Lunes 18 de septiembre

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Subir a la azotea se ha hecho una rutina, y ya no es al mediodía o cuando tenemos aquella necesidad de salir afuera a por un poco de aire. Ahora subimos cuando cae el sol y luego, cuando hay completa oscuridad; es como el remplazo de la cueva de Blue Merck's Town. Claro, el ambiente de Rudmer no es igual al dulce ambiente del Blue, y la azotea no es igual a aquella mágica cueva.

El sábado la señora Agatha no quiso que entrara al apartamento; parte de ello se debe a que no recogí los cristales, pero se veían letales, así que pasé el tiempo en el apartamento de Joanna, y no sé si es masoquismo, pero que me echaran de un lugar ha sido lo más normal que he hecho entre confesiones e inyecciones.

Ese mismo día por la noche no sabía qué hacer; Andrew estaba insoportable porque no encontraba su botella de ron (la encontraría si buscara en el basurero, vacía, pero la encontraría). Además, no me dejan pasar más allá del cuarto piso; me ponen patéticas escusas como: recuerda que no tienes las llaves; no puedes dejar el apartamento solo; ¿si esto se incendia? ¿Es que Joanna no vive en el sexto piso? No sabes lo patéticas y llenas de lástima que suenan. No soy ningún inútil, puedo caminar, pensar y comer.

No quiero seguir hablando de esto y, volviendo al tema de la azotea, quiero decirte que allí es un buen lugar donde podemos hablar tranquilamente. Es muy hermoso, porque tenemos un cielo estrellado sobre nuestras cabezas, y una azotea de cemento bajo nuestros pies; un clima frío que se vuelve cálido cuando estás con amigos, y aquella inocencia de estrellas que no saben que las admiramos inmutados por su belleza, siempre con la cara hacia arriba, sonriendo como un par de idiotas por aquel brillo que como algunas cosas raras en la vida, nos llenan... completamente.

Cerca de las 10, ya congelados por el frío, regresamos adentro, las luces comenzaron a titubear y Joanna se asustó, bueno, ambos nos asustamos. Bajamos corriendo hasta llegar a mi piso, donde Joanna me pidió que la acompañara hasta su apartamento. Le dije que sí, pero que por el ascensor. Nos despedimos en la entrada de apartamento y yo regresé al mío, y allí, a un lado de la entrada, de pie, con un cofre en la mano, estaba la mujer en blanco y negro. Me detuve, ella levantó la cabeza, y aunque todo su rostro desdibujado no era más que un lienzo en blanco, pude sentir que me miraba decepcionada, como disiento: ¿ya olvidaste mis cartas? Me quedé allí de pie, estático, tratando de decirle que las había leído, y que ahora sabía su nombre. Bonnie, ¿no es así? ¿No te llamas Bonnie? ¡Vamos, contesta! Pero nada salía, simplemente me quedé de pie sintiéndome mal por algo que había dejado pasar.

—¿Es importante para ti? —finalmente pregunté, pero no obtuve respuesta, en vez de eso, no pude evitar recordar a Andrew preguntándome si me obsesionaba con la canasta, o el acto de llevar la canasta; ya no lo recuerdo, pero de haberla visto a ella ese día, de esta forma, probablemente le habría dicho que no me importaba un carajo la canasta, que lo que realmente me obsesionaba era, y es, La Mujer en Blanco y Negro. No puedo evitar imaginar su historia—. Vamos, contesta.

La mujer en blanco y negro me hizo un ademán para que me acercara y luego atravesó mi pared. La seguí. En casa todos dormían. Mamá probablemente me había dejado la cena en el microondas, pero yo seguí a la mujer en blanco y negro hasta mi habitación y de allí al balcón. Se detuvo, señaló una farmacia a dos cuadras, el cofre, y luego la cama.

—¿De qué hablas, Bonnie? —pregunté. Ella hizo lo mismo. La farmacia, el cofre, la cama—. ¡Sé más clara! —La farmacia, el cofre, la cama; y así, poco a poco, entre sus señas y mis gritos pidiéndole claridad, desapareció.

Regresé a la cama y allí estabas, Richard Parker, entre mis almohadas. Así fue como finalmente entendí que La Mujer en Blanco y Negro no quería esperar a que yo muriera para que tú supieras su historia; así fue como entendí lo triste que es morir sin que alguien sepa que has vivido, las cosas que has hecho, las personas que has amado. Qué horrible es la vida, Richard Parker, cuando todos pasamos a la inexistencia sin dar muestra de haber vivido.

Al día siguiente, domingo 17 de septiembre, fui a la farmacia, pero eso es algo que te contaré mañana; ya estoy bastante cansado, y luego de eso tengo que dejarte las cartas de Bonnie, para que puedas entender todo esto. 

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora