Capítulo 33

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Es  lunes. Me levanto como nueva, las costillas ya no me molestan. Hoy tengo revisión con el médico. Estoy un poco nerviosa por saber si podré volver a mi vida normal y dejar el reposo de una vez.

A las nueve de la mañana, llego a la consulta del doctor acompañada de Kevin. Estoy muy cagada. No quiero escuchar malas noticias.

Nos sentamos en la sala de espera. Poco a poco, la sala empieza a llenarse de gente de todas las edades. Unos minutos más tarde, una enfermera de unos cincuenta años, gordita y con una cara y voz de mala leche, empieza a llamar a las personas que están en la sala

- Adriana Fernández – llama la enfermera desde la puerta cuando sale la mujer que había dentro.

Al oír mi nombre, las piernas empiezan a temblarme. Kevin parece darse cuenta de ello, pues rápidamente me coge la mano y me da un fuerte apretón para darme ánimos. Todo va a ir bien, nada puede salir mal me dice solamente con la mirada. Asiento y ambos nos levantamos en dirección a la consulta.

Una vez dentro, saludamos al ya conocido médico que me atendió cuando estuve ingresada y nos sentamos en las sillas que hay colocadas en la consulta.

- Buenos días Adriana, ¿Cómo estás?

-Buenos días doctor Gutiérrez, la verdad es que me encuentro muchísimo mejor que la última vez que hable con usted.

- Me alegra mucho saber eso, Adriana. ¿Cómo van tus costillas? ¿Ha remitido el dolor verdad?

-Sí, ya no me duelen . Solamente noto un pequeño dolor cuando hago algún movimiento muy brusco. Pero nada que no pueda soportar.

- Cuidado Adriana con los movimientos bruscos. Pásate a la camilla que quiero examinarte.

Una vez dice eso, me levanto y me dirijo hacia la camilla donde el doctor me examina el costado.

- Parece que ya las tienes unidas, aunque el dolor continuará unos días, ya no hay que preocuparse. En cuanto a la cabeza, has tenido dolor o mareos o algo por el estilo.

- Que va doctor, nada de nada.

-Buena señal entonces. El encefalograma     que te hicimos esta perfecto. No hay secuelas, por  lo que no deberías preocuparte por ello.  Pues entonces, está todo dicho. Estas como nueva. El dolor de las costillas desparecerá en un par de días. Ya puedes volver a tu rutina diaria.

No me puedo creer lo que me está diciendo. Toda la tensión acumulada durante todos estos días desaparece y los ojos empiezan a llenarse de lágrimas. Voy a llorar.

-Muchas gracias doctor por el buen trato que he recibido durante todo este tiempo. Si no hubiera sido por todos vosotros y por vuestro trabajo, yo hoy no estaría aquí. – Una vez empiezo a hablar, las lágrimas se disparan y empiezo a llorar. 

El doctor al verme se acerca a mí y posando su mano en mi hombro contesta.

- Para eso estamos Adriana, no tienes por qué dar las gracias. Todo el mérito es tuyo por ser tan buena paciente.

Y sin poder evitarlo, le abrazo.

- Gracias de verdad. – separándome de él.

Kevin me mira desde el asiento. Le brillan los ojos. Sé que él también temía que algo dentro de mí estuviese mal.

Cuando ya estamos en la puerta del hospital, Kevin me abraza y cogiéndome por la cintura me dice con su boca pegada a la mía.

-¿Has visto como todo saldría bien? Eres la mujer más dura que conozco.

- Es que he tenido un enfermero muy sexi que me ha cuidado muy bien las veinticuatro horas del día todos los días desde que salí del hospital – contesto mientras le doy un beso.

Después de ese beso viene otro y luego otro y otro, hasta que nos damos cuenta de que estamos en la puerta del hospital y la gente nos mira con cara de desaprobación.  ¡Ay...! Esta situación me resulta familiar... Me recuerda aquella vez cuando nos pilló una mujer besándonos en un fotomatón... Como han cambiado las cosas desde aquel día..

Riéndonos, Kevin me baja al suelo y nos vamos dirección al coche.  Cuando llegamos hasta este, llamo a mi madre para contarle todo lo que me ha dicho el médico.

- ¡Ay hija mía! ¡Qué alegría más grande! ¡La  Virgen de Guadalupe ha escuchado mis rezos! ¡Verás que contentos se ponen todos cuando les cuente que estas bien!

- Tú y tus santos....- digo mientras me río. Mi madre, cuanto más mayor se hace, más exagerada va siendo.

- Adriana, por favor, ¡esa boquita...!

- Ya sabes que yo no creo en esas cosas, mamá.

- Pero yo sí, y punto.

- Sí señora. – contesto imitando el tono militar.

- En cuanto puedes, veníos Kevin y tu para el pueblo que os voy a hacer unas migas extremeñas para celebrarlo, y así Kevin las pruebas que estoy segura de que el pobre muchacho aún no las ha comido.

Mi madre y su celebraciones...

- ¿Migas extremeñas en pleno junio, mamá? ¿Nos quieres matar ahogados?

- ¡¡Dios me libre Adriana!!

Estoy segura de que se está santiguando como cuatro veces seguidas.

- Nosotros vamos en cuento podamos, pero por favor, migas extremeñas no mamá. Ya nos las harás cuando empiece el frío.

- ¡Ay hija! Desde que te has ido del pueblo, te has vuelto más delicada...

Me tengo que reír con las cosas que dice mi madre, es que no son ni medio normales.

- Muy pronto iremos, te lo prometo. Adiós mamá, te quiero.

- Y yo hija.

Cuando cuelgo el teléfono, estoy más contenta aún si cabe. Hablar con mi madre siempre me ha relajado muchísimo. Miro a Kevin que va concentrado conduciendo camino a casa. Es tan guapo, tan perfecto. A veces me pregunto qué cosa tan buena he debido de hacer en otra vida para merecerme a una persona como él.  Me quedo embobada mirándole hasta que este se da cuenta y sonriendo me dice:

-¿Qué tengo Adrí?

- Dirás que no tienes cariño... porque lo tienes todo. Eres perfecto. Perfecto para mí. Hecho a mi medida.

- Eres una exagerada.

- Sabes, mi madre quiere que vayamos un día para allá. Quiere hacernos sus migas extremeñas.

-¿En junio?

- Eso mismo le he dicho yo – digo mientras ambos nos reímos. – Nos hará otra cosa.

- Cuando quieras vamos a tu pueblo. Estoy deseando conocerlo. – confiesa Kevin mientras posa su mano derecha en mi muslo y da un pequeño apretón.

- ¿Qué te parece si vamos el domingo que viene?

- Mmmm... ¿Qué día es? 

- Espera que miro – digo mientras saco mi móvil y abro el calendario – el domingo es día doce.

Entonces caigo en la cuenta...

- ¡DÍA DOCEEEEE! ¡Dios noooo! – digo mientras llevo mis manos a la cara. El corazón me va a mil...

- ¿Qué te pasa? – Pregunta Kevin asustado.

-La regla...

Besos de esos #EDITDonde viven las historias. Descúbrelo ahora