Jueves 28 de septiembre

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 Una de las cartas de Tía Megan mencionaba a una tal Anna, que estuvo con ella desde el momento en que le diagnosticaron cáncer de ovario, hasta que le extirparon ambos. Esa Anna Verónica en realidad se llama Agatha, y esa Agatha se dispuso a contarme toda la historia si accedía a ir a su departamento. Entonces el lunes por la mañana, tras la rutinaria inyección de morfina, me escabullí a la habitación de mi madre y le robé algunas pastillas para el dolor. Salí y toqué el timbre del departamento de Agatha. Ella abrió, me dio la libreta y me dijo que pasara:

—Por favor, vaya al grano —le dije, tratando de detectar esa estúpida mirada, que me enferma tanto sentimental como psicológicamente, convirtiéndose en una de mis mayores obsesiones.

—Por supuesto. —Organizó unos papeles que tenía cerca del piano y se sentó en el pequeño sofá. Luego, mucho tiempo después de esta confesión, entendí que hablar de eso era tan difícil para ella como para mí—. Yo era una chica de Rudmer, y tu tía había abandonado a su familia de Irlanda, porque ellos siempre estaban buscando sueños, para enjaularlos bajo sus propias reglas. Ella pensaba que eso no era para ella, que sus hermanos y que sus padres estaban equivocados con eso —Agatha encendió un cigarrillo y se lo llevó a la comisura de los labios—. Entonces la expulsaron de casa, y ella vino a parar aquí, a Rudmer, con un tipo que se hacía llamar Coronel Harry. Vivió tres años con él, pero el tipo resultó ser todo un idiota. En el primer año, Megan se dio cuenta de que no podía tener una vida segura, pero quería amarlo. Pensaba que estaba en deuda. A él ella le dirigía las cartas, ella era Bonnie. Luego, en el segundo año, trataron de tener hijos, y tras los fracasos constantes empezaron las discusiones. Yo trabajaba en la farmacia mientras sacaba una carrera en la universidad. En ese tiempo éramos Jóvenes y tontas, y aún conservábamos la idea de un amor eterno, y un terror hacia los escándalos.

»Mientras, tu tía llegaba siempre a la farmacia con un ojo morado y con una sonrisa de duendecilla falsa. Las pocas amigas que tenía le daban recetas para que los moretones desapareciesen rápido, y consejos para no enojar al Coronel Harry. Yo nunca entendí por qué ellas no los golpeaban, o por qué eran tan masoquistas que solo querían ocultar los moretones, en vez de hacer que nunca más las volvieran a tocar.

»Entonces un día la tomé del brazo y le dije: Si no lo matas primero, él te matará. Tu tía me miró con una cálida sonrisa y salió rápido de allí. Después de dos semanas ambos se separaron, pero él continuó asediándola.

»Pasé dos años sin ver a tu tía. Algunas chicas me dijeron que el Coronel Harry murió cerca de un burdel después de la separación. Pensé que había sido ella, pero me dijeron que él la había golpeado tanto que la mandó directo al hospital.

»Ella y yo nos reencontramos acá, en este edificio. Sé que el tema del entierro te consume, pero no pude ni siquiera soportar cuando la encontré y la llevé al hospital. Traté de aproximarme en el entierro, pero me detuve. Ver como la enterraban solo era un acto masoquista. Los entierros solo son para nosotros, para sacar las últimas lagrimas y renunciar a la idea de que los que están en aquella caja, están vivos, y que un día podrían estar con nosotros. Aún no quiero renunciar al nombre y al recuerdo de Megan.

Se secó una lágrima que brotaba de su ojo izquierdo, y luego apagó el cigarrillo en el cenicero para continuar hablando, pero la detuve. Sabes, Richard Parker, últimamente he tratado de no decir todo lo que pienso, pero creo que eso no me ha llevado a ningún lado.

—Me miente —le dije, y Agatha palideció—. La tía Megan jamás dejaría que alguien la golpeara. ¿Por qué lo hace?

Allí, justo después de formular esa pregunta, lo vi todo. Las paredes, decoradas con flores y cuadros y fotografías de antaño, rápidamente cambiaron. Todo se volvió de blanco y negro, y en el centro de la habitación, dos mujeres bailaban y eran felices, se besaban, se susurraban cosas al oído y por segunda vez, desde el día de la fiesta en Loose Ends, ese jueves 10 de agosto cuando vi a la mujer en blanco y negro con otra mujer que tocaba el piano, sentí que interrumpía algo, y no solo eso, sentí que ambas compartían algo muy profundo como para que yo lo entendiese.

Pero allí, Richard, estaba muy asustado y confundido como para aceptar lo que había visto, porque finalmente, como si siempre lo hubiese hecho, vi el rostro de La Mujer en Blanco y Negro, y todas las escenas donde la había visto, adquirieron su propio significado.

—Usted es Bonnie —le dije, y salí corriendo directo a mi habitación. Estaba confundido, triste, y no podía con lo que había visto.

Emily llamó ese día y dijo que estaría aquí el viernes, o sea mañana. No habló sobre nada más, solo dijo que vendría a visitarme. Desde entonces no he salido de mi habitación; el dolor es más fuerte que antes, pero ya no tan regular. Ahora me cuesta estar mucho tiempo de pie, y me he sentido débil estos últimos días, pero eso ya no importa; muy pocas veces me levanto de la cama, y cuando lo hago es para ir al baño, comer, e ir a la mesa de noche a escribirte. He tratado de sentirme bien, y para eso leo las cartas de la Tía Megan, u oigo de nuevo las viejas canciones que había en la caja fuerte; pero todo eso ya no me reconforta como antes, es como si hubiese perdido su magia. No, la verdad no es esa; cuando leía las cartas de tía Megan me sentía bien porque finalmente sentía que alguien era abierto y sincero conmigo, pero me mintió, y no es que me importe todo lo que vi. La verdad es que me siento traicionado, y estos días he estado sintiendo una especia de lástima por Agatha, aunque realmente no sé lo que pasó. 

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora