Los Harding

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En la ambulancia camino al hospital un paramédico me revisó, mientras que Liam estaba en la camilla siendo atendido por otro. Seguía inconsciente, le habían inmovilizado el cuello por precaución, tenía oxigeno puesto y lo inyectaron con algo.

Dijeron que estaba estable de momento, pero que los doctores tienen que hacer pruebas extensas cuando lleguemos a la sala de emergencias para averiguar por qué no despertaba.

Yo estaba bien, asustada, con la ropa algo empolvada, pero sin daños. Hasta ahora no puedo creer que salté a las vías del tren a tratar de salvar a alguien que ni conozco, pero me sentía muy responsable, si no lo hubiera hecho bajarse del tren tal vez Liam estaría bien ahora.

Al llegar a emergencias, no me dejaron pasar. Lo vi desaparecer tras dos puertas blancas. Dijeron sólo familia puede entrar a esta unidad de cuidados intensivos, así que me senté sintiéndome más sola que nunca en la sala de espera.

Una enfermera se me acercó al poco rato y me entregó algunas de sus cosas. Me dio su abrigo, su billetera y su celular.

Este invierno hace más frío que en los anteriores, mi chompa no era suficiente y menos con la presión por el piso por toda la situación, entonces no dude mucho en ponerme su abrigo.

Se sentía increíble estar dentro de este abrigo, debe ser costoso, es muy suave por dentro, te calienta el segundo que tu piel toca la tela. Y huele tan bien, a menta y chocolate.

Creo que estoy tan feliz de estar viva que aprecio cada detalle de todo lo que tengo alrededor.

Metí mis manos en el bolsillo derecho, y encontré una trufa envuelta en platina, supongo que de aquí venía el olor. Sentí un bulto en el bolsillo izquierdo. Metí la mano, y saqué una cajita de terciopelo negro con una tarjeta blanca.

Leí la nota escrita en la tarjeta, decía "Espero me perdones, todavía no estoy lista, mi respuesta es: No. Será mejor que no nos veamos por algún tiempo. Cuando dejes de odiarme, búscame".

No entendía el contexto de esas palabras, así que abrí la cajita. Mis ojos se agrandaron un poco al ver un anillo de oro blanco con un diamante en el medio.

Guarde la cajita vacía con la nota de regreso en el bolsillo. El anillo era tan lindo que no pude evitar probármelo, me quedó perfecto.

Quiero saber más de Liam, hasta ahora puedo decir que tiene buen gusto en libros, es muy atractivo, alto, defiende lo que le parece correcto aunque signifique poner su vida en peligro, parece que le va bien en el trabajo y que le acaban de rechazar una propuesta de matrimonio, además de que hoy quiso conocerme. Por lo menos quiero saber su apellido.

Abrí su billetera, y su documento de identidad estaba a la vista.

Liam Harding, me encanta como suena.

La luz de los fluorescentes de la sala de espera se opacaron levemente porque un oficial de policía apareció delante mío para hacerme preguntas sobre lo que había pasado en la estación del tren.

Le conté todo desde el minuto que baje de mi tren hasta que me subieron a la ambulancia.

El oficial me felicitó por ser el ángel guardián de Liam.

No siento que encajo en esa descripción, más que un acto de heroísmo fue un impulso, actué sin pensar, pero me alegro de haberlo hecho.

Me quedé sola de nuevo, me paré de la incómoda silla y camine hasta pararme frente a las puertas blancas por donde vi desaparecer a Liam. No puedo irme, quiero estar aquí hasta saber que está bien.

De repente me invadió un sentimiento de tristeza profundo, me angustió pensar que por mi culpa una persona está en una unidad de cuidados intensivos. Sé que yo no fui la que lo empujó, pero fui la que lo puso en esa situación. Y nadie me dice nada, entran y salen enfermeras o doctores por esas puerta pero se niegan a informarme de su estado.

Se me debió ver muy afectada porque apareció la misma enfermera que no me dejó pasar con él cuando llegamos.

Me cogió la mano derecha con ternura y me dijo que ahora estaba bien que pasara a verlo. Tanto cambio me preocupó, espero que Liam este bien.

Cruzamos esas puertas que hasta hace cinco minutos eran prohibidas y me guió hasta una habitación.

Entré y vi a Liam en la camilla, con la bata de hospital, parecía dormido, tenía un suero y unos cables que registraban sus signos vitales, pero estaba respirando por su cuenta sin tubos. Es buena señal, aunque tiene una venda y algunas curaciones en la cabeza.

Me acerqué despacio, hasta estar pegada a la camilla. Puse mi mano a un lado de su cara y le acaricie suavemente la mejilla con mi pulgar.

Lo acompañé en silencio por unos minutos y decidí salir a buscar una máquina de café.

Nada me pudo preparar para el momento bizarro que viví al atravesar las puertas blancas que dan a la sala de espera.

Estaban parados en círculo, alrededor de un doctor canoso de bata blanca larga, un grupo de seis personas elegantes hablando a la vez y generando mucho desorden.

Había un niño, una mujer, una señora, un señor, un chico un poco mayor que yo, y un viejito bien alto.

De un momento a otro, apareció la enfermera que me acababa de dejar pasar y el oficial de policía que me tomó la declaración, los dos se dirigieron al grupo de personas y en seguida los seis giraron sus cabezas hacia mí.

Mi primer instinto fue correr, pero antes de que pudiera moverme ellos ya estaban a mi alrededor abrazándome fuerte y besándome en las mejillas o la frente.

Todos menos uno, que me miraba con los ojos entrecerrados y con los brazos cruzados.

Me quedé helada sosteniéndole la mirada.

Amor a Segundo Riel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora