-Señores pasajeros, acabamos de aterrizar en el aeropuerto de Londres-Heathrow. Son las ocho y treinta y dos minutos de la mañana y en el exterior hay una temperatura de 7 grados. Buenos días y abríguense. Gracias por confiar en nuestra compañía.
¡Qué viaje más largo! Pensaba que nunca llegaría. Pero por fin estoy aquí. Tengo miedo. Miedo por no saber lo que me voy a encontrar.
¿Y si Kevin no quiere verme? ¡No! ¡No! Si no quisiera verme no me abría enviado las flores. Pero, ¿y si nos las envió él? ¿y si es una trampa de ella para que venga aquí? En ese caso, lo ha conseguido. Aquí me tiene.
Cuando enciendo mi móvil, mando un rápido whatsapp a mi madre y mis amigas para avisarles:
Estoy en Londres. Ahora no puedo hablar. Ya te lo contaré todo cuando llegue a España.
Te quiero.
Y apago el móvil.
Salgo del aeropuerto y monto en un taxi cuyo conductor parece la mar de simpático.
-¿A dónde le llevo señorita?
Jodeeeeeer, no recuerdo la calle donde está el piso de Kevin.
- Emmm, pues...- piensa, piensa Adriana.
Entonces recuerdo que, cuando estuvimos aquí desde la terraza podía verse el Big Ben y estaba a solo dos calles andando. Creo que podría ubicarme desde allí.
-Por favor, lléveme al Big Ben.
-Cómo usted mande, señorita.- contesta el taxista a lo que le contesto con una sonrisa.
Estoy muy nerviosa, soy incapaz de dejar de mover las piernas y frotarme las manos. ¡Quiero llegar ya!
- ¿Se tarda mucho en llegar?
-Bueno, teniendo en cuenta que son casi las nueve de la mañana de un sábado, y el tráfico a esta hora es horrible... quizá en una media hora o cuarenta y cinco minutos estemos allí...
- Vale, gracias – le contesto
-Usted no es de aquí ¿verdad?
-No señor, soy española.
-¿Es la primera vez que viene a Londres?
-No, ya he venido más veces.
-Entonces, ¿te gusta la ciudad?
-Sí, aunque la verdad es que esta vez no es un viaje turístico.
-Ajamm.. – contesta el taxista mientras me observa por el retrovisor y asiente con la cabeza.
Como no tengo muchas ganas de hablar, me limito a sonreírle y este vuelve a poner su atención a la carretera.
Aunque el silencio dura poco, pues a los diez minutos vuelve a preguntar.
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Besos de esos #EDIT
ChickLitSi a Adriana le hubieran dicho que su vida iba a dar un cambio de ciento ochenta grados, quizá hubiera tomado por loco a quien lo dijese. Su vida era de los más normal, demasiado monótona a veces, levantarse a las siete, salir de casa a las ochos...