Miércoles 23 de agosto

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El lunes 21 de agosto nos levantamos temprano para ir a Loose Ends. No nos fuimos en auto; a papá le pareció mejor idea tomar un bus o ir en tren hasta Loose Ends New Street. De cualquier modo, a mí me daba igual; Loose Ends queda a 80 km de Blue Merck's Town, pero mi madre le hizo un interrogatorio sobre esto, y cuando mi padre dijo el porqué (el porqué real), entonces se estableció una gran discusión que nos debió retrasar al menos una hora. Resultó ser que mi padre había estrellado el auto. A mi madre no le interesó saber si se encontraba bien o si le había pasado algo (además, tuvo el accidente el martes por la noche, antes de llegar a casa). Mi madre le preguntó a mi padre si había vuelto a tomar, él le contestó que no, y luego ella empezó de nuevo el interrogatorio con diferentes preguntas, pero que significaban lo mismo: «¿Harry, volviste al vicio?» Mi padre contestó finalmente que sí, y allí sí se armó la grande.

Al final, mi madre tuvo que telefonearle a Andrew para que le prestase el auto, pero Andrew estaba en Wolverhamton, así que quedó en recogernos cuando terminásemos los exámenes.

Alrededor de las nueve tomamos el tren, que me pareció más depresivo de lo normal. Hicimos el primer examen en el hospital de Loose Ends, y el segundo en una clínica al sur.

Los exámenes salieron hoy por la mañana. James los trajo a casa (los había visto, dejó marcas en las hojas, y el intento de sellar el sobre no funcionó), y luego se fue a Loose Ends con su novia a buscar una casa.

Los exámenes eran claros, y produjeron un espeluznante brillo en los ojos de mi madre.

—Hay esperanza —murmuró.

Luego le telefoneó al doctor de la clínica del sur. Él acordó en recibirnos al mediodía.

En este viaje a la ciudad de los Loosie, solo fuimos mi madre y yo (porque ella no le habla a mi padre, pero en uno o en dos días se le pasará, y volverá a hablarle como si nada hubiese pasado). Fuimos en tren, mi madre estaba eufórica y con los nervios a reventar. Yo no entendía por qué tanta felicidad.

El doctor nos recibió con una gran sonrisa, y allí fue donde entendí el porqué.

Acortando todo el relato, solo te diré que el doctor dio esperanza (falsas esperanzas) de que había posibilidad de salvarme.

Dijo que con la quimio, con las operaciones, y procedimientos correspondientes podría salvarme. Yo a partir de ese momento lo empecé a ver como un vendedor, que trataba a toda costa de que aceptara el producto. Dije que no, y de nuevo el vendedor me ofreció el producto, pero esta vez con una estrategia de venta un poco más agresiva, para luego volverse amigable. Mi madre cayó de primera en el juego, pero yo me resistía... hasta que vi sus ojos.

Dicen que los ojos son la mirada del alma, también dicen que se puede hacer el amor con ellos; yo creo que en ellos se pueden ver las intenciones, la esperanza, la tristeza, y tantas cosas de la persona a la cual miramos. No sé por qué siento eso, no sé por qué me obsesiono tanto con las miradas. Tal vez sea porque la mía es vaga e inexpresiva, o es porque sé que nadie es sincero, y por eso busco la mirada, para saber algo más de las personas de lo que me dicen; pero hoy me topé con una mirada llena de esperanza, una mirada triste que intentaba a toda costa ser feliz.

No le pude decir que no a eso.

—¿Hay riesgo de muerte? —pregunté, desviando la mirada de mamá, esperando que la respuesta fuera afirmativa, y que ella perdiera esa luz ferviente en los ojos.

—Está el riesgo del 40 %, pero solo durante la operación.

La miré, el brillo y la esperanza inexplicablemente se habían hecho más fuertes.

—Le daré la respuesta mañana.

Luego de allí vinimos al Blue. Mamá no hacía más que hablar sobre lo que pasaría después de la operación.

Mientras ella hablaba sobre eso, yo tenía clavada la vista en la ventana del tren. Cerca de cada anochecer de verano, toda la naturaleza y el clima se vuelven tristes; es como si en el día sonara Raindrop y en la noche nocturno de Chopin.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora