Capítulo 61: Tus deseos son órdenes

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Ben

Ella sonríe apenas le pido que baile mientras toco el piano, pero primero me pide que le enseñe las demás cosas del estudio. Llegamos hasta un armario que está pegado a la pared y lo abro, hay cajas y cajas de zapatillas de puntas usadas, quebradas y algunas casi nuevas.

—Creo que nunca he visto tantas en mi vida —dice sorprendida—. Solo tengo cuatro pares, cual de todos más desgastados. Esto es como el paraíso.

—Bueno, mamá tiene más del doble que tu edad y ha trabajado en lugares donde cada día o semana debían tener unas nuevas porque se rompían, o algo así dice ella.

—Es una gran bailarina, cuando pequeña soñaba con llegar a bailar como ella.

—¿Quién dice que no lo harás?

—Tu madre ha dedicado su vida a la danza, yo soy un poco más del tipo que deja las cosas de lado, ya sea por cualquier razón. Dudo que alguna vez llegue a ser lo mitad de buena de lo que ella es.

—Si no fueras ni siquiera la mitad no serías las favorita de ella. Eres demasiado dura contigo misma —la acerco a mí con delicadeza—. ¿Por qué no te pruebas unas? Tal vez son de tu número.

—¿Estás loco? No creo que sea correcto que use sus puntas, no quiero que se moleste.

—¿Crees que se molestará? Tiene mil pares, algunas deben estar hasta sin usar.

—No lo sé...

—Vamos, será nuestro secreto.

Le guiño el ojo y ella se acerca temblorosa, como si pensara que la caja la va a morder o algo. Toma un par que parece casi nuevo y sus ojos brillan.

—Adoro esta marca, es como el sueño de toda bailarina pero son demasiado caras. Siempre me pregunté qué tendrían de especial.

—Pruébatelas. No lo notará, creo que la mayoría son de esa marca pero la verdad no tengo idea de eso.

Hace lo que le digo y su sonrisa se hace todavía más grande cuando se da cuenta de que son de su número. Siempre creí que lo serían ya que ella y mi madre son casi de la misma estatura, la rubia se pone de pie y comienza a calentar sus pies mientras yo me acerco al piano e intento recordar alguna melodía que no sea tan difícil, hace mucho que no toco y no quiero hacer el ridículo.

—¡Son maravillosas! ¡Todo lo que he escuchado sobre ellas son verdad! —exclama como una niña pequeña y me da mucha ternura—. Es como... no sé cómo describirlo... siento como que vuelo.

—¿Estás lista? —pregunto cuando yo lo estoy y ella asiente­—. Muy bien, aquí vamos.

Me guiña el ojo y comienzo a tocar, elegí prelude in C major que fue una de las primeras que aprendí sin ayuda de nada, aparte de una de mis favoritas. La rubia sonríe, cierra los ojos y un segundo después se deja llevar por la música, como si no necesitara nada más, como si lo llevara en la sangre, como si llevara ensayando ese baile por meses y no lo estuviera improvisando. Me acabo de enamorar un poco más de ella en este momento, intento desviar la vista para no perderme y equivocarme en la melodía pero se me hace imposible. Es tan perfecta, tan hermosa, tan todo. Kate tampoco deja de mirarme en ningún momento y la sonrisa que tiene no se la borra nadie, la mía menos.

Termino de tocar al mismo tiempo que ella de bailar y nos quedamos haciendo contacto visual por un largo rato hasta que unos aplausos nos sacan de nuestra conexión. Es mamá que está en el marco de la puerta, ni siquiera me di cuenta cuándo llegó, estaba demasiado embobada viendo a mi novia.

Enséñame a amar (SS#1) (VR#3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora