"Abuelo, recuerda ir a por mí a las ocho en punto. No te retrases porque no llegamos al cumple de Blanca"
La voz de mi nieta suena en mi cabeza. Son las ocho menos cuarto, no voy a llegar a tiempo de recoger a Adriana para llevarla a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga Blanca. He estado esperando más de veinte minutos a que pasara la tormenta, pero al ver que esta no amainaba, no me ha quedado otra opción que coger el coche.
Aún me quedan diez kilómetros para llegar a la academia de baile. Como es una carretera que conozco muy bien, me permito acelerar un poco más. No voy a llegar a tiempo.
Es una de las típicas noches cerradas de noviembre, en la que la gente evita a toda costa coger el coche, así que voy solo por la carretera.
En la radio empieza a sonar La suerte de mi vida, la nueva canción de El Canto del Loco. Esta canción siempre me ha recordado a Adriana, a ella le encanta Dani Martin, y ha sido quien ha conseguido que este grupo se convierta en uno de mis preferidos. Aún recuerdo su cara cuando le enseñé las entradas para el concierto de Madrid del año pasado. Pagaría por volver a verla tan feliz como ese día. Sin pensarlo dos veces, subo el volumen de la radio y comienzo a cantarla.
¿Qué has visto en mí?
Que me regalas tu verdad y tu cielo
Que en esta vida ya no quiero otros besos
Y cada día tú me das tu total...
La lluvia no cesa, y me da la sensación de que cada vez cae con más fuerza. Miro el reloj, faltan solo dos minutos para que den las ocho. Debo llegar a tiempo así que vuelvo a acelerar.
Entre los barridos del limpiaparabrisas, veo algo extraño en mitad de la carretera. Levanto un poquito el pie del acelerador. Esa cosa extraña cada vez está más y más cerca. El corazón se me acelera, piso el freno tan rápido como puedo, pero el asfalto está muy mojado y las ruedas empiezan a chirriar, haciendo que pierda el control del volante, y entonces lo veo: unos ojos de un rojo brillante en mitad de la calzada, helando la sangre de cualquiera que lo mirase. Cada vez está más cerca, pierdo el control del coche y me preparo para el golpe...
Dolor, siento un dolor que sale del pecho y que se extiende por todo mi cuerpo. No puedo moverme, estoy mareado. El agua me da en la cara y siento el sabor metálico de la sangre en mi boca. No puedo respirar, escucho voces a mi alrededor, pero no consigo entender que dicen. No sé dónde estoy, me pesan los párpados y me abandono a la oscuridad que me rodea.
Un pequeño foco de luz aparece a lo lejos y se va acercando cada vez más. Noto como unas manos tiran de mi cuerpo, pero yo no tengo control sobre él. Alguien está sacándome de donde estoy. Todo me duele, pero no consigo reunir las fuerzas suficientes para hablar. Por mi cabeza pasan miles de recuerdos, pensamientos y preguntas, como si alguien hubiese dado al botón de rebobinar. Entonces todo para y se vuelve negro y aparece ella, mi niña, mi pequeña... mi Adriana, estará esperándome en la puerta de la academia de baile. Mi pobre niña. Con mis últimas fuerzas, consigo abrir los ojos.
- Abuelo, abuelito, ¿me escuchas? ¡Estoy aquí! ¿No me ves?
Su voz resuena cada vez más cerca. De pronto, la luz brillante vuelve a aparecer, esta vez más grande y más intensa. En medio de ese potente foco de luz, una pequeña silueta familiar comienza a andar hacía a mí.
-Abuelo, estoy aquí, ven conmigo... -Mi niña, mi querida nieta se acerca a mí ofreciéndome su mano.
-Abuelito, dame la mano... – y yo, como siempre, hago lo que me pide. Es entonces cuando todo el dolor se esfuma y el sabor metálico de la sangre en mi boca desaparece.
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Besos de esos #EDIT
ChickLitSi a Adriana le hubieran dicho que su vida iba a dar un cambio de ciento ochenta grados, quizá hubiera tomado por loco a quien lo dijese. Su vida era de los más normal, demasiado monótona a veces, levantarse a las siete, salir de casa a las ochos...