lunes 21 de agosto.

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Tengo recuerdos vagos del verano pasado. Sé que no fueron tan tristes y sobrecogedores como este. Sin embargo, hay algo de tristeza en lo poco que recuerdo. Creo que por eso empecé a escribirte (en realidad es un hecho), creo que este verano me di cuenta de que necesitaba un amigo del alma. Sé que los tengo, pero no sé si es la necesidad de monopolizar mis conversaciones o simplemente que no puedo ser abierto con las personas. También creo que eso fue lo que aprendí de estas vacaciones de verano. Como sea, lo único que te he escrito es: creo, creo, creo. Hay mil cosas que he escrito que son ciertas, como que empecé a escribirte porque me sentía solo y no tenía con quién hablar; también que hay días que te he dicho que no te escribiré por un tiempo, y al día siguiente (o el día después del día siguiente), termino escribiéndote. También está, esta necesidad de querer contarte todo lo que me sucede, desde los eventos más grandes, hasta las cosas más mínimas. Podría decirte que lo del tumor tuvo su gran efecto en esto; por una parte sería cierto, pero por otra no:

Por un lado, cuando empecé a escribirte no sabía nada de esto, solo me sentía solo y triste, y por el otro, eres el único con quien he mantenido una conversación (bueno no conversación, porque tú solo lees), estable sobre cómo me siento con lo que me está pasando, y también... creo que tú, Richard Parker, eres el único con quien he sido completamente sincero. Creo que es porque sé que no existes, y también es que cuando te escribo, me imagino a mí leyendo, así que has sido un excelente amigo; un amigo que resuelve los problemas solo escuchando, en un eterno silencio.

Tengo que decirte que tengo miedo. Estas últimas semanas han sido divertidas, y hay algunas cosas que hago por primera vez. Tengo miedo a abandonar eso, y tengo miedo de morir. Cuando lo pienso, me siento más vacío de lo que estoy, y me imagino flotando en una eterna oscuridad.

En primavera había hablado con mis amigos sobre esto. La conversación fue fluida, y cuando hablaba de la muerte, no sentía este inmenso vacío de horror que siento ahora. Me pregunto si dejaré de existir, inconsciente de que morí, o de que he vivido.

Estas últimas semanas también he dejado de creer en el cielo o en el infierno; creo (sinceramente creo), que las personas de antaño también se preguntaban sobre qué habría después de la vida, ¿y qué más hermoso que como pintan el cielo? Sería agradable creer que después de la vida se halle una mejor, en vez del vacío que pienso que se halla con la muerte.

Pero dejemos de hablar de eso.

Ayer no pasó nada, solo leí la libreta desde el primer día que comencé a escribirte, y revisé todos los papeles que tenía en mi armario. Te dejaré algo claro; lo de la lista fue una estupidez y una muestra de desesperación. Aún la llenaré, y seguiré colocando cosas en ella, pero solo por respeto a mí (y también a ti). Esto de planificar el tiempo, cada segundo, y cada minuto de la vida no va conmigo; eso no es vivir, simplemente es entrar en una rutinaria y horrible vida, y no quiero eso estos últimos días. Como te dije, también saqué unos papeles de mi armario. Había un cuestionario para las personas con cáncer que saqué para poder exponerlo en mi proyecto de literatura. Recordaba vagamente las preguntas; mis amigos decían que eran fuertes, pero para mí no eran más que preguntas. Ayer me di cuenta de que las preguntas sí eran fuertes, tal vez porque ahora sí me tocan directamente. Cuando termine de escribirte lo engraparé a la libreta junto a la lista, solo para que lo tengas de recuerdo.

Ahora, te dije el sábado que mi día había terminado como comenzó. Pues así fue, terminé el día de mal humor.

Cuando llegué a casa, toda mi familia me esperaba en la sala. La primera en iniciar la conversación fue mamá, luego papá se le unió y comenzaron a hablar de distintas cosas, hasta que le dije a Andrew que hablara por ellos, y fuera directo al grano.

—Mamá y papá te llevarán mañana a Loose Ends.

—¿Para qué?

—Vamos por segundas opiniones, no nos vamos a quedar con lo de Rudmer —masculló mi padre.

—¿Por qué?

—Porque te queremos.

—No quiero ir, y recuerden que las cosas importantes que pasen en mi vida, las debo decidir yo. Así ha sido siempre, y no tiene que cambiar ahora.

—¿Entonces te rindes tan fácilmente? —escupió James. Yo lo miré despreciablemente, como si la conversación no fuese su problema, como si no tuviese derecho a hablarme, o a opinar sobre mi vida.

—No es tu problema.

La sala se llenó de un maldito eterno silencio.

—Iré el lunes —dije—. Solo me haré los exámenes.

Subí a mi habitación y fui directo a la cama. James tenía razón, me estaba rindiendo a la muerte, pero ese no era su maldito problema. No sé si estoy enfadado con él porque se apartó, o es que simplemente no puedo soportar que no se hagan a la idea de que para mí no hay esperanza. En realidad, ahora que me permito pensarlo en frío, la verdad es que le guardo rencor.

También ahora sé a qué le temo más de todo esto: le temo al dolor; tengo miedo de tener esa imagen del enfermo con cáncer; pero más que nada, no quiero ver esas miradas llenas de lastima y de tristeza en el espejo, o en cada persona que me tope al cruzar la calle. Tengo mucho miedo con todo esto.

Ayer tuve la misma pesadilla: yo mirando a través de una ventana. Esta mañana me levanté con la misma sensación de vacío, y deseando poder hablarte.

Hasta mañana. Por cierto, accedí a hacerme los exámenes en dos clínicas, estoy llegando a casa y me preparo psicológicamente para los resultados.

Mañana te lo contaré todo.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora