Capítulo 33

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Narra Julian.

No entiendo cómo logré descansar la noche que pasó. Tuve una sensación extraña mientras ''dormía'', igual a la que tuve la primera noche que cerré mis ojos después de cometer un homicidio. Recuerdo la pesadilla, vaya que sí lo hago, pues el hombre al que asesiné tenía una mirada escalofriante que desafortunadamente me atreví a ver mientras lo golpeaba: había algo en sus pupilas que penetró en el más profundo y temido de mis recuerdos de la infancia, y es esto lo que no ha dejado de horrorizarme cada que la oscuridad se aparece y obliga a mis párpados a sucumbir ante la somnolencia. Lo único que tengo por la madrugada es el mal sabor de boca que esa angustiante imagen me deja y un poco de desconcierto por la manera en que mi castigo mental se detiene de forma abrupta a mitad de la peor parte. Sólo se desvanece, después, sueño con nada.

Me despierto antes de que la alarma de Katherine suene, me quedo a la orilla del colchón sentado y pensando primero en lo que he imaginado al cerrar los ojos, y después recuerdo los hechos, añorando que todo sea parte de una fantasía extraña y asquerosa, luego, miro mis manos cubiertas con vendas, ansioso las quito esperando que nada esté fuera de lo normal, pero en definitivo las cosas no van bien, pues lo que atisbo al retirar los vendajes son mis nudillos con sangre, una poca seca y otra poca fresca, con la piel maltratada, amoratada y enrojecida: sigo negando la realidad y deseo que mis ojos mientan, probando con el tacto la existencia de las heridas, logrando sólo lastimarme más. Soy un idiota, lo soy, y me niego a aceptarlo, al menos con palabras. Siento que he perdido la última parte de mi humanidad, y es que ese es el hecho, en distintos aspectos: esto me hace indigno de recibir palabra de otros, no siento que pueda responder a lo que Katherine me dice, sin importar que sea, pero aun así creo que debo ser listo y maduro para aceptar lo que he hecho, haciendo de esta manera que vuelva a hablar con normalidad, para romper este silencio que no hace más que levantar más dudas y sospechas. Aun así, no hay algo que pueda borrar los recuerdos de mi cabeza, ni mucho menos las acciones en mi pasado, ¿o sí?

Por ahora, no me queda sino seguir adelante. Me baño por la mañana: en casa de Kat el agua, siempre que lo quieras, sale caliente, a diferencia de en el orfanato, donde despreciaba tanto que la ducha siempre fuera fría, incluso helada durante la madrugada. Al salir, me miro con repudio al espejo, con especial atención observo mis ojos y las ojeras bajo ellos; aborrezco cada parte de mi rostro, y en específico aquello que describen como las ''ventanas del alma''. Mi cabello está algo maltratado y enredado, ha perdido un poco de ese color característico que detesto, probablemente por la falta de nutrientes en mi cuerpo. La piel se divisa más pálida que de costumbre y esto resalta las marcas en mis brazos, muñecas y pecho, lo cual sólo me hace odiarlas más que antes. Y bien, si hay algo que me hace sentir más rabia sobre mí que cualquier otra cosa, es la afección congénita que me acompaña: las arritmias siempre inoportunas y molestas, el cansancio crónico y la incapacidad de hacer cualquier actividad física que exija un poco, la cicatriz de una intervención quirúrgica deficiente que apenas extiende un poco mi desgraciado tiempo de vida, y todas las malditas situaciones que ésta ha traído consigo. Mi actitud y personalidad son otro par de cosas que me provocan cólera, pues no entiendo cómo es que no soy capaz de controlarlas, ni mucho menos cambiarlas. No las tolero. No me gusta qué es lo que soy, y tampoco en qué me estoy convirtiendo; no creí posible empeorar.

Me siento abatido, mas no soy digno de dicho abatimiento, si el sufrimiento para mí no es más que mental, y para otros, familiares de la víctima o amigos, es algo verdaderamente trágico. Con esto en mi cabeza, bajo a tomar el desayuno; la chica Rooselvet está sentada donde cada mañana, con los brazos cruzados y la cabeza agachada. Su plato ya está vacío, y frente a este, está el mío. Cuándo me acerco para ocupar mi silla, me percato de que Katherine tiene los ojos cerrados: ¿se ha quedado dormida? Vacilante pero conciso, luego de no haber recitado palabra por un día entero o más, digo su nombre a manera de pregunta, y ella vuelve en sí al instante, respondiendo con una sonrisa, y bromeando sobre el hecho. ¿Qué le habrá quitado el sueño anoche para que esta mañana esté así?

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