El sábado llegaron numerosas personas al estrecho apartamento. Mi madre las recibió junto a Andrew; mi padre estaba de compras, y yo estaba tirado en la cama, con tres pastillas en el estomago, y yendo por la cuarta. Cuando las visitas se fueron, Andrew fue al estudio a decírmelo. Salí, y encontré dos canastas en la sala llena de distintas cosas, desde frutas, hasta dulces. Tomé una manzana verde y volví a mi habitación a por la cuarta (y muy posiblemente), quinta pastilla. Cuando entré y tomé la pastilla, mamá me detuvo el brazo.
—¿Cuándo te tomaste la última?
—Hace cinco minutos —respondí.
—Dámela.
—No.
Luego se entabló una discusión que no tengo ganas de escribir. Mi madre me convenció diciéndome que mañana me llevaría al hospital, y traería morfina para que ella me la inyectase cada cierto tiempo. En cuanto a las pastillas, ella misma me las administrará, y con la llegada de la morfina, quedará suspendido su uso. Ella dice que es para no hacerme daño, ¿pero qué más daño que el dolor que estoy sufriendo?
Luego salí de la habitación y fui a la sala. Comencé a observar la canasta por varias horas, hasta que Andrew me sacó del trance, diciendo:
—Si quieres algo, solo tómalo.
—No es eso.
—¿Y qué es?
—Nada.
Luego él se volteó y antes de irse a su habitación le dije:
—¿Crees que todas estas personas le trajeron lo mismo a tía Megan, o que al menos, eran buenos con ella?
—No creo que le trajeron estas cosas, ella compró este apartamento cuando era nuevo; fue la primera aquí. En cuanto a lo otro, no lo sé. ¿Te obsesiona?
—¿Qué me obsesiona?
—Pensar que le fallaron en su último momento. Que todas estas personas no fueron a su entierro.
—No. Sé que lo de la canasta y todo eso, es por interés social, por mantener las apariencias de buenos vecinos. Solo me preguntaba si ellos eran buenos con ella.
—Ok. Darwin, te extrañaba.
—No seas raro, Andrew.
Salí y fui a la azotea. Allí estaba una viejita con el rostro de una pasa, y con el cabello (un frondoso copete) color nieve, mirando lo mismo que yo: nada.
Pasamos alrededor de una hora allí, aparentando mirar la calle y los autos, pero en realidad pensado y reflexionando internamente. Me marché primero y luego ella me siguió. Fue una gran sorpresa descubrir que vive en el apartamento de en frente.
Hoy mamá me llevó al hospital, pero no a conseguir morfina. Fuimos a que me hicieran de nuevo el examen. Fue un día gastado, porque los resultados fueron lo mismo que la primera vez... de hecho, que los resultados fueran los mismos que la primera vez sorprendió al doctor, y pidió hablar a solas con mi madre. Yo salí del consultorio, entrecerré la puerta y me puse tras ella. Después de todo, la conversación trataba sobre mí.
—Es sorprendente —comenzó él—, que el tumor no se haya expandido, y que esté detenido en esa zona. Pero me sorprende más que aún pueda caminar, que pueda...—no entendí mucho lo que dijo, pero luego oí los murmullos de mi madre, y él de nuevo empezó a hablar.— Mire, Verónica, lo que sucedió en la clínica de Loose Ends fue su culpa. Tanto este hospital como el hospital de Loose Ends le dimos los mismo resultados: el tumor no se puede tratar, y si se trata se hiciese mucho más daño; está ubicado...—de nuevo el tono de voz bajó, luego la voz de mi madre, y luego siguió él—. Sí, tiene razón, es un milagro, pero este milagro acabará pronto. No le puedo dar una fecha, pero puedo decirle que sus últimos días serán cuando...—de nuevo bajó la voz, y mi madre salió al poco tiempo del consultorio.
Fuimos al apartamento. Al subir al ascensor le pregunté si había traído la morfina, ella me dijo que se le había olvidado; bajó del ascensor y me dijo que al rato llegaba. Sinceramente no sé dónde vendan morfina, quizás en la farmacia, o en el hospital, o... demonios, no lo sé. Solo sé que tardó mucho, y como yo aún no tengo las llaves del apartamento la tuve que esperar afuera.
Al regresar, apoyó su espalda contra la pared y fue resbalándose hasta quedar sentada a mi lado. Duramos unos minutos en silencio.
—¿Y bien? —le dije.
—Darwin —Ya sabía lo que vendría, porque reconocía esa voz. Era la voz triste que mamá usa como último recurso, cuando lamenta algo profundamente.
—No —le dije.
—Darwin.
—Te dije que no.
Entonces, cuando pensé que aceptaría la idea, puso su mano sobre la mía y volteó a mirarme.
—Por favor.
Mamá, aquí sentado en la cama, aún puedo verla perfectamente, más de lo que pude hacerlo esta mañana. Probablemente ya te he dicho que mamá es pelirroja, y que tiene unas bonitas pecas en toda la cara, y unos ojos azules que realmente son hermosos, que ninguno de sus hijos sacó. Es realmente una lástima; me habría gustado tener esos ojos.
Hoy, cuando puso su mano sobre la mía para pedirme que no me diera por vencido, la vi realmente, como no lo había hecho desde el día que recibí la desastrosa noticia. Vi sus pecas, su piel, cada hebra de cabello rojizo que antes lucía orgullosa; lo que no le había hecho el tiempo en diez años, se lo hizo en pocas semanas, y creo haber sido el detonante. Si hay algo peor que morir de cáncer, entonces probablemente sea que alguien querido muera de él.
—Escúchame —le dije, apartando su mano. Aún estaba horrorizado por lo que había visto—. Si me haces pasar por todo eso, y sobrevivo, ten por seguro que para mí estarás muerta.
Me levanté y corrí a la puerta, ella intentó detenerme llamándome por mi nombre, y antes de tomar el picaporte tomó mi mano. Me zafé y cerré la puerta. Golpeó un poco la madera, pero luego se detuvo. No pude aguantar más, por lo que había dicho, por lo que había visto, así que me apoyé en la puerta y empecé a llorar, y cuando sentí un golpe a través de la madera, y la escuche llorar, supe que estaba haciendo lo mismo. Quería salir y abrazarla y decirle que lo sentía, pero eso realmente no ayudaría, eso haría que ella se sintiera bien por un tiempo, y que en la alegría de los abrazos y besos, me convenciera de algo que no quería hacer y que estaba seguro nos lastimaría a ambos.
Lloré hasta que me dolía hacerlo y luego abrí la puerta y me fui a mi habitación. Allí, sobre la cama, la mujer de blanco y negro pasaba las hojas de mi libreta y al verme entrar asintió antes de desaparecer, como si estuviese de acuerdo con algo que había hecho. Desearía poder verle la cara, para así saber lo que realmente siente, pero últimamente, los trazos de su rostro se han ido desvaneciendo, ocultando su identidad.
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Un instante Feliz
Short StoryDarwin Wolff es un chico especial que vive a la expectativa, sin involucrarse, hasta que un día le dan una desastrosa noticia que vuelca su mundo patas arriba: pronto morirá. Darwin trata de hacer todas las cosas que nunca pudo: salir con sus amigo...