Capítulo 8: Pequeño amigo

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BEN

Es nueve de marzo y me dirijo a la universidad para iniciar mi tercer años de medicina. Me encuentro con Chase y mis otros amigos en la entrada y los acompaño mientras se terminan su cigarrillo, es irónico como estudian para salvar vidas pero se arruinan las propias fumando. Debo admitir que en mi adolescencia también fumaba para hacerme el mayor pero no me duró mucho esa etapa ya que siempre fui fanático del deporte y eso con el cigarro no son buena combinación.

Nos dirigimos al tercer piso del edificio de salud, a la clase de farmacología general y sistemas. La hora se pasa muy lenta y estoy apunto de quedarme dormido cuando la profesora me hace una pregunta, por suerte era algo que había estudiado el año pasado y lo respondí bien; salimos media hora después con mis amigos alabándome por haber respondido sin haber escuchado la clase, yo solo me río. El resto del día sigue igual de aburrido y yo quiero vacaciones otra vez, a la salida me despido de Chace y conduzco hasta mi casa, al fin podré descansar un poco, tengo mucho tiempo y en tres horas debo ir a la clínica.

Media hora después estoy entrando en el estacionamiento afuera de mi casa y siento un alivio tremendo cuando me doy cuenta de que no hay nadie, aparte de algunas mucamas. Mi padre tuvo que salir a un viaje de trabajo a Londres e invitó a mamá, ella encantada fue, no por hacerle compañía ya que así se aburriría, si no porque ama Londres.

Me recuesto en mi cama y prendo la tele, me pongo a ver un partido de futbol pero me duermo antes de que pasen diez minutos. Feli, una señora que ha trabajado desde toda la vida en nuestra casa es la que me despierta, siempre ha sido una especie de abuela para mi, ya que mis abuelas no es que sean muy cariñosas conmigo.

—Mi niño —dice moviéndome despacio—, se le hace tarde para el voluntariado.

—Cinco minutos más, Feli —digo aún somnoliento y poniendo la almohada encima de mi cabeza.

—Son las cuatro y media.

—¡¿Qué?! —me levanto de un salto y salgo al baño.

Me cepillo los dientes con rapidez y me arreglo un poco el pelo que está muy desordenado; le doy un beso en la mejilla a Feli y salgo corriendo al auto, debo estar en la clínica a las cinco y a esta hora es cuando más autos hay en la calle. Conduzco a una velocidad un poco más aumentada que de costumbre pero aún así, llego diez minutos tarde.

—Siento mucho el retraso —entro a la pequeña sala apenas entro y veo al supervisor.

—No te preocupes —dice sacando la vista de su revista médica—, Toby estaba preguntando por ti hace un rato.

—¿Cómo amaneció?

—Él dice que bien, pero sus últimos exámenes no salieron muy buenos.

Toby es un chico de doce años que conocí en el ala de oncología pediátrica, tiene cáncer desde los nueve años, comenzó con leucemia y luego migró a los pulmones. Últimamente he pasado mucho tiempo con él y nos preocupa que el cáncer migre más, produciendo una metástasis a todo el cuerpo.

Me pongo una especie de bata médica, que dice que soy voluntario y me dirijo a la habitación L301, lo veo con los ojos cerrado en su camilla, puedo ver como aprieta los parpados con fuerza como intentando soportar el dolor, cuando abre los ojos puedo ver que los tiene llorosos pero al verme sonríe.

—Pensé que no te aparecerías hoy —me dice haciéndose el ofendido.

—Fueron solo diez minutos de retraso, exagerado.

—Traes la almohada marcada en la cara —bromea y muestra la lengua.

—¿Cómo te sientes?¿Te duele algo?

—No, todo está bien —intenta poner su mejor cara, pero en este tiempo he aprendido a conocerlo y sé que no está todo bien; lo miro fijamente para que se dé cuenta de que no le creo—. Solo son los nuevos medicamentos, aún no me acostumbro pero ya lo haré.

—No tienes que hacerte el fuerte conmigo como lo haces con tu familia, Toby. Puedes permitirte ser débil de vez en cuando, yo no le diré a nadie.

—Hay gente que sufre mucho más, esto no es nada.

—Está bien, pero debes saber que todos merecemos ser débiles alguna vez.

—¿Te dijeron los resultados de mis últimos exámenes? Esto empeora cada vez, y no hay nada que podamos hacer para arreglarlo, sé que todos ruegan para que ocurra un milagro y me cure pero yo sé que es imposible; por ahora solo me preocupa que el cáncer no migre a mi cerebro pero sé que en algún momento lo hará. No me queda otra que conformarme con lo que tengo y aprovechar el tiempo que me queda, ya he hecho sufrir a mi familia lo suficiente con todo esto y solo quiero verlos felices antes de irme.

—Aún quedan posibilidades, no debes darte por vencido; aún puedes ganarle a esa maldita enfermedad, tal vez antes era difícil pero hoy existe la tecnología suficiente como para hacer algo.

—Llevo tres años combatiéndolo y no hace más que empeorar, ningún tratamiento, por más avanzado que sea funciona en mi. A veces pienso que si muriera todo sería más fácil para mi familia, si sufrirían pero no tanto como lo hacen ahora, viviendo con la incertidumbre de no saber si seguiré vivo al día siguiente.

—No vuelvas a decir eso, Tobias —no me había dado cuenta de que su madre nos escuchaba hasta que habla con la voz cortada por las lagrimas—. No quiero escucharte decirlo otra vez ¿escuchaste?

—Mamá...—no alcanza a decir nada más porque la señora abandona la habitación, rápidamente—, la he cagado...otra vez.

—Esas no son palabras de niños —intento alivianar un poco el tenso ambiente y por suerte él sonríe.

—No soy un niño y lo sabes —dice con aires de arrogancia—, además, ahora estoy enamorado, por lo que soy grande.

—Ya ¿y puedo saber de quién? —pregunto divertido.

—Claro, pero solo si me ayudas a conquistarla —riéndome aún asiento con la cabeza—, es...Violeta.

—¿La enfermera? —pregunto entre sorprendido y divertido y él asiente—. Sabes que está casada ¿no?. Y que te dobla en edad.

—Sí, pero no está muerta. Y para el amor no hay edad, menos en mis condiciones, lo más probable es que no viva mucho más.

Antes de que le pueda decir que no diga eso, entra Violeta por la puerta para tomarle los signos vitales y traerle la comida, veo como mi amiguito se pone del color de un tomate.

—Hola, Letty —dice dejando de lado su timidez.

—Hola, Toby ¿cómo estás?

—Guapo, como siempre.

Suelto una carcajada al igual que ella y salgo de la habitación, dejando que mi amigo la «conquiste» a su manera. 

El resto de tarde, me paseo detrás de los médicos y enfermeras para ver los procedimientos que hacen a los pequeños pacientes, y los ayudo cuando me necesitan. Antes de irme, paso a despedirme de mi pequeño amigo y una lagrima rueda por mi mejilla cuando veo que le están aplicando reanimación cardiopulmonar porque otra vez se descompensó.

Enséñame a amar (SS#1) (VR#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora