Sábado 14 de octubre

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Ayer salí con Andrew a Cardifftown. Está fuera de las Midlands, así que tardamos algunas horas en llegar.

En el camino, Andrew me hizo las preguntas que en el apartamento no se atrevió a formular, y aunque yo traté de mostrarme muy fuerte, él continuaba tratándome como si fuese una esfera a punto de explotar, y al mismo tiempo, podía sentir una especie de lucha interna que mantenía consigo mismo, y yo, como siempre, era quien lo generaba.

—Es la primera vez que voy a ese lugar —me dijo. En el auto sonaba Time Will Tell, de Gregory Alan Isakov. Traté de responderle, decir algo lindo para que él entendiera que estaba bien, y que no me iba a derrumbar—. ¿Ahora me puedes decir por qué vamos para allá?

Lo pensé; quería decirle desde el día que salí de casa de Agatha, pero no sabía cómo se lo iba a tomar por dos razones: 1) No solo somos americanos, sino también Irlandeses criados católicamente. Creo que lo descubriste por ti mismo cuando te conté lo del matrimonio de James. Allí no te dije que era por el embarazo, pero esperaba que lo dedujeras por ti mismo. En fin, James y Andrew están bien con algunas cosas, como dar la vuelta, pero con otras no lo sé, jamás se los he preguntado; somos extraños en ese aspecto. 2) Si le digo que puedo ver a una mujer en blanco y negro que transforma todo a su alrededor en blanco y negro y que, además, es la Tía Megan, o su fantasma del pasado, inmediatamente creará que el cáncer está pasando factura. Pero igual, ayer sentía que también le debía explicaciones, no solo por mí, sino por una historia que había comenzado mucho antes de 1968 y que había llegado a mí, hacia finales del 2017.

Sentía que, a pesar de que nos ocultó una gran parte de su vida, Tía Megan fue Tía Megan, y siempre estuvo allí para nosotros, y estando en ese auto, con mi hermano mayor, pude entender por qué hizo las cosas que hizo, aunque a mí no me parezcan correctas. Si tuviese una máquina del tiempo volvería a 1968 solo para decirle que lo importante de la vida no es nada más que ser feliz.

—Creerás que estoy loco, Andrew, pero igual tengo que decírtelo, porque de alguna forma creo que esto también te incumbe.

—A ver, habla.

—Desde la primera vez que los viejos y yo fuimos a Rudmer, luego de la desastrosa cena, puedo ver a una mujer en blanco y negro. Espera, no te burles, lo digo en serio. Al principió pensé que era un fantasma, y sé que esto sonará muy estúpido, pero estaba asustando. Creí que antes de morir inventaría una máquina del tiempo solo para viajar al pasado a asesinarla. Luego me dije: «Espera, estamos en el Blue, este tipo de cosas raras pasan usualmente acá.» Pero la vi en una fiesta en Loose Ends. Sí, en esa fiesta, no me interrumpas; y luego la seguí viendo en Rudmer, así que no era algo del Blue.

»Un día me guió hasta unas cartas, y allí descubrí que se llamaba Bonnie, y luego me guió a una farmacia, pero eso no sirvió de nada y no sé por qué te lo cuento. Bien, estaba muerto con las pistas hasta que el día que murió Richard, la señora Agatha, la vecina, vino a verme y se llevó la libreta. La libreta es una especie de diario que escribo, para que algún día un Richard Parker la encuentre y la lea, y tú te encargarás de eso —Andrew susurró un cuando mueras. Yo asentí y ambos nos quedamos en silencio—. Es inevitable, no servirá de nada si ambos nos ponemos mal por eso. Déjame seguir hablándote sobre esto, que es importante.

»Bien, ella leyó la libreta y al día siguiente fui a su casa. Allí descubrí que ella era Anna, una mujer que la Tía Megan describe en una de sus cartas como una muy buena amiga que estuvo allí cuando tuvo cáncer; pero no solo descubrí eso, sino que ella era Bonnie, y la mujer que veía, era la Tía Megan, pero su versión del pasado, porque la mayoría eran escenas, Andrew, escenas donde ella solo era ella, sin importarle nada. A ver, sé que es confuso, y yo mismo no lo entiendo del todo.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora