Sábado 12 de agosto

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Suspendieron la clase de nuevo. No sé qué está pasando. Maryland dice que es por el mal clima, pero ha estado despejado los últimos días, y mi hermano me pregunta cuándo van a comenzar las clases de paracaidismo.

Cambiando de tema, al parecer Andrew ha sido muy bueno conmigo los últimos días (desde la noticia). Esta mañana pensé que era por lastima, pero no es eso... No tiene esa mirada vaga, asustada; no tiene esa mirada enferma.

Creo que el tumor de alguna forma ha hecho algo productivo. Sonará cursi, pero el tumor nos acercó; es el único lado productivo que veo de esta cosa que está en mi cabeza, creciendo y comiéndome, como un mal huésped. ¿Cuántos días faltan para que me pase la cuenta? Ahora que lo pienso, el doctor dio una fecha, voy a buscar los papeles, ya vuelvo.

Dice que en noviembre, parece lejano, ¿no? Ahora la lista parece muy pequeña. Cielos, estoy llorando.

Ya paré de llorar. Te contaré lo que hice hoy:

A primera hora me llamó Maryland disculpándose por lo de ayer. Yo le pregunté que qué mosca le había picado. Entonces ella me dijo lo de la clase de paracaidismo, e invitó a Joanna y a mí a una reunión en su casa.

Fue muy divertido, hablamos, comimos, conocimos a varias personas, y yo tuve un momento muy vergonzoso:

Estábamos en la cocina cuando de pronto la prima de Maryland entró y se dirigió al refrigerador; sacó una botella de vino y volteándose hacia nosotros, dijo:

—¡¡Mira Darwin, aquí está tu agua de coco!!

Sentí que me coloraba, que me volvía tan rojo como un tomate, y en respuesta a eso, Maryland y Joanna estallaron de la risa.

—¿A quién más se lo contaste?

—A todos mis primos —contestó Maryland.

Luego todos reímos; todos nos reímos de mí, y de mi agua de coco.

Llegué a casa al anochecer. Cuando entré me topé con mi padre observando una foto donde aparecía toda la familia. Andrew y James a un lado de mis padres, y yo en el centro, distante de ellos, como si no formara parte de la foto.

—Quiero conocer a mi familia.

—Ya la conoces.

—No a esta, a los de Irlanda.

Mi padre se quedó en silencio, y aunque estaba de espalda, pude sentir cómo fruncía el ceño.

—No puedes decidir por mí —mascullé, y luego mi voz se hizo más estable—. Quiero conocerlos, quiero conocerlos antes de...

—Está bien. —Luego de decir eso, se fue a su habitación.

Por alguna razón, creo que en los últimos días mi padre se ha hecho más seco; James ha estado más ausente, mi madre más atenta, Andrew más compresivo. Esto me demuestra que mi vida no es solo mía; que mi vida (y los cambios que sufra ella), tiene alguna reacción sobre los más cércanos, y casi entiendo sus reacciones, en especial la de mi padre: él es demasiado sentimental y orgulloso para admitirlo; todo le afecta, pero siempre trata de que no nos demos cuenta. Me pregunto cómo será cuando yo...

Richard Parker, tengo que contarte algo que me está atormentando:

Creo que de verdad Dios me está castigando con esto, y no es por la depresión ni nada de eso. Antes de decirte, entiendo si me dejas de leer, o inmediatamente me aborreces; yo en tu lugar lo haría, pero a decir verdad, esto pasó hace ya mucho tiempo:

Era recreo, algunas personas se acercaban a recolectar tapas para los niños con cáncer, y entonces yo dije:

—No sé por qué lo hacen, al final esos niños se mueren, ¿no?

Luis me dio un puñetazo en la boca del estomago y me dijo que tenía que ser más humano. También me llamó imbécil y dijo otras cosas, pero eso no viene al caso.

Ahora, para serte sincero, tengo que decirte que no acepté la quimioterapia porque no es una cura. Los doctores tienen la obligación de salvar la vida de sus pacientes; hicieron un juramento, pero la quimio... La quimio no es una cura para personas como yo, que tenemos los días contados, y eso es triste, realmente triste, y una parte de mí dice que me aprovecho de la regla irrefutable que mis padres han impuesto sobre nuestra crianza: las decisiones grandes que afecten nuestras vidas, las tomamos nosotros.

Pero si la quimio es algo que inevitablemente me llevará a la nada a través de un campo de sufrimiento, ¿entonces no debería escoger llegar a la nada por mis propios medios? Es decir, solo dejando que la muerte me tome delicadamente de la mano.

Escribirte sobre estas cosas me pone triste, pero ahora sé que quizás Dios no me está castigando. Quizá me está dando la oportunidad de comprender algo, o quizá Dios no tiene nada que ver en esto. ¿Por qué le doy tantas vueltas al asunto? ¿Por qué le busco la lógica a esto? Al final, la muerte no sucumbe ante ningún tipo de lógica, solamente está allí, y es inevitable.

Esta será una extraña noche de reflexión, así que hasta mañana. Ojalá por fin se dé la clase de paracaidismo.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora