Martes 29 de agosto

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El viernes por la noche murió la tía Megan. Nosotros nos enteramos a la medianoche.

No pusimos mucha atención en qué llevábamos; hasta mi madre tomó lo primero que vio en el armario. Mis hermanos salieron antes en el coche de James; luego nosotros en el auto de Andrew.

La autopista M40 estaba solitaria, pero todo cambió cuando llegamos a Rudmer. Por alguna razón, el ambiente estaba más dulce y más feliz de lo normal, cosa que nos deprimió.

A la tía Megan le habían llevado al hospital. Solo nos informaron cuando murió, y dijeron que fue de un paro cardiaco. El funeral se hizo el sábado a las cuatro y cuarenta, y finalmente la enterramos el domingo.

El entierro fue lo más triste de todo: yo no lloraba, pero trataba de recordar buenos recuerdos que tenía con la tía Megan para poder hacerlo. A mis padres se les salían una que otra lágrima, al igual que a mis hermanos, pero todos seguíamos viendo la tumba sin creer lo que estaba pasando.

Parecía que estábamos planeando hacer algo, pero no era de ese modo; lo que pasaba, era que ninguna idea circulaba por nuestras cabezas; estábamos en blanco, preguntándonos ¿por qué ahora?

Todas las malas noticias aparecieron tan de repente. Es como estar un día sobre el barco y un segundo después darse cuenta de que el barco se va hundiendo poco a poco, y luego de que asimilas que el barco se está hundiendo, te das cuenta de que hay millones de tiburones esperándote en el agua. Es algo difícil de digerir, tanto, que la mayoría del tiempo te sientes ahogado, con la mente nublada, y pensando en hallar una salida.

De ese modo me siento desde hace días.

Quiero decirte, Richard Parker, que es por la muerte de Tía Megan, pero no es de ese modo: es porque solo estábamos nosotros cinco allí, en el funeral y en el entierro. No había nadie más. Los de Irlanda no vinieron, ni siquiera devolvieron las incesantes llamadas que mamá les dejó. El hermano de la tía Megan solo dio el pésame, y la patética excusa de que su situación económica no le permitía comprar un pasaje para América.

Tía Megan no era popular, pero tenía unas cuantas amigas, que a pesar de la noticia, no sacaron tiempo para ir a verla. Así que el domingo estábamos los cinco allí, guardando una especie de secreto íntimo, mirando su ataúd, y rogando para que de algún modo, donde sea que estuviese, nos estuviera mirando, compartiendo ese secreto íntimo que por primera vez nos unía. Observando que no le fallamos, que por una vez en la vida no le fallamos.

Antes de marcharnos, la mujer de blanco y negro apareció. Caminó hasta la tumba de la tía Megan y dejó unas flores. Giró hacia mí y desapareció.

Yo había olvidado su existencia, y que hubiera interrumpido un momento tan privado me molestó.

El lunes el abogado leyó el testamento. No había mucho que decir, tía Megan le dejó el apartamento a mamá y papá. En el testamento salía esto: «A mi sobrina, y aunque no lo es, pero lo quiero como mi hijo, a Harry...» Quiero decirte que tía Megan nunca tuvo hijos porque según mamá era estéril, así que a papá le tomó mucho cariño. A James y a Andrew les dejó una propiedad en Cardifftown, a mí todo lo que encontrara en la caja fuerte de su estudio; pero una de las clausulas del testamento especifica que solo puedo abrir la caja fuerte el nueve de septiembre.

Ese mismo día fuimos a Blue Merck's Town. Ninguno quería seguir en el apartamento, o ver la propiedad en las afueras de Cardifftown. Solo mencionar a la tía Megan crea un silencio demencial, algo que hace que de inmediato nuestras charlas (las pocas charlas que tenemos) se extingan.

Esta semana me he sentido más solitario de lo normal. Siento que debo compartir todo esto con alguien, pero no sé cómo hacerlo. Tal vez sea mejor que te lean, porque no puedo llegar y decirle a alguien todo esto que me está pasando, y todo lo que siento en este momento.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora