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Mi cara debe haber sido un poema. Estoy segura. La secretaria del señor Williams se dió media vuelta porque no podía aguantarse la risa al verme, pero no la culpo. ¿Quién no se reiría con una situación tan embarazosa? Poco a poco me fuí dando la vuelta para ver al desconocido que resultó ser mi jefe, el dueño de la empresa. Cuando lo tuve en frente, lo único que se me ocurrió hacer fué sonreír a modo de disculpa, pero aparentemente no funcionó porque su ceño estaba cada vez más y más fruncido. Creo que esperaba una disculpa. Yo no pensaba dársela, era él quien no quitaba sus ojos de mi. En cierto modo, fué su culpa que yo creyera que me seguía. De repente, su cara se transformó en una sonrisa que me tomó desprevenida y me hizo volver a mis pensamientos del ascensor. Dios, que guapo era este hombre cuando sonreía. Después de un minuto de miradas apasionadas, él rompió el silencio:

—Lamento haberle hecho pensar que la seguía señorita...—Estaba esperando una respuesta, pero yo estaba demasiado concentrada en sus ojos que ahora habían adquirido un brillo risueño. Pero cuando entendí que debía contestar, la misma mujer de antes dijo nuevamente:

—Señor. Lo esperan en su despacho los empresarios de Brasil. No les gusta esperar y se están impacientando.

—Hacia allí me dirijo— Informó a la que creí que era Sindy. Volvió sus ojos hasta los míos.— Me tengo que retirar señorita sin nombre. Tranquila que ya nadie la seguirá.— Dijo antes de retirarse con una sonrisa de oreja a oreja. Agradecí cuando lo vi desaparecer por las puertas de su despacho. Creo que ya se había disipado toda mi curiosidad por saber qué quería. Había estado solo cinco minutos cerca de este hombre y ya había caído en sus brazos, y como si fuera poco, también lo había acusado de seguirme. Creo que iba a retomar mis planes con Ana, dudo que en una hora ya hubiera hecho otros. Lo bueno de todo esto es que como no le había dicho mi nombre al señor Williams, él no podía saber que era la persona con la que deseaba reunirse. A demás solo estaría hoy y mañana aquí en Madrid. Luego se iría olvidándose de que existo. Con mi mente dando vueltas en todo lo que acababa de pasar, decidí volver a mi escritorio. Todavía tenía mucho trabajo pendiente.

Tomé nuevamente el ascensor, tratando de no fijarme en ninguna persona que allí pudiera haber, y cuando por fin llegué a mi silla, apareció Francisco... Ajam, el señor García. Tenía que acostumbrarme a llamarlo por su apellido en el trabajo. En fin, apareció mi querido jefe con sus hermosos ojos verdes que siempre están rebosantes de alegría y me dijo:

—Señorita Fernandez. ¿Necesita ayuda? Ya terminé con mi trabajo por ahora.— Sabía que era mentira, el siempre tiene el doble de trabajo que yo. Pero también sabía que él solo quería sacarme una sonrisa para que estuviera bien, aunque fueran solo unos minutos y yo lo agradecía.

Estuvimos trabajando con mi papeles una hora y cuando terminamos,yo me ofrecí a ayudarlo a terminar con el suyo, oferta que él aceptó con gusto.

Llegó la hora del almuerzo. Me despedí de mi jefe y me dispuse a ir a esperar a que Ana pasara a buscarme, pero cuando llegué a la entrada del edificio recordé. ¡Mierda! Había olvidado hablar con ella para preguntarle si todavía le apetecía almorzar conmigo. Tomé mi móvil y le mandé un mensaje. La respuesta no tardó en llegar:

"Lo siento Ele, hice planes con una compañera. Pero te sigo esperando para cenar. Cuídate. Bss."

Bien, mi día definitivamente estaba siendo una mierda. Una gran y puta mierda. Estaba dirigiéndome al ascensor de nuevo, pero cuando las puertas de este se abren ¡Puf! Mi día iba a empeorar. El desconocido cuyo nombre ahora conocía, me estaba mirando desde dentro del ascensor. Y cuando entré dijo:

—¿En qué planta te bajas, chica sin nombre?— Su sonrisa era deslumbrante, y sus hermosos ojos grises no dejaban de recorrer mi cuerpo.

—E-en la 24.— Contesté tartamudeando por los nervios. Él estaba muy seguro de sí mismo, y yo cada vez que lo encontraba, perdía la cordura y me dejaba llevar por mis salvajes pensamientos. Pero vamos, era evidente que a él no le pasaba lo mismo. ¿Por qué a un hombre tan terriblemente guapo le gustaría una mujer como yo? Ese pensamiento me deprimió un poco, y el pareció notarlo.
Entonces, sacándome completamente de mis pensamientos él añadió :

Dime tu nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora