Viernes 4 de agosto

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No tengo ganas de escribir, pero no aguanto cómo ahora me miran todos. Buscan conversar conmigo, pero desde el miércoles no salgo de mi habitación. No quiero saber nada del mundo exterior, no quiero saber nada de mi familia, y mucho menos tener planes para un futuro que no tendré. Es todo tan extraño; comencé a escribirte porque no tenía con quién hablar, y porque todos me preguntaban qué quería estudiar, qué quería hacer a la larga. Lo curioso de todo es que ahora no tengo que pensar en eso. Es una ventaja de estar muriendo.

Ayer lloré toda la noche, y no sé por qué, pero pensé mucho en Dios.

Tal vez Dios no existe. Me convencí hasta el amanecer con eso, pero un yo muy adentro, el yo que aún tiene esperanza, lo refutó hasta el cansancio.

Pensé que nosotros inventamos a Dios por la necesidad de tener a alguien inaccesible, superior, y también pensé que Dios es esperanza. Si Dios no existe, ¿en quién poner nuestros deseos, nuestros temores, nuestro llanto? ¿En el prójimo? Al prójimo le sabe a piedra lo que sintamos, lo que pensemos.

Conclusión: Dios es una simple invención para los solitarios.

Y es triste, verdaderamente triste.

Mañana te lo explicaré todo.

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