Miércoles 11 de octubre

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El lunes vi a Emily Brent en mi estudio-habitación. Traté de llamarla, pero un zumbido recorrió todo mi cuerpo y luego no vi absolutamente nada. Quería gritar y llamarlos a todos, pero no quería que supieran que estaba asustado, entonces me dejé caer, y pensé que de igual forma, un día caería, pero no sería de mentira. Mi cuerpo se cansaría de todo esto, de la trágica fatalidad que trae el cáncer consigo.

Ya es insoportable, y siempre me recorre por todo el cuerpo un extraño cosquilleo para luego no sentir nada. ¿Y por qué esto es de momento? Prefiero que ese cosquilleo y esa ceguera me acompañen hasta noviembre, y por fin morir, Richard, y olvidar todo esto; pero hay muchas cosas que quiero decirte antes de olvidarlas:

Joanna se marchó después de la muerte de Emily. Luego de eso, nos fuimos a quedar en la casa de Blue Merck's Town con James. El funeral fue en el cementerio central, a las afueras del pueblo. Todo estaba lleno, y el ataúd estaba cerrado. En él no había nada de lo que antes había sido ella. Toda su piel estaba quemada, y no creo que de ese modo la hayan colocado allí.

Mis amigos rodearon a la madre de Emily y la sujetaron con un fuerte apretón, mientras ella lloraba la pérdida de la poca familia que antes del viernes 29 de septiembre, en ese horrible accidente automovilístico, una vez tuvo; solo en ese momento me di cuenta de cuánto los extrañaba y los había extrañado mientras estuve en Rudmer. No me acerqué a nadie, ni dije nada. Todo lo observé desde la lejanía, como lo he venido haciendo por todos estos años. Primero vi como sepultaban el ataúd más grande, el de su padre, y cuando siguió el de ella, inmediatamente me di la vuelta. No estaba listo para dejarla ir, y aún no lo estoy. Creo que soy tan egoísta que me llevaré su recuerdo a la tumba.

Cuando todo estaba por terminar, Luis se acercó y me dijo:

—Sé que no es el momento, pero no sé cuándo te vuelvas a marchar. De alguna forma desapareciste, ¿lo sabes?

—Les escribía.

—¿En serio?

Metí mis manos en los bolsillos de la gabardina y bajé la mirada. En mi mundo, hablaba con ellos cada vez que podía, y para mí era suficiente.

—No lo sé —contesté.

—Darwin, sé que algunas veces no te agradamos, y otras significamos todo para ti. Eres de ese modo, y está bien. Te entendemos, más de lo que crees, incluso Maryland lo hace. Para nosotros eres nuestra familia, y esta es la tuya. Te amamos.

Estaba conmovido, y quería decirle que también los amaba, pero nada salía. Luis me dijo que estaba bien, y que podía llorar, porque los hombres de verdad lo hacían. Busqué refugio en sus brazos, como probablemente su madre lo había hecho cuando su padre los abandonó, y lloré todo lo que tenía que llorar, hasta que todos se marcharon del cementerio.

La Mujer de Blanco y Negro apareció y dejó unas flores en la tumba. Me separé de Luis, le dije que lo vería en el auto y caminé a la tumba.

—Ya sé quién eres —le dije—. Y ahora no puedo con esto. Lo siento, pero no puedo ayudarte. 

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora