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- ¡ Están saltando !

Me incorporo con un brinco, haciendo una mueca de dolor.
He tenido la espalda recostada en la pared del tren durante al menos cuarenta minutos, observando borrones de la ciudad pasar por la ventana.

- Y una mierda - exclamo en voz alta, para que negarlo, asustada.

- Nadie quiere hacerlo, erudita - sonríe nervioso un chico de Verdad, asomándose para ver los saltos de los demás. Hago lo mismo, y al mirar hacia abajo, un escalofrío me recorre la columna ; la caída es de unos nueve metros.

Cada vez nuestro turno está más cerca, y cada vez las piernas me tiemblan más.

Mi cerebro se queda en blanco cuando veo a un chico caerse al suelo. No ha alcanzado el tejado del edificio de enfrente. No lo ha logrado.

- No voy a saltar, ¡ si un nacido en osadía no ha podido conseguirlo cómo lo voy a hacer yo ! - grito temblando.

- Mira las probabilidades, genio - me zarandea el veraz, haciendo que lo mire a sus hipnotizantes ojos color ámbar, que me relajan en cierta forma- para tu mente erudita, te diré que el 90% ha llegado al otro lado. ¿ Por qué tú no ?

Se me ocurren un millón de respuestas cuando se abren las puertas de nuestro vagón. El tren ha aminorado un poco la velocidad, por suerte, aunque aún no me atrevo a saltar.

No soy una osada, mierda, no debí de dejar Erudición.

- Si no te mueves ya, serás una sin facción- me recuerda, antes de saltar.

Trago saliva y observo como cae (increíblemente consigue mantenerse en pie) al otro lado.

No, eso nunca. No le daré la satisfacción a Jeanine de haberme retirado, de verme caer.

Soy una erudita, sí. Pero también una osada.

Tomo aire, llenando mis pulmones, y miro hacia la izquierda. Casi llegamos al final del edificio ; es ahora o nunca.

Retrocedo hasta tocar la pared, soy la última en mi vagón.

Tres, dos , uno. Salto.

Es curioso como el tiempo se ralentiza a partir de ese instante, moviendo mis piernas y mis brazos en el aire con la esperanza de avanzar más metros.

Todo vuelve a la normalidad cuando me estrello contra las piedras, que se me clavan en las rodillas y en las manos.

Lo he conseguido, lo he conseguido.

- Gracias a dios, niña. Pensé que ibas a ser tan tonta, a pesar de venir de Erudición, de quedarte en ese tren - ríe ayudándome a levantarme.

- Pues ya ves, he sobrevivido a ese 10% de probabilidad de morir - le devuelvo la sonrisa aliviada y él me tiende la mano divertido para estrechar la mía.

- Soy Enn.

- Rosalind, por ahora.

BETRAYALDonde viven las historias. Descúbrelo ahora