Capítulo 42

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"Tienes el Síndrome de Estocolmo" 

Vaya que Zayn era un idiota. Yo no estaba enferma, ¿Desde cuando enamorarse era una enfermedad? Simplemente mi relación con Zayn nunca sería de un total cien por ciento amigable, solo lo intentaba.

Dejé a Jane en la planta baja al cuidado de Kat, y subí las escaleras preparándome mentalmente o para tener una discusión, o para ser tolerante y escuchar lo que sea que le haya pasado a Louis, sin embargo, gracias a el estrés de mi día probablemente ni eso sería capaz de tolerar.

Con sumo cuidado y silencio, abrí la puerta de la habitación y la cerré lentamente detrás de mí. Contuve un grito en mi garganta al verlo, estaba sentado a la orilla de la cama suturándose por su propia cuenta un gran herida en su costado izquierdo y su labio inferior estaba roto.

—¡¿Qué demonios te sucedió?!—le pregunté alarmada, sentándome a su lado.

Su cabello estaba empezando a pegarse de su frente por el sudor, sus dientes permanecían apretados con fuerza mientras la aguja salía y entraba de su piel.

—Me corté.—logró decir con dificultad, sin verme.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Con qué?—pregunté, aguantando cada punzada que me daba en el estómago a medida que él seguía cosiendose.
—Una navaja. Un niño idiota. Dieciséis años, quizás.
—¿Por qué demonios te hizo eso? Se supone que siempre estás armado precisamente para que esto no suceda.
—Lo sé, pero no le iba a disparar. No lo iba a matar.

La herida de quizás diez centímetros de largo ahora estaba cerrada, cortó el hilo sobrante y suspiró pesadamente. Tomé su cara en mis mejillas y aparté el cabello mojado de su frente, limpié su sudor con mis manos y por último sentí la necesidad de probar una vez más sus labios, el sabor a metal de su labio roto se mezcló en mi boca con el dulce. Nos separamos y él permaneció con su frente pegada a la mía respirando por períodos cortos y jadeantes. Su mirada estaba neutra, sabía que sentía dolor y su manera de demostrarlo era así. O era que yo, había aprendido a descifrar sus sentimientos a través de sus ojos.

—Tienes que tomar antibióticos, puede infectarse.—le susurré, él sonrió sin fuerza y besó mi frente. Intentó moverse y gimió.
—Duele.. un poco.—dijo finalmente.

Bajé mi vista a su abdomen y deslicé mis dedos cerca de la herida. Todo su cuerpo brillaba en sudor, sus ropa cerca de él estaba llena de sangre y sucio. Me levanté y fui al baño donde en un recipiente llené de agua limpia, volví a la habitación y lo ayudé a tenderse en la cama con cuidado, me senté a su lado y humedecí toallas para limpiarlo. Limpié su abdomen, deleitándome de aún no descifrar sus tatuajes,  limpié sus brazos y su cuello. Luego sus mejillas y frente. Volví al baño a desechar las toallas manchadas con su sangre y el agua.

Al volver, sus ojos estaban cerrados y sus labios fruncidos sintiendo dolor.

—No me gusta.
—¿Qué no te gusta?—preguntó, abriendo sus ojos, nuevamente.
—Louis, tienes una enorme herida la cual te causa dolor.
—Es.. normal. Por cierto, te ves hermosa rubia. Es raro, pero de cualquier manera te ves bien.
—Gracias. Eso es lindo, pero sé que el negro es tu favorito.
—Desde luego Cam. Así te vi en el jardín de niños, así fue como volví a encontrarte. Así fue como me enamoré de ti.
—También extraño mi cabello oscuro. Cuando salgamos de esto prometo volver a teñirlo.
—Vale.—sonrió.
—Quería.. Jane, mi hermana..
—Prometo que la buscaremos mañana.  Zayn irá conmigo.—dijo. Sus ojos volvían a estar cerrados.
—Jane está abajo. La sacamos del internado ésta mañana.—dije un poco dudosa. Sus ojos se abrieron de inmediato llenos de consternación.
—¿Sacamos? ¿Camila fuiste al internado?—dijo, elevando la voz.
—¡Camila es una locura! ¡Pudieron reconocerte y que tus padres supieran que estás viva Camila! ¿En qué estabas pensando?
—¿En qué estaba pensando? ¡En que mi hermana menor no podía pasar por lo mismo que yo! ¡Que debía salvarla antes de lamentar alguna tragedia! ¡En protegerla estaba pensando!—le espeté, enojada. Me levanté y di un traspié que casi me hace caer al suelo.
—¡Pero no podías ir tú! ¡Pudieron haber reconocido tu rostro!—espetó ahora, levantado.
—¡Eres tan endemoniadamente egoísta!
—¿Egoísta yo? ¿Por qué? ¿Porque intento cuidarte lo más que puedo? ¿Porque no quiero que vivas un infierno si vuelves con ellos? ¿Soy egoísta por querer mantenerte con vida? ¿Soy egoísta por quererte? ¡Entonces sí, si lo soy Camila!—gritó en mi cara.

Sus ojos llenos de ira me miraban directamente. Tan enojados que podía matarme. Reprimí un grito ahogado y sentí mis ojos llenarse de agua. Pronto las lágrimas empezarían a drenar.

—Dime, ¿Ser egoísta es querer cuidarte las veinticuatro horas del día e incluso no puedo divirdirme en mil pedazos? Todos los días salgo sin tener la certeza de que cuando vuelva, estés aquí esperando por mí. Todos los malditos días salgo sin tener la certeza de que yo volveré. ¡Entiende que corriste peligro allí!

Las palabras se quedaron estancadas en mi garganta.  Y solo una lágrima se escapó por el rabillo de mis ojos.

—Y no llores.—dijo en un tono normal—. Tus lágrimas no van a solucionar esto, ni devolver el tiempo.
—Louis, deja de ser así.
—No puedo y no lo haré. Si dejo de ser así, simplemente te pierdo.



EDITADA. Stockholm Syndrome  |  Louis Tomlinson|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora