Capítulo 2

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—¿Julian? Se te está haciendo tarde bebé...

—¡Mierda! —suelto un grito ahogado. Me he quedado dormido y ya son las 6:43 de la mañana. Ni siquiera es tarde para salir de casa o para tomar el autobús; es tarde para entrar al colegio. Trece minutos de retraso; ¿en qué estaba pensando? Ah, claro... ya recordé: estuve toda la maldita noche pensando en la molestia que representa la chica nueva. No sé si ella fue el insomnio que hizo que no durmiera sino hasta más tarde por pensarla. Crear estrategias para evitar personas realmente me agota. Bien, eso no importa ahora; lo que importa es llegar al colegio lo más pronto posible, o definitivamente tendré problemas terribles.

Me levanto del colchón y corro directo a la ducha; me doy un baño rápido, me visto y bajo las escaleras prácticamente volando.

—¡Julian, ten cuidado! —me indica Mirjam un poco asustada.

—Lo siento; oye, ¿por qué no me hablaste?

—Creí que te habías ido ya, incluso llevé a los niños a la escuela hace un rato...

—¿Puedes llevarme? ¿Por esta vez? ¡Por favor! —ruego. Ella asiente. Subimos a esa camioneta suya que parece un pequeño autobús y conduce lo más rápido que puede. Diecisiete minutos después estamos ahí. Bajo a toda prisa y apenas me despido de ella corro por el amplio pasillo de entrada, accedo al plantel y me apresuro a pasar por los corredores desiertos del colegio. Quedan once minutos de la clase de literatura, y antes de subir frenéticamente las escaleras algo viene a mi mente; "¡tonto, los cuadernos!". Me detengo en seco y me recargo en la pared de las escaleras, agobiado. Así es, tan distraído había estado en la noche que incluso olvidé poner en mi mochila los cuadernos para las clases del martes. Perfecto. Prefiero no empeorarlo todo, así que no entro a la primera clase, pues la profesora se molesta enserio cuando llego tarde o no traigo el supuesto material de trabajo. Me siento en las escaleras a esperar que termine el módulo. Bien, ya huele a que este será un mal día.


Narra Katherine.

Algunos profesores son tan agobiantes; la maestra de literatura, por ejemplo. No para de hablar, de verdad que es una señora muy molesta. Casi una hora escuchándola ha hecho que me duela la cabeza, así que en medio de una de sus largas charlas acerca de algo que no me interesa, levanto la mano y le pido que me deje ir al tocador. Accede. Salgo del aula y bajo las escaleras hasta la planta baja; "¿pero a quién tenemos aquí?" me cuestiono mentalmente con fastidio mientras en el último escalón veo sentado ni más ni menos que al chico lindo y gruñón del día anterior. Excelente, nuevo dolor de cabeza. Trato de pasar por un lado sin llamar la atención y procuro no hacerle mucho caso; debo admitirlo, es bastante difícil ignorarlo.

—¿Enana? —escucho su voz ronca y varonil; hasta su voz es sexy... Lamentable que sea un idiota.

—Tipo gruñón, ¿no deberías estar en clases? —trato de conversar con él.

—No es tu problema, ¿o sí? No molestes ahora, que no estoy de humor.

—Tu nunca estás de humor, tal parece. ¿Sabes que también pudiste haberme ignorado?, genio.

— Oye... Perdóname, ¿sí? —lo escucho murmurar con poco tacto en su voz, un poco más tranquilo— No quería ser grosero contigo... es sólo que, tengo que serlo, porque es así como soy. No puedo evitarlo.

—Está bien... te entiendo. —digo y coloco mi mano sobre su hombro, pero él rápidamente la quita y se levanta del suelo.

—Claro que no, no lo haces. —responde de nuevo cortante, y toma sus cosas para irse por el pasillo sin voltear atrás; unos segundos después timbran para cambiar de módulo. Creo que él tiene razón, de verdad no lo entiendo.

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