y unos brazos abrazarse. Y ninguno de los dos eran los míos, quizás eso fuese lo que más me dolía. ¿Cómo tenía tanta cara como para enrollarse con Mía delante de mí?
—¡Selley! ¿Puedes hacer el favor de prestar atención? –la ronca voz del profesor de educación física irrumpió en mi mente, y a pesar de que viniese acompañase de recriminaciones, agradecí que impidiese volverme roja de la rabia.
—Sí. –acompañé la afirmación con una especie de gruñido involuntario y estiré más las piernas.
Estiré hasta sentir el suficiente dolor como para que no me dejasen oír ni siquiera los gritos de mi mente. Era difícil, vivir así era completamente un asco. Sucedió todo lo que había rezado porque no pasara. Solo me quedaba aguantar lo que me echasen encima.
—¡Pueden cambiarse! –la misma voz ronca sirvió esta vez de una especie de campana de la libertad. Me centré en largarme de allí, pero lo único que logré fue comerme el suelo gracias a un empujón.
—Oh, lo siento, ¿estás bien? –las disculpas de la pelirroja sonaron tan falsas como lo era ella. Y la cara de satisfacción con la que me miraba desde arriba lo demostraba.
—¿Tienes alguna clase de problema mental? –cuestioné en alto.– Cada vez que nos encontramos me lo confirmas un poco más.
Me levanté y planté cara a aquella arpía de metro setenta y pico. Tenía principios y no me rebajaría a su altura, pero nunca había tenido tantas ganas de dejarle marca.
—¿Sabes? Yo no tengo ningún problema. –se regodeó, tenía el ego crecido. Dos encontronazos con ella en el mismo día, acababan por fastidiarlo completamente.– Lo que sí… tengo a Harry. –me guiñó un ojo antes de seguir con sus amigas. ¿Qué quería hacerme entender, que había ganado? ¡No había nada que ganar! ¿Quizás quería ponerme furiosa? ¡Pues lo había conseguido! ¡Y de pleno!
Atravesé el gimnasio en dirección a las duchas. Ahora sí que echaba humo y estaba segura. ¿¡Quién se creía!?
Con el golpe que le propiné a aquella puerta al salir creí que se vendría abajo. ¡Pero decir que estaba furiosa era poco! No sabía si gritar, llorar, o empezar a dar golpes a todo lo que se me cruzase por delante. Sí, era una niña malcriada y eso sí sabía admitirlo.
Me encerré en la última de las duchas individuales, las femeninas contaban con cabinas más privadas. A diferencia de las masculinas, en las que ya había estado. Pegada a una pared. Medio desnuda. Encima de Harry.
¡Maldita sea! ¿¡Cada lugar de este puñetero internado va a recordarme a él!?
Dejé que un chorro de agua fría cayese sobre mí cuerpo, para empezar a quejarme sobre lo entumecida que me había quedado y no en todo lo que me había caído encima en tan poco tiempo.
Me solté el pelo y empecé a quitarme la ropa de deporte. Me centré en mi melena para ignorar todo lo demás. Salí de aquel lugar lo más rápido que me permitieron mis piernas mojadas, mientras volvía a atarme el pelo. Las dos últimas horas de los martes eran agotadoras, pero me quedaba todo el día para pensar. Justamente lo que menos ganas tenía de hacer.
—Hola. –saludé a Sam al entrar, que para no variar estaba sentada a lo indio sobre su cama con el móvil.
—Hola. –respondió igual de seca que yo. Nuestras miradas se encontraron cuando me dejé caer en la cama. ¡Había sido mi mejor amiga, joder! ¿Y por qué la había perdido? Por no ser capaz de admitir que había sido yo quien la había cagado.– ¿Qué tal el día de hoy? –impidió que siguiese echándome las culpas a mí misma, pero últimamente no hacía otra cosa.
—Una gran mierda, no voy a mentir. ¿Y el tuyo?
—Bueno, ya sabes. Mi vida se basa en no hacer nada en clase y sexo en los descansos. Debo admitir que soy una ninfómana sin remedio. –negó con la cabeza. Y a mí me gustaba que fuese así, de esa “ninfómana” me había hecho mejor amiga. Nos mantuvimos la mirada, ¿qué clase de conversación había sido esta? ¿¡Y qué clase de mejores amigas seríamos si perdiésemos nuestra amistad por un hombre!?
—¡Qué leches! ¿Somos mejores amigas o no? –sonrió.– Dime a quién tengo que dejar inválido.
—Déjame a Mía a mí.
—¿La pelirroja esa ha vuelto a hacer de las suyas? –alzó el ceño.
—Digamos que tuve entradas para una función en primera fila de la manera tan natural que tienen Harry y la arpía esa de enrollarse en el pasillo. ¡Y él me había negado en la cara no haberse acostado con ella después de hacerlo conmigo!
—En realidad, no te mintió. Harry decidió comportarse así después de ver tus cariñitos y mimitos con el señor Fogg. –no quise ni preguntar de dónde habían sacado eso.– Pero al igual que él, tú también vas a jugar.
—¿Qué?
—Vas a aprender cómo ser una rompecorazones.
—Pero yo no quiero ser nada.
—¡Claro que no! Tú lo que quieres es vivir amargada como estás. Por una vez hazme caso a mí, sin rechistar.
—Pero–
—Calla y escucha.–esto no iba a ser bueno, lo presentía.– A los chicos les gusta el peligro. Y tú vas a jugar a decir te quieros.
—¿Y eso para qué vale a parte de para engañar y hacer daño? –la corté.
—Principalmente para que el rulos vea que no es él el que sale siempre victorioso.
—¿Pero no era tu amigo y no sé qué más?
—Sí, pero todos tenemos que aprender alguna vez y a él le llegó la hora.
—¿Y qué se supone que quieres que haga? No pienso tirarme a cualquiera, como la mayoría de zorras.
—¡No tienes que tirártelos! Solo tienes que aparentar delante de Harry ser como…¡la mujer más deseada del internado! Además no creo que te cueste mucho.
—¿Y eso va a servirme de algo? –las ideas de Sam siempre resultaban ser una locura. Ya lo había comprobado con lo de la apuesta.
—Simplemente es un cambio de posiciones. Ahora tú estarás arriba, disfrutando, y él abajo, muriéndose de celos.
ESTÁS LEYENDO
Del cielo al infierno
FanfictionHarry la quiere bajo sus sábanas, ella a él bajo tierra. Solo una prohibición basta para hacer nacer la tentación. ¿Cederá a caer en sus redes para que la deje en paz de una vez? ¿O en realidad no quiere que lo haga? _______________________________...