Lunes 4 de septiembre

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Cómo duelen las inyecciones. Mi madre me inyectó morfina ayer por la noche, sin decir una palabra y sin mirarme a la cara. Fue la primera vez que dormí bien desde hacía un tiempo: no estúpidas pesadillas, y no estuvo ese compañero llamado dolor que me despertaba en medio de la noche.

Hoy desperté y me sentí más vacío de lo habitual, y esta sensación es mucho más fuerte y desagradable a la de mi habitación en el pueblo de donde vinimos, o cuando veo la foto de la familia. No sé cómo explicártelo, pero imagina que donde deberías sentir el alma (en mi caso el diafragma), no hay nada. De vez en cuando sientes algo allí, pero casi siempre permanece aquel oscuro vacío, y cuando tratas de buscarle una explicación a ese vacío, todo se vuelve tan sombrío que ya no te quedan ganas de pensar en eso. Quizá me obsesiono demasiado con los pequeños detalles de las cosas, pero cielos, no me gusta sentirme de esta forma.

Esta mañana mamá volvió a inyectarme morfina, y luego me dijo:

—El doctor me dijo que necesitan personal, y ya que estamos aquí, trabajaré para él como enfermera.

No respondí. ¿Era esa una nueva forma para tratar de que yo viviera?

—¿Y bien?

—¿Qué?

—Que el doctor...

—Te escuché.

—¿Y por qué no me contestas?

—¿Qué quieres que diga?

—Que digas está bien, o algo por el estilo.

—Está bien, o algo por el estilo.

Mi madre me tomó del brazo, y apretó muy fuertemente.

—Me lastimas —le dije.

Me miró directo a los ojos. Estaba furiosa. Luego me soltó y se fue a su habitación.

Me quedé unos minutos en la sala, jugando con un lápiz que tenía y sin levantar la mirada. Cielos, me sentía realmente mal con mamá. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la trataba de ese modo? No pude evitar recordar a la mujer de blanco y negro asintiendo mientras revisaba mi libreta. ¿Estaba ella de acuerdo?

Dejé de pensar en mamá y me entretuve con la monotonía. Me di cuenta de que la monotonía está presente en todo. Aunque estemos aquí, seguimos la misma rutina que seguíamos en el Blue. Ahora entró en mí la rutina de las inyecciones; ten por seguro que en la mañana y en las noches, con intervalos de doce u once horas, me inyectarán morfina, y caeré en una horrible rutina hasta que los intervalos se vuelvan cada vez más cortos y las dosis más fuertes y tenga que recurrir a una vía intravenosa porque las inyecciones ya no serán suficientes.

Pensar en esto me desanima, y hace que la idea de tirarme por el balcón suene tentadora. Solo si hubiera otra forma de salir de esto, como un poder especial que nos permitiera omitir los momentos tristes y fuertes de nuestras vidas, y saltar de lleno a los felices; algo así me gustaría, aunque en este caso, creo que saltaría directamente a la muerte.

Una cosa más: Joanna se vendrá a vivir a Rudmer, en este mismo edificio, pero siete pisos más abajo.

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