Viernes 11 de agosto

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Las cosas no sucedieron ayer como las planeé, sucedieron mejor.

Maryland consiguió lo que le pedí: son cuatro clases hasta el gran día. Comenzábamos ayer, pero por el mal tiempo se suspendió la clase hasta el martes. Sucede que necesitábamos un permiso, pero eso también está arreglado: Michael falsificó el suyo (al igual que Joanna), el de Maryland es totalmente legal, al igual que el de Luís; el mío... Podríamos decir que es una mezcla entre ambas cosas, porque al final, fue Andrew quien me dio la autorización donde figura como mi representante.

Pero eso no es lo importante. Ayer hubo una fiesta.

No fue en el Blue, sino en Loose Ends, en una de esas casas que está muy cerca del bosque. Fui con todos ellos (con los que te mencioné hace un momento). Llegamos alrededor de las nueve de la noche. Como siempre, fui el único que no tenía permiso; mis padres pensaban que estaba en mi habitación, llorando y deprimido, como lo he estado los últimos días. Cielos, escribir esto me pone verdaderamente triste.

Como sea. Fui a la fiesta porque Michael insistía mucho en que todos deberíamos estar allí, que todos los del Blue estarían allí, todos los adolecentes de Loose Ends, y los mejores chicos de Las Midlands. Más tarde descubrí que la fiesta era de Michael.

Allí en realidad estaban todos, desde los de mi escuela, hasta los de la escuela de música; pero no me sentía bien en ese lugar, rodeado de tantas personas que realmente no me conocen. Dios, los de la escuela de música piensan que soy el que golpea a los nerds de la clase, y los de mi escuela piensan que soy una especie de raro genio con poca memoria. Qué perspectivas tan distintas, ¿cierto?

La fiesta estaba llena, incluso se extendió hasta algunas partes del bosque. Yo estaba en el balcón, con una vaso de limonada, sí, lo sé, ¡limonada! Pero estaba pensando, cuando llegó ella, Emily Brent.

—La estás pasando genial ¿no? —Emily también tenía un vaso de limonada.

—¡Claro!

—¿Y qué haces acá solo? ¿Estás pensando?

—Nah —Colocó su mano sobre mi brazo. Su piel era tan cálida y tan suave a la vez, que no quise que la apartara, y por lo visto ella tampoco lo quiso. Se mantuvo allí por mucho tiempo—. ¿Tú qué haces acá?

—¿Me estás echando?

—¡No!

—Descuida, lo sé. Michael es muy insistente.

—Creo que la palabra que estás buscando es fastidioso.

Ella estalló en carcajadas. Tenía bonitos dientes. De pronto, cuando ambos supimos que burlarnos de Michael no nos llevaría a nada, empezamos a hablar de distintas cosas, hasta que el tema de la escuela salió a flote.

—¿Te cambiaron a la Saint Mamplé, o seguirás con nosotros?

Mi expresión debió ser dura, porque ella cambió su pregunta y escogimos otro tema.

—Me voy —dijo ella, dando un último sorbo a la limonada—. Fue un placer verte, sin mencionar que eres una de las únicas personas con las que puedo hablar sinceramente en este lugar. Dios, me matarán si llego después de las once.

Todavía me quedaba mucha limonada en el vaso. Giré para acompañarla hasta la puerta y quizá despedirme bien, pero me tropecé con la pata de una silla y le arrojé la limonada en la camisa. ¡¡¡Dios santo, qué torpe fui!!! Entonces saqué un pañuelo que tenía en el bolsillo, e inconsciente (y al mismo tiempo pidiéndole disculpa), se la pasé por todo el pecho y el abdomen.

—¡¡¡Basta!!! —gritó, y retrocedí asustado, avergonzado.

—¡Perdóname!

—¡Oh, Dios santo! —respondió, tomando una gran bocanada de aire—. Descuida, eres Darwin, así que suponía que algo como esto pasaría, además, eres mi mejor amigo —Dicho esto, me dio un beso en la mejilla y se marchó.

Un instante FelizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora