Capítulo treinta y tres.

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TREINTA Y TRES: SE CONVIERTE EN UNA ZORRA MÁS.


●Selley:

—Recuerda, hoy a la hora del almuerzo comeremos con los del equipo de fútbol americano. –sonrió entusiasmada. ¡No iba a funcionar para nada!

Salió de la habitación antes de que yo pudiese protestar. No tenía apetito, por lo que caminé directamente al aula de lengua. Amaba esa asignatura, pero no podían pedirme lo mejor de mí si siempre me tocaba a las primeras horas de la mañana.

—Buenos días…¿señor Fogg? –extrañada de que la clase ya estuviese abierta y por no tener que esperar, entré.

—¡Qué sorpresa verte aquí tan temprano!

—¿Está insinuando algo? –dije acercándome a la mesa de este después de dejar el material sobre la mía.

—¿Quizás que siempre tengo que esperar un cuarto de hora por ti antes de empezar la clase? Tus compañeros deben de estarte agradecidos.

—¡Tampoco se pase! Lo de hoy compensa los demás días. –me senté en el reposabrazos de su silla y cotilleé lo que estaba haciendo.

—Sabes que no me gusta que me trates de usted, me hace sentir mayor.

—Vale, colega. –bromeé ante lo verdaderamente raro que sonaba.– Tengo sueño. Déjame dormir en clase, te lo suplico. –ahora lo miré a él y crucé los dedos.– Prometo no llegar tarde nunca más. –puse la mejor cara de cachorro que sabía hacer.– No tiene más que fijarse en mis ojeras.

—No puedo hacerlo, Kate. Me acusarían de favoritismo. –bromeó.

—Dime la verdad. ¿Quién es tu alumna favorita? –pasé lentamente un brazo por su cuello hasta abrazarlo completamente.

—Tú, por supuesto. –ironizó.

—¡Oye! Si lo dices de br…

—Buenos días. –aquella voz grave, que yo conocía de sobra, nos interrumpió. Solo cinco segundos le bastaron para observar la escena antes de sentarse en su silla. Me levanté rápidamente y me coloqué bien la falda.

—Tú y yo vamos a tener una conversación muy seriamente. –susurré al profesor con mirada de odio y, aburrida por la espera, me senté en mi sitio. En pocos segundos la clase comenzó a llenarse y el timbre no tardó en sonar. Conocía de sobra la táctica de dormir con los ojos abiertos y volví a clavar la mirada, justo como el día anterior en la ancha espalda del profesor.

E igual de perdida me encontraba en las demás clases, en las que tenía que molestarme en disimular bastante más. Hasta la última hora, ciencias.

El laboratorio ya estaba completamente reconstruido. Y seguramente la profesora de bio se lo pensaría dos veces antes de dejarme volver a realizar alguna de las prácticas. Tan pronto como tomé asiento aquella cincuentona de pelo cobrizo canoso me lanzó su mayor mirada de odio, con el ceño en alto. Cada vez que esta empezaba a explicar la elaboración de las diferentes mezclas, algunos de mis supuestos compañeros se giraban y me sonreían. Otros ni se molestaban en ocultar las carcajadas.

Maldije por el pasillo cuando salí de allí de camino a la cafetería. Otra de las cosas que ahora hacía usualmente, echar la culpa de todo a otros. Quizás yo lo había explotado, ¡pero había sido su culpa! Aquellos rizos me habían torturado desde el día que llegué y en aquella clase no fue mi cosa mía echar un par de gotas más de aquel producto altamente inflamable.

Me recorrió la melancolía de esos tiempos en los que el castaño era todo lo que odiaba y repudiaba en una persona sola. Esos “tiempos” –no tan lejanos, pero demasiadas cosas habían cambiado, por desgracia– en los que juraba que no me acercaría a él a menos de tres metros. Que al quebrantar aquel juramento solo había conseguido lo único que no quería.

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora