De vuelta a casa

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Tras una cuantas horas de vuelo, en el que casi no había pegado ojo, por culpa de una niña que no se estuvo quieta en todo el viaje, llegué al Prat, el aeropuerto de Barcelona. Me encontraba allí, ahora debería buscar un taxi para que me llevase a casa. Me llevé una sorpresa a la salida de aduanas, encontré un hombre con un cartel en el que ponía Giselle Lara Oliver. El hombre que lo llevaba debía tener uno 50 años, era bajito y llevaba uniforme, me acerque a él y le dije que yo era Giselle. Cogió mi equipaje, no llevaba mucho puesto que no había tenido tiempo, después me abrió la puerta del coche, era un mercedes, yo todavía no me lo creía esto era irreal. Apenas crucé un par de palabras con aquel hombre, se limitó a hacer su trabajo, estaba muy sorprendida, mi familia nunca había tenido chofer, esto era toda una novedad. Nos dirigimos hacía mi casa que se encontraba a las afueras de Barcelona, reconocía aquel cambiado hasta con los ojos cerrados, después de 5 años todo seguía igual, verde y fresco, esta era mi ciudad. Aunque me había vuelto una mujer de ciudad metropolitana, aquel era mi hogar, entre montañas, olía a hierba mojada a rocío y barro, aquella era mi casa.

Al llegar me encontré con mi hermana, se abalanzó sobre mi, me empezó a abrazar y besar. Escuché un ruido en la salita eran la tieta y l'avia estaban allí, las dos, mirándome, sus ojos estaban al borde de llorar, se acercaron para abrazarme y besarme. Fue entonces cuando me atreví a preguntar por papá y mamá, en un primer momento el silencio llegó a la sala y tras unos segundos esperando, mi abuela respondió que estaban trabajando. Rápidamente cambiaron de tema, y las miradas incómodas se volvieron tranquilas.

-¿Qué? ¿cómo a ido el viaje?- Preguntó la tieta. Había cambiado muchísimo, la última vez que la vi tenía el pelo largo y de aquel color avellana precioso, ahora estaba más delgada, ahora llevaba el pelo corto y rubio, sus ojos se escondían tras unas gafas de pasta que le sentaban bien, pese a todo el cambio físico seguía siendo mi tía.

-Un poco largo, estoy un poco cansada.- Dije con cara de tener pocos amigos, estaba muy cansada necesitaba dormir, pero sobretodo necesitaba tranquilidad, aunque solo fuese una hora pero necesitaba relajarme.

-No tienes buena cara.-Dijo l'avia. Ella seguía igual, no había cambiado nada, seguía con sus gafas de pasta y con su pelo dorado, estaba guapísima. Ella nos había criado a mi y a Lena, ya que, mi madre y mi padre trabajaban sin descanso.- ¿Por qué no te vas descansar?

-Si, ves a tu cuarto y acuéstate un rato nosotras te despertamos para la cena.- Dijo Lena, y me acompaño hasta mi habitación. Cuando abrí la puerta me pareció ser otra vez aquella chica que tenía 18 años, no había cambiado nada.- Desde que te fuiste nadie a vuelto a entrar aquí, bueno si mama entra casi todos los días echa un vistazo y se va a trabajar. Ahora descansa.- Todo seguía en su lugar, cada foto, cada cartulina y póster, era como si el tiempo no hubiese pasado por allí.

-Lena, me alegro de que enviaras la invitación.

-Eres mi hermanita, ¿cómo no te iba a invitar? Ahora descansa. Después lo hablaremos todo con calma. Gracias Giselle.

Cerró la puerta y se fue. Me quede de pie mirando mi habitación todo estaba igual era increíble. Siempre pensé que mi padre lo pintaría y lo convertiría en un despacho, pero las paredes seguían de aquel color verde pistacho con unas mariposas y flores moradas dibujadas encima. Me senté en la cama y sin darme cuenta me quede dormida.

Al cabo de un par de horas Lena vino a despertarme, pero me vio tan tranquila y dormida que no lo hizo. Bajó a cenar, en la mesa se encontraban la tieta, l'avia, mi madre y mi padre que acababan de llegar de trabajar.

-¿Elena, cariño, tu hermana esta en casa?- Preguntó mi madre con una cara de ilusión. A lo largo de estos años no había hablado con ella, pero el día de mi cumpleaños siempre llegaba a mi casa un paquete anónimo que traía un colgante para una pulsera que mi madre me regaló cuando cumplí los 18 años.

- Si, mamá, esta en su habitación durmiendo estaba muy cansada después de tantas horas de vuelo.- Contestó mi hermana. La cara de mi madre cambió por completo, se torno una cara repleta de felicidad con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que mi padre ni se molesto en preguntar.

Mi madre subió enseguida a verme. Entro en la habitación sin hacer ruido y me encontró allí acostada durmiendo, se acerco a mi y susurro:

-Mi pequeña.- Me acarició el pelo.

En cuanto me tocó desperté pero ella no se dio cuenta, pude ver como se le caía una lágrima por su mejilla, se acercó y me beso en la frente. Luego se fue a cenar.

Durante la cena mi padre no pronunció ni una sola palabra. Al acabar de cenar mis padre se fueron a dormir. Llegaron a la habitación y mi madre le pregunto:

-¿No piensas decir nada?, es tu hija, por el amor de Dios.- Dijo mi madre recriminándole su actitud.

-Buenas noches.- Mi padre simplemente respondió "Buenas noche" eso encendió más a mi madre, pero él apagó la luz y se acostó, mi madre no le dijo nada más simplemente se acostó en la cama.

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Mirame, ¿por qué no me quieres?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora