CAPÍTULO 7.

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Tenía mi capucha puesta y un lindo vestido que mi madre me había regalado hace un par de días, llevaba mi cabello suelto y esperaba impaciente sentada en mi cama con la maleta a un lado

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Tenía mi capucha puesta y un lindo vestido que mi madre me había regalado hace un par de días, llevaba mi cabello suelto y esperaba impaciente sentada en mi cama con la maleta a un lado.

Movía mis pies inquieta ya que hoy era el día en el cual regresaba a casa con mis padres. El doctor Barbosa me dijo que estaba fuera de peligro así que no sucederá nada si dejo este lugar y a decir verdad me da un poco de miedo dejarlo, no sé cómo retomaré mi vida o incluso no sé si pueda vivir sin mis medicamentos.

—Wendy... tu madre está fuera —dijo una enfermera desde el marco de la puerta sonriéndome.

Le devolví la sonrisa y me levanté entusiasmada aunque a la vez estaba temerosa.

Me guiaron por aquel pasillo blanco que no echaría de menos y al llegar a la sala de espera la enfermera me dio un abrazo y me deseo suerte. Yo me dirigí hacia una señora que se encontraba de espaldas, llevaba el pelo en un moño, un vestido rojo vino y un lindo suéter de gamuza negro.

Ella se dio la vuelta y sonrió al verme al igual que un par de lágrimas escaparon de sus ojos, ella corrió hacia mí y me abrazó al igual que yo.

—Mi niña, te eché de menos —dijo entre sollozos.

—Yo también madre —sonreí.

Al separarnos la pude observar un poco, ahora mi madre se veía decaída ya no era más aquella esposa perfecta de risa burlona y sobre todo se le notaban más años encima y unas cuantas arrugas.

—Vamos de vuelta a casa, tus hermanos te esperan.

Me tomó de la mano y salimos, cerré los ojos rápido temiendo que fuera un sueño pero sentí demasiado frio en mi cara y cuerpo lo cual indicaba que no estaba soñando.

—Abre los ojos Wendy —dijo mi madre como si se tratara de una sorpresa.

Le obedecí de inmediato y sonreí al instante, era invierno y todo estaba cubierto de nieve.

—Vamos que deben estar esperándonos —dijo una vez más mi madre.

Nos montamos en el carruaje que nos llevaría a nuestro hogar, a lo cual yo me senté del lado de la ventanilla y observaba todo con asombro, ya que no había salido en mucho tiempo.

Tardamos un poco más en llegar a lo que recordaba, mi madre le pago al cochero, bajamos y nos dirigimos a la entrada, aunque algo estaba muy mal.

—Madre, pero si esta no es nuestra casa —le repliqué.

—Lo sé, ¿te gusta? Tu padre creyó que sería una buena idea comprar una nueva —me sonrió.

No me extraño en absoluto lo que mi madre dijo, ya que claro mi padre se esforzaría en ocultar cualquier indicio de mi enfermedad y esa casa era un gran ejemplo.

—Ya... es muy bonita, pero me gustaba más la otra —dije melancólica.

—Lo sé pero ahora esta es nuestra y es muy bonita, tiene un enorme jardín, el doctor me dijo que sería bueno tener uno, así que tu padre se empeñó en buscar una casa ideal —dijo con alegría.

—Bien —dije sin importancia.

No dije más y entramos, la verdad era más bonita y espaciosa que la anterior, tenía muebles de los más finos y era de tres pisos.

Mis hermanos se encontraban sentados en las sillas de la mesa principal y al verme se arrojaron a mí.

— ¡Wendy! Cuanto tiempo, pero que mayor estas —dijo Michael eufórico.

Mayor... esa palabra no me agradaba en lo absoluto ya que es lo que menos quiero por ahora.

—También estas muy guapa Wendy —dijo ahora John.

Les sonreí a ambos y les abracé.

—Me alegra de verlos a todos, pero, ¿Dónde está mi padre?

Al decir eso mis hermanos bajaron la mirada y a mi madre se le cristalizaron los ojos.

—Hijos podrían poner la mesa, yo tengo que hablar con su hermana.

—Si madre —dijeron al unísono.

—Vamos Wendy, te mostraré tu habitación, es en el segundo piso.

Tomó mi pequeña maleta y nos dirigimos hacia mi habitación, al llegar quede asombrada ya que era muy bonita y acogedora.

—Cambié tus muebles a excepción de tu cama, se cuánto te gusta —me sonrió.

—Mamá, ¿dónde está mi padre? —pregunté de nuevo.

Se dirigió a mi cama y se sentó en esta indicándome que hiciera lo mismo.

—Verás, cuando te marchaste ya no era lo mismo, todo estaba frío ya no había vida en casa, pero a tu padre no parecía afectarle, incluso te olvidó por completo, tuvimos muchas peleas y después de consultarlo unos meses decidimos... divorciarnos.

Sabía que algo estaba mal. Comencé a llorar después de esto sin control, mi madre solo me abrazaba, sobaba mi espalda y repetía un par de veces que todo estaría bien.

—Todo esto es mi culpa —dije con la voz cortada.

—No mi niña, no fue tu culpa que esto pasara, son cosas de adultos que tu aún no comprendes, así que deja de llorar y muéstrame esa sonrisa.

Con esfuerzos le sonreí a mi madre, me abrazo y me acarició el pelo por un rato, cuando me sentí mejor me ayudo a desempacar mis cosas y bajamos.

Mis hermanos ya estaban en la meza conversando sobre algún partido de soccer al vernos callaron y entablamos una nueva charla, sobre diferentes temas, no preguntaron sobre mi estadía en el psiquiátrico lo cual me agrado mucho.

Al terminar mis hermanos se marcharon ya que ellos decidieron vivir con papá, mi madre fue a dormir, yo al contrario me puse mi camisón de pijama y explore toda la casa.

En el primer piso se encontraba la sala, un comedor, cocina, salón de fiestas y una enorme puerta de cristal que te llevaba al jardín. En el segundo, esta mi cuarto, el de mi madre y otros tres, dos baños y cada cuarto con su pequeño balcón a excepción del mío que solo tiene un ventanal y el tercero al parecer era un enorme ático ya que tenía que desplegar unas escaleras que se encontraban en el techo para subir.

Toda la casa era hermosa, con los muebles más finos que pudiese haber. Me dirigí a mi cuarto y comencé a escribir en mi pequeño diario.

Al terminar, abrí mi ventana dejando entrar aquella brisa, me dirigí a mi cama, me acosté y caí en un profundo sueño.

Remember WendyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora