No vale la pena seguir escribiéndote sobre la clase de paracaidismo. Espero que termine pronto, y que finalmente llegue ese dichoso martes. Sobre el clima, resulta que las clases iban a ser todas como la última clase (la clase de campo), pero este maldito clima se las ha arreglado para arruinar ese plan. Aunque hasta ahora el clima parece estable, quedan solo dos clases, y me preocupa que surja una tormenta y que corran de nuevo la fecha.
Por cierto, ayer vi a Emily Brent. Estaba en la plaza Victoria de la calle Rose, junto a la estatua del Capitán Merck. Yo estaba solo, no tenía a ninguno de los chicos a mi lado y pensé que ese era mi día.
—¡Hey! —grité desde la lejanía, como un idiota.
—Hey —dijo ella, dulcemente, pero apagada.
Me acerqué en silencio y me senté junto a ella.
—¿Te pasa algo? —Ella me mostró una sonrisa falsa, y luego dijo que no pasaba nada.
¿Por qué siempre es lo mismo con Emily? ¿Por qué siempre tengo que sacarle las cosas, palabra por palabra?
Luego de algunos segundos de silencio, ella puso su mano sobre la mía.
Fue repentino, espontaneo. Creo que solo quería mover la mano de lugar, pero... Fue como un siglo en el cual su mano estuvo sobre la mía, ambos sintiendo el calor del otro, sintiendo que los dos éramos uno. ¡¿Qué estoy escribiendo?! ¿De dónde sale tanta cursilería?
Finalmente separó su mano y la antigua conexión pareció perdida. (Este párrafo me da ganas de vomitar mariposas para luego machacarlas).
—¿Sabes que te quiero, no? —dijo. Yo le dije tristemente que sí, porque ese te quiero, es el de un mejor amigo al de una mejor amiga; es el te quiero de los hermanos, y no es el te quiero que yo quiero decirle a ella.
—Me tengo que ir.
—Pero... —protestó.
—Surgió algo.
Me alejé y salí de esa plaza lo más rápido que pude.
¿Por qué pienso que ese roce de manos, que esa piel sobre piel libera las mismas cosas, las mismas emociones sobre ella que en mí? Evidentemente, cuando ella pone su mano sobre la mía no siente que el tiempo pasa más lento; tampoco siente que las nubes se detienen solo para mirarnos. ¡Oh, Dios santo! Qué cursi es todo este párrafo; pero pensándolo bien, ¿qué voy a saber yo lo que ella siente? Si ni siquiera me atrevo a preguntarle. Soy un cobarde, lo sé.
Necesito cambiar de tema; lo de ayer me dejó pensativo, sin aliento, y qué mejor forma de cambiar de tema que decirte lo que hice hoy:
Ayer tuve pesadillas; fueron cuatro sueños en uno, de los cuales puedo recordar los sucesos, pero no los detalles.
La primera pesadilla fue sobre la isla:
Te mencioné la existencia de La Isla al mismo tiempo que se lo conté a mi familia, el día de la desastrosa cena. Si no lo recuerdas, La Isla es el primer libro que terminé. La pesadilla fue un poco rara; yo estaba en la playa, mirando a todos mis personajes como si fuesen reales, y luego cada uno empieza a morir, y la arena tiembla, y todo es tragado por el agua. Cuando la pesadilla está por terminar, surge un demonio del agua y me arrastra a las profundidades del mar.
No encuentro nada relacionado con la segunda y la tercera pesadilla. Al menos sé que la primera pesadilla se debe a que he dejado de escribir desde... desde la cena desastrosa, y aunque te escribo a ti casi diariamente, no cuenta, porque yo te escribo de mi vida, de las cosas reales, de las que sé; no de las que no sé, de las que invento por diversión. Como sea, en la segunda pesadilla estaba yo, solo, en una casa vacía, pero ruidosa, y a la vez silenciosa. Es extraño, porque perdura en mí una sensación de inseguridad y de miedo.
En mi tercera pesadilla solo me veía a mí mismo mirando a través de una ventana, mientras esas sensaciones se intensificaban.
La cuarta pesadilla es distinta a todas; allí estaba la mujer en blanco y negro. Caminaba con los libros en mano a lo que parecía ser una farmacia, y dentro estaba otra mujer, que hacía de cajera pero que pude reconocer era la misma que antes tocaba el piano. Allí ambas se trataban como extrañas. La mujer en blanco y negro estaba triste, de alguna forma lo sentía, y no pude saber lo que sentía la otra. De pronto la mujer en blanco y negro volteó y notó que yo estaba allí, frunció el ceño, confundida, asustada, y todo se esfumó.
Esta mañana desperté ahogado y lleno de sudor; desperté como si tuviese un ataque de asma, y luego de algunos minutos (cuando todo pasó), rodeé mi habitación con una vaga mirada. Todo me pareció tan lejano, como si nada de lo que allí estaba me perteneciese; como si cada cosa, cada objeto, cada camisa, cada mueble, no dijese nada de mí; no dijese quién soy, o quién quiero ser. Todo me pareció tan insignificante. Al final, cuando muera, nada de eso va a estar junto a mí.
¿Cuántas cosas introducimos a nuestra vida para solo llenarla? Algunas veces me pregunto si mis padres realmente se amaron, o si mi madre fue solo el despecho y la salida del alcohol de mi padre. El otro día recordé a un niño de mi clase, su madre tiene cáncer, nadie lo sabía, y yo exponiendo sobre el cáncer, establecí que la quimioterapia no era una cura, que el cáncer era sinónimo de muerte. Cielos, ahora me pregunto cuánto ha de haber sufrido con esa exposición. Debe haber llorado internamente.
Eso me hace pensar en que a veces somos demasiado crueles y no nos interesamos en las personas que tenemos a un lado. Yo he compartido primaria y secundaria con los mismos compañeros, y nunca me interesé en saber de ellos. Hasta hace unos meses me enteré de que uno de mis compañeros sufre de diabetes, otro está pasando por una ruptura familiar; otro perdió a uno de sus padres, y de todas formas sigo indiferente. Soy como esos niños que desperdician la comida mientras los padres les dicen que en África están pasando hambre, y que luego responden: ¿Y estas sobras de qué les servirán?
No te diré que quiero cambiar todo eso, y que quiero hablar con ellos y conocerlos mejor, porque eso sería falso. Solo quiero que entiendan que es una etapa de su vida y que todo irá bien. Además, me he dado cuenta de que algunas veces soy muy indiferente y cruel. No te estoy diciendo que cambiaré, pero hace bastante tiempo Michael me dijo que debería ser más humano, y en estos últimos meses quiero serlo.
Hoy cuando salí de mi habitación me topé de nuevo con la foto familiar. Esta foto me da la misma sensación que mi habitación, y me desagrada.
Creo que otras de las razones por las que quiero conocer a mi familia irlandesa, es porque quiero tener la seguridad de que me parezco a alguien de la familia; es decir, James y Andrew tienen el cabello rojizo claro como mi madre y los ojos verdes, iguales a los de mí padre. ¿De dónde salí yo, con el cabello negro y los ojos de un gris triste, un gris feo, que parece más negro? Quiero creer que me parezco a mis abuelos o a mis tíos, porque en la foto parece que soy el que sobra; la sombra que raramente aparece en el centro de la fotografía.
Estas sensaciones acabarán por volverme loco.
Si mañana solo veo la clase de paracaidismo, ten por seguro que no te escribiré; en tal caso: hasta pasado mañana, pero si la señora en blanco y negro junto con su ambiente en blanco y negro aparecen, entonces sí te escribiré.
ESTÁS LEYENDO
Un instante Feliz
Short StoryDarwin Wolff es un chico especial que vive a la expectativa, sin involucrarse, hasta que un día le dan una desastrosa noticia que vuelca su mundo patas arriba: pronto morirá. Darwin trata de hacer todas las cosas que nunca pudo: salir con sus amigo...