XXXVIII

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Un olor que conocía bien le llenó la nariz cuando Taylor la adelantó.

-Estas estupenda. -<<La verdad es que estás imponente.>>

Taylor llevaba unos pantalones de color azul marino y una camisa Oxford blanca, de manga larga, con botones en las solapas. Los mocasines marrones hacían juego con el cinturón.

-Gracias. -No había podido parar de nerviosismo, desde que Karlie la llamó para invitarla a cenar en su casa, pero de pronto se calmo y se quedó increiblemente tranquila.

Karlie estaba tan tensa que apenas pudo probar bocado y, mucho menos, disfrutar del arte culinario de uno de los restaurantes más refinados de la ciudad, donde había encargado la cena. Cuando Taylor le sonrió, se le cayó el tenedor y masculló una disculpa. La incertidumbre sobre lo que le depararía aquella velada minaba su seguridad. La cena solía ser el preludio de una sesión de sexo y, algunas veces, un obstáculo irritante antes de conseguir su objetivo. Sin embargo, esa noche era diferente. Le parecía que no quería que la cena terminase, pero, al mismo tiempo, la impaciencia podía con ella.

Cuanto más nerviosa estaba Karlie, más serena se mostraba Taylor. Casi resultaba cómico verla tan torpe, cuando siempre parecía tan correcta y sofisticada. Al final del ágape, Taylor se ofreció a retirar los platos.

-No, no es necesario. Mañana vendra Ruth y lo limpiará todo.

-¿Ruth?

-La mujer de la limpieza -dijo Karlie-. Bueno, es como una más de la familia, la verdad, no una simple mujer de la limpieza. Hará quince años que trabaja con nosotros. Cada vez que como zanahorias, me acuerdo de sus palabras. Siempre me decía que si no las comía tenía que llevar gafas.

Salieron a la terraza con una botella de vino, acercaron dos sillas de exterior y se dejaron caer entre los mullidos cojines. Hacía una noche fresca y despejada. Miles de estrellas titilaban en las alturas como pequeños diamantes. Las casas de los alrededores, relativamente alejadas, no eran más que puntos de luz a izquierda y derecha. Karlie le pasó una copa de merlot y dejó la botella sobre la mesa. El cálido vino la ayudó a relajarse y echó la cabeza hacia atrás para contemplar el cielo. Karlie, entre tanto seguía inquieta, y Taylor se preguntó si habría cambiado de opinión respecto al camino que debían seguir sus relaciones. Apenas la había mirado en toda la cena y no había dado ni un pasó hacia ella. Verdaderamente, la noche no había empezado en el punto en que la dejaron la última vez.

-Karlie, ¿Estás preocupada por algo?

Karlie guardó silencio unos instantes.
Tenía la sensación de estar al borde de una caía libre; después, respiró hondo y se lanzó.

-Voy a estallar, si no te toco enseguida.

Taylor dejó la copa sobre la mesa. El corazón le latía al doble de la velocidad normal y empezó a respirar superficialmente, pero mantenía la calma.

-Pues adelante.

Karlie le tocó la cara suavemente. Le acarició los labios, tan insinuantes, y la expresión de los ojos de Taylor la dejó sin respiración. Le soltó el pasador que le sujetaba el pelo, la acercó a ella y la besó con ternura. Prolongó el beso dulcemente, resistiendo al impulso físico de devorar inmediatamente a la mujer que tenía entre sus brazos. Quería recrearse en el momento y descubrió que nunca se saciaría de aquellos labios que respondían a los suyos. Taylor la rodeó por el cuello, al tiempo que la empujaba contra la barandilla. El agresivo movimiento encendió su pasión y le hizó saltar los limites de la contención.

Sin pronunciar ni una palabra, la tomó de la mano y se la llevó por el pasillo hasta su dormitorio. Se detuvo nada más entrar y volvió a besarla. Los labios de Taylor respondían anhelantes, mordisqueandola. Antes de perder el control por completo, Karlie se separó de ella y encendió la luz en un interruptor que había al lado de la cama. Un suave resplandor iluminó la estancia.

Ven A Buscarme - KaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora