—¿Qué tal todo en tu trabajo? ¿Cómo está el guapo de tu jefe?— Ana comenzó a mover sugerentemente las cejas por lo que no pude evitar que una carcajada escapara de mis labios.
—¿A quién te refieres por jefe? ¿A Fran?— La miré con una ceja alzada, pero sorpresivamente, su cara se tensó en el instante en el que escuchó aquel nombre.
—James.— Contestó en un tono un tanto enojado. ¿Que pasaba con esos dos?— No lo he visto desde que llevaste a Hanna a mi casa a las dos de la madrugada. Cuando tú saliste por la puerta, James me explicó lo poco que te había entendido cuando lo llamaste y yo salí corriendo a buscarte...— Agachó la cabeza avergonzada.— Lamento haber pensado que le habías hecho daño cachetona, no debí haber dudado de ti. Es solo que yo...— Coloqué un dedo en sus labios para que dejara de hablar.
—Cállate.— Susurré con las lágrimas a punto de desbordar mis ojos.— Habías dicho que olvidaríamos todo lo que pasó en ese tiempo.
—Lo se, pero necesito decirte algo...— Y solo esa frase fue suficiente para hacer saltar mi curiosidad como a un gato cuando sus astutos sentidos divisan un pequeño e indefenso ratón.
—Pues dilo.— Podría morir de intriga si no lo hacía.
—La razón por la que...— Unos golpes en la puerta la interrumpieron.— Adelante.— Contestó luego de un largo suspiro que mostró lo frustrada que se encontraba.
—Hola preciosa.— Aquellos hermosos ojos verdes que veía diariamente me escanearon completamente.— Te ves espléndida.— Cerró la puerta detrás de él, desviando, a duras penas, sus ojos de los míos. Observé la reacción de Ana al escuchar su voz, y lo único que pude detectar en sus ojos fué desprecio, pero también algo mas. Algo que no supe reconocer.— Oh.— Su expresión al ver a Ana sentada en la silla a mi lado no fué muy distinta a la que me esperaba: indiferencia.— ¿Interrumpo algo?— Elevó una ceja dirigiéndose a Ana, lo cual me resultó un tanto extraño, pero fue un insignificante detalle que llamó ligeramente mi atención, pero que a fin de cuentas, ignoré.
—A decir verdad, si.— Contestó Ana mostrándose arrogante y desafiante. Miré a Francisco, sorprendida por la forma en la que Ana intentaba provocarlo, y vi en sus ojos una ligera chispa de temor que se intensificó cuando notó mi penetrante mirada clavada en él. Todas sus facciones se tensaron y eso me hizo recordar que Ana estaba a punto de contarme algo antes de que nos interrumpiera.
—Ana...— La llamé para intentar captar su atención, pero ella estaba demasiado ocupada en una infinita guerra de miradas.
—No lo harías...— Susurró Fran entrecerrando los ojos.
—Pruébame.— Contestó Ana sonriendo con sorna. Si las miradas mataran, Francisco sería un asesino prófugo. Y uno muy lindo. Sacudí la cabeza para eliminar ese pensamiento de mi cabeza.— Tengo que irme, cachetona.— Me informó, por fin dirigiéndose a mí. Se levantó de la enclenque silla color celeste, a juego con las sábanas que cubrían mi cuerpo, se acercó a mi y, tras darme un cariñoso beso en la frente, se dirigió a la puerta. Presté excesiva atención al momento en el que pasó junto a Fran, y puedo jurar que vi chispas saltar de los ojos de ambos.
Cuando por fin estuvimos Fran y yo a solas, él me miró, sonrió y suspiró. Supongo que esto último se debió a que pudo imaginarse el tsunami de preguntas con el que iba a tener que lidiar.
—¿Y...?— Pregunté ansiosa de obtener respuesta para alguna de las muchas interrogantes que rondaban en mi cabeza.
—Y... ¿Qué?— Sus labios formaron una gran sonrisa que, en contraste con sus blancos dientes, parecía una obra de arte. Entrecerré los ojos y lo fulminé con la mirada. No se iría de esa habitación hasta que me hubiera dicho todo lo que quería saber.
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Dime tu nombre
ChickLitElla era todo lo que él quería. Él era todo lo que ella quería evitar. El jefe y la secretaria. Cliché. Pero ¿qué pasa cuando su historia empieza sobre una mentira? ¿Es posible ser feliz viviendo en una? No es tan sencillo como crees... Todos los de...