Capítulo treinta y uno.

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TREINTA Y UNO: Y DALE CON EL APODITO ESE.


● Selley:

Los días pasaron imperceptiblemente, y el segundo mes que debía pasar aquí había acabado antes de que pudiese pestañear. Pero nada más que el tiempo había avanzado. Las cosas seguían completamente igual que antes,  mi amistad con Sam estaba marcada, pero poníamos el máximo empeño en que llegase a ser igual que antes. A pesar de los pequeños cambios, seguía siendo un martes como cualquier otro. Clase a primera de lengua y mi dilatación y parsimonia para hacer las cosas seguía presente. Por lo que iba a llegar tarde, o con un poco de suerte, justa de tiempo. El salir corriendo de mi habitación, como una loca por los pasillos, me hizo chocar con alguien de bastante más estatura que yo. Y por suerte no caí al suelo y me evité el recoger los veinte mil papeles que llevaba.

—A ver si miras por donde vas, nuevita. –aquella voz tan repipi como siempre entró por uno de mis oídos produciéndome ya de mañana unas fuertes migrañas.

—No creo que quieras discutir a estas horas, pelirroja. ¿Nunca te cansarás de llamarme así? –los ojos azules de Mía me especulaban con rabia.

—Me complace joderte.

—En realidad no lo haces. –vacilé.– Y si no te importa, me voy, que no soy propicia a las peleas de gatas. –mi falsa sonrisa fue lo último que vio antes de que me diese la vuelta, pero sabía que no me dejaría irme sin tener la última palabra. Su brazo me sujetó fuerte, haciéndome girarme de nuevo, para saber qué burradas soltaría ahora.

—Quizás Harry contigo tenga química, pero conmigo tiene historia. –añadió. Guau, acababa de dejarme loca. Debería dejar las redes sociales, sí. Aguanté las risas y, dándome cuenta de que la gente empezaba a desaparecer, me obligué a poner fin a aquel encuentro la mar de divertido.

—En realidad conmigo tiene lengua, así que si no te importa, –dije señalando con la cabeza su brazo aun sujetando el mío.–voy a llegar tarde. –esta vez no me molesté en sonreírle falsamente y me apresuré a entrar por la puerta de clase justo antes de que el profesor la cerrase. Una mirada suplicando un perdón acompañada de una enorme sonrisa lo hizo sonreír a él también, y rápidamente ocupé mi asiento al fondo al lado de la ventana.

Clavé la vista en la gran pizarra blanca, y mientras miles de recuerdos, pensamientos, y reproches que me mandaba mi cerebro, surcaban mi mente, no desprendí la mirada de ella. Estaba a mi lado y no me digné ni a mirarlo. Y tampoco él a mí. Quizás a veces se me fuese un poco el iris hacia la derecha, pero lo reprimía en cuanto lo intentaba. Ni siquiera el estridente sonido de la campana me hizo desviar la mirada de aquel gran rectángulo blanco. Recogí las cosas como una autómata cuando la clase estuvo prácticamente vacía.

—¿Kat? –la voz del señor Fogg me hizo reaccionar.– Llevas un par de semanas en otro mundo. Ni siquiera eres capaz de concentrarte, ¿te pasa algo? –dejé las cosas sobre su mesa y me apoyé en ella con los codos.

—No lo sé. Creo que necesito pensar en otras cosas. –asintió, él lo sabía bien puesto que era una de las pocas personas a las que se lo contaba casi todo. No iba a negar que se hubiera ganado mi confianza y me sentía muy a gusto con él por muy raro que pareciera.

—¿Por qué no me ayudas a pensar en algo para recaudar fondos?

—¿Recaudar fondos?

—Cierto, tú también eres nueva.

—Y dale con el apodito ese. –rodé los ojos y lo dejé continuar.

—Al final de cada trimestre, el instituto realiza una especie de actividades en las que se recaudan fondos para el material escolar y alguna que otra actividad lúdica. Participan todos los alumnos, por lo que tiene que ser algo divertido. Normalmente se encargaba el antiguo profesor, el señor Gaffigan. Así que este trimestre me toca a mí. –suspiró. Adorable.– ¿Se te ocurre algo? –estaba tenso, mucha presión y se notaba. Me acerqué por la espalda para abrazarlo, y, por lo menos, intentar tranquilizarlo.

—Tranquilo, se me ocurrirá algo. –le guiñé un ojo mientras me miraba sobre sus hombros, y propiné un beso en su mejilla.– Va a acabarse el descanso y ahora tengo otra clase. –recogí mis cosas, llegaba tarde por hablar tanto, ¡qué raro!  –¡Si se me ocurre algo te lo diré! –exclamé y no tuve más remedio que salir corriendo hacia mi taquilla.

La abrí lo más rápido que pude, en vano ya no era capaz de encontrar el blog de artes.

—¡Por fin! –dije al encontrarlo y un gran suspiro hizo que me diese un vuelco al corazón. Me giré sobre mis talones para descubrir a Mía al otro lado del pasillo observando como Harry caminaba hacia ella. No tardó ni tres segundos en acorralarla contra la pared. Y lo que surgiese ahí no era asunto mío. Volví a girarme para coger las cosas. O no se habían dado cuenta de mi presencia, o la ignoraban.  El timbre que anunciaba el final del pequeño descanso entre clases irrumpió en el pasillo y oí el último de sus besos antes de percibir el repiqueteo de los tacones de la pelirroja alejarse. Ya intuía la expresión de asco que ahora mismo debía haber en mi cara. Estaba sola con el rulos en aquel pasillo y aún estaba más harta de disimular y ocultar lo que sentía, por lo que cerré la puerta de la taquilla con un sonoro golpe y me largué de allí.

A ver si le quedaba claro la mierda que provocaba ahora, su mera presencia, en mí.

Del cielo al infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora