III

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Taylor Swift dejó de prestar atención al hombre medio calvo que hablaba desde el podio. Su pareja en aquella velada era tan aburrida como el orador y le costaba un esfuerzo prestar atención a cualquiera de los dos. Como era la única mujer del equipo ejecutivo, le habían asignado la tarea de acompañar al sobrino del jefe aquella noche. Le indignaba que se diera por supuesto que no sólo estaría encantada de dedicar su tiempo a la celebración, sino que además agradecería la oportunidad de pasar la noche con un hombre casadero y bien situado. Horas después, no se le había pasado el cabreo cuando el pomposo máster financiero, licenciado en Princeton, convenientemente acicalado para la ocasión, siguió tratándola como si fuera ella el florero que le habían endilgado, en vez de entender que era él quien necesitaba pareja para la ocasión.

<<Esta mierda tendría que ser un delito>>.

Lo curioso era que Taylor conocía la ley de arriba abajo, como principal asesora legal que era de una empresa catalogada en Fortune 500.

Hacía dos años le había sorprendido que un caza talentos la propusiera como posible candidata a un puesto de asesor que no tardaría en quedar vacante por jubilación. Nunca supo con certeza quién la había recomendado al cazatalentos, porque a la sazón no era más que una abogada de nivel medio con éxitos relativos, emoleada en un bufete de abogados de la ciudad. Siete entrevistas y ocho meses después, tenía un trabajo que le encantaba, con un sueldo de seis cifras y un despacho con vistas y secretaria, pero aquel <<soltero de oro>> la consideraba un adorno.

Echó un vistazo general a la exquisita decoración de la sala de baile del Time Square. Hombres atractivos y hermosas mujeres se levantaron a aplaudir desde las mesas, cubiertas de manteles blancos y porcelanas wedgwood. Era una velada de etiqueta y, a juzgar por las mujeres y algunos hombres, parecía que todo New York hubiera vaciado de joyas la caja fuerte para lucirse en la ocasión.

Los ricos, famosos e influyentes de la ciudad se habían reunido en masa para dejarse ver y recaudar fondos para la institución educativa infantil de NY. Taylor había asistido a varias galas parecidas, el año anterior, y estaba convencida de que a toda esa gente le interesaba más seducirse impuestos y gozar del honor de figurar en las listas de benefactores que ayudar de verdad a los niños desfavorecidos de la ciudad.

El presidente de la Cámara de comercio y su señora ocupaban la primera mesa ante el podio, y la compartían con el obispo de la archidiósesis. A su lado se encontraba el director general del mayor banco de la ciudad, que miraba a una rubia de pechos aumentados quirúrgicamente, mientras su mujer, de unos veintidos años, lo fulminaba a él con la mirada. Sosteniendo una copa de Chardonnay vacía. Compartían mesa con el Alcalde, su mujer y Steven Stark, un actor de cine que se encontraba promocionando su última película. La espectacular mujer de Stark, sentada a su lado, tenía cara de preferir encontrarse en cualquier otra parte mejor que allí.

Taylor se fijo en una mujer que se hallaba en una mesa situada en el lado opuesto de la animada sala. Era la más alta de su mesa y, a pesar de la distancia, cuando se puso en pie para aplaudir al ganador del premio, pudo apreciar su esbelta y atletica figura enfundada en un traje formal. Le intrigó el hecho de que fuera la única mujer de la sala que llevaba esmoquin, y con absoluta naturalidad. Le sonaba remotamente, pero no consiguió acordarse de dónde la había visto. Seguro que se acordaría si las hubieran presentado.

Se dio cuenta de que estaba mirando de una forma indiscreta cuando su acompañante se le acercó y murmuró al oído algo que no entendió. Taylor asintió distraídamente e hizo un comentario intrascendente apropiado; por suerte, la farsa estaba a punto de terminar y podría irse a casa a ver viejos capitulos de A.G.

Durante la recaudación de fondos, no dejó de volver la mirada a la mujer de esmoquin, que estaba comódamente sentada en su sitio, dando vueltas a una copa de vino medio vacía. Le pareció que estaba preocupada, que no estaba a gusto allí, pero lo disimulaba muy bien.

Mientras los prolijos discursos le entraban por un oído y le salín por el otro, Karlie pensaba en las opciones que tenía y cómo iba a planteárselo a su abogado. ¿Qué era lo peor que podía ocurrir si mandaban a Lily a la mierda sin más? Su orientación sexual no era un secreto celosamente guardado, pero tampoco quería ser tema de conversacion todos los días, y Lily podía armar jaleo. Podía afrontar las consecuencias en su entorno personal- hacía mucho tiempo que la familia la aceptaba como lesbiana-, pero le preocupaba el escandalo que podría acarrear a la compañia.

Había trabajado sin tregua para devolver la comprañia su antiguo nivel de fiabilidad, responsabilidad y ética impecable, las bases sentadas por su padre años atrás. Sería desastroso que la clientela llegara a sospechar siquiera que ella había seducido a una mujer contra su voluntad. Gracias a algunas lecciones amargas, había aprendido que la mentalidad de la gente no se puede cambiar, y hacía muchos años que había dejado de intentarlo. Era consciente de que nadie se acordaría de su brillante capacidad empresarial ni de la cantidad de dinero que había ganado. Todo el mundo estaría pendiente de su entrepierna, reacción típicamente masculina, al parecer, cuando los hombres fantasean sobre las relaciones entre mujeres.

Se acordó de unos cuantos clientes conservadores, que sin duda perdería si Lily aireaba rumores, y de algunos asociados que empezarían a distanciarse de la compañia. Estaba en el último tramo de las negociaciones con el mayor promotor de software del país, intentando asegurar un fondo adicional de capital riesgo, y sabía con toda certeza que el trato nose cerraría si se daba publicidad a alguna clase de <<atentado a la moral>>

De pronto se imaginó a todos sus empleados. Serían quienes sufrirían las peores consecuencias ante un escandalo, si los clientes y los gestores de inversión se llevaban su capital a otra parte, ella se vería obligada a despedir a las personas que trabajaban con las cuentas correspondientes.

La plantilla Klossy ya había sufrido bastante durante el desastroso reinado de su tío, pero ella pudo readmitir a la mayoría de los empleados cuando consiguió poner en pie la empresa otra vez.

Tragó saliva al pensar en fallarles ahora.

Ven A Buscarme - KaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora